L Dr. Antonio Pérez se dio cuenta de que se había equivocado de profesión cuando comprobó que sentía lo mismo que contaban sus pacientes. "Tiene usted razón", se convirtió en el mantra que repetía cada media hora. A él le pasaba lo mismo. No tenía ganas de hacer nada, quería quedarse en la cama todo el día, el mundo se le caía encima y no sabía darse consejos a sí mismo. El desconcierto fue en aumento cuando la siguiente paciente, con un chiguagua en la mano, le aseguró que se había reencarnado en su perrito y, le cuidaba tanto, que había dejado de comer ella para alimentar a su criatura. Volvió a oír la pregunta: ¿qué le parece, doctor? "Qué usted tiene toda la razón del mundo, hasta el chucho es su viva imagen". Al final del día tuvo una sensación de placidez porque todos sus enfermos salían con una serena sonrisa. Oían lo que querían oír, aunque él se quedaba en sus cuatros paredes con el perro de la señora, las páginas en blanco de un escritor sin ideas y los lienzos del pintor que había olvidado los colores. El Dr. Pérez, como muchos médicos de antes, escuchaba hasta las más rocambolescas enfermedades, a veces, imaginarias, pero, normalmente desarreglos del cuerpo humano que sus pacientes venían a consultarle.

El Dr. Pérez tuvo que ir a un psiquiatra, porque pensó que el covid le había afectado distorsionando la realidad. Sus compañeros, médicos como él, estaban desbordados por la pandemia. Le mandaron descansar. Al volver restablecido a su dispensario normal, le comunicaron que ya no habría consultas presenciales. En su ausencia, se habían sustituido por citas telefónicas.

Hasta aquí la realidad actual y, a continuación, otra más real. Conseguir una cita telefónica puede llevarle toda la mañana con la oreja pegada al auricular. Y, pienso yo, que a través de un móvil es difícil ver qué pasa en el cuerpo y la mente de un enfermo. Y así llegan los escandalosos desequilibrios actuales. Conseguir una cita presencial es tan difícil que los pacientes no pueden expresar la desazón que sienten. La depresión es una enfermedad invisible que requiere atención. Uno de cada dos jóvenes sufre ansiedad y depresión. En nuestro país han acudido a profesionales de salud mental un 43,7% por ansiedad y un 35% por depresión. Las mujeres sufren el doble que los hombres. Según la revista The Lancet, el 93% de los países han visto como la pandemia afectaba a sus servicios mentales. En 2020 se produjeron 53 millones de trastornos depresivos y 76 millones de diagnósticos más de ansiedad de lo esperado. También han aumentado los casos de suicidio. Hace falta más presupuesto para sanidad -la pandemia lo ha demostrado- y más atención personal al paciente. Por teléfono no se pueden recetar ansiolíticos sin ver ni escuchar al paciente. Antes la atención personal del médico de familia prevenía muchas enfermedades mentales, porque los doctores remitían a sus enfermos a los psiquiatras o a los psicólogos.

Necesitamos urgentemente médicos que nos escuchen, que nos digan "tiene usted razón" o está equivocado. Estamos en un bucle que está afectando a algunos profesionales que caen en las mismas depresiones que sus pacientes. El problema es que esta enfermedad invisible -como muchas que están aquejando a numerosos enfermos- no se soluciona con una cita telefónica. Por atender exclusivamente al covid, han muerto miles de enfermos de cáncer que vieron sus tratamientos médicos estancados. A algunos nos les dio tiempo a estas esperas largas y se fueron al más allá. Ya no sabemos qué es urgente o no a la hora de llamar al hospital y, así, lentamente tienen -algunos no pueden- curarse el cuerpo y el alma en soledad o acudir a un especialista privado. Las terapias son carísimas y prohibitivas para una familia de clase media o baja.

* Escritora y periodista