STA semana se ha cerrado uno de los conflictos laborales más largos y enconados de los últimos años en Euskadi, el de Tubacex. Hay que felicitarse por ello y elevar la vista al cielo para que no se haya cerrado en falso. A lo largo de este conflicto de ocho meses, tanto la dirección de la empresa -de gran importancia estratégica para el país- como parte de la plantilla han tomado decisiones y han actuado de manera cuestionable. El primer gran error de la empresa fueron, obviamente los ERE, los despidos, declarados ilegales por el Tribunal Superior vasco. Y algunos comportamientos de los trabajadores -no hablo de la "lucha", la "unión" y la "solidaridad", tan legítimas como necesarias, sino de coacciones y actos violentos o muy violentos- tampoco son de recibo.

En todo caso, del acuerdo finalmente alcanzado hay que extraer también algunas conclusiones y subrayar aspectos discutibles. Cuando una de las partes de un acuerdo habla de "victoria", malo. Cuando importa destacar que, "al contrario de lo que dicen, las huelgas sirven" más incluso que los términos positivos del pacto -sobre todo, que no hay despidos y la actividad continúa-, malo. Si se destaca que la "huelga" y la "lucha" han sido las que han doblegado a la otra parte e incluso se insinúa que ha sido lo que ha decantado el sentido de una sentencia judicial y no los argumentos legales, malo. Algo falla si de repente el preacuerdo alcanzado entre el Comité y la empresa lo votan solo los afiliados a los sindicatos y por separado, se gana por los pelos y la asamblea o el sufragio general de toda la plantilla dejan de ser "soberanos" y se vetan. Y si se niega "la foto" de la firma del acuerdo para obviar tanto el carácter del pacto como para que no salga en la misma el mediador/facilitador que ha hecho posible un acercamiento que parecía imposible entre las partes -el Gobierno vasco-, ahí hay un significativo sesgo. Ojalá todo vaya bien. Por la paz social, un avemaría colectivo.