ACE poco, el fantasma de Cicerón me contaba que en su época se llegó a modificar el nombre de algún mes como honor hacia gentes importantes. Así, tras el asesinato de César, el cónsul Marco Antonio propuso al Senado una ley para cambiar el nombre del mes "Quintilis" por "Iulius", julio, pues era el mes natal del dictador, cuya estirpe decía descender de la diosa Venus.

"Pese a algunas protestas, hubo que aceptarlo porque Antonio tenía tropas acampadas cerca y nosotros no éramos más que un puñado de togados, la mayoría entrados en años. Además, creímos que podríamos revertir el cambio más adelante y por ello transigimos. Fue un grave error, pues la adulación al tirano era un mal presagio y anunciaba desgracias, pero no quisimos verlo."

"Al poco tiempo, Marco Antonio pactó con Octavio y Lépido un segundo triunvirato y nuestro Senado, garante de la libertad de Roma, quedó fuera de juego. Más de trescientos de sus miembros fuimos asesinados. En mi caso, Marco Antonio ordenó que me cortaran la cabeza y las manos. Desde entonces, vago entre las sombras recordando el vibrante discurso que estaba preparando para denunciar la tiranía, exigiendo al Senado la recuperación del antiguo nombre de julio. Se iba a titular De Mensibus, pero mi cabeza rodó antes de poder recitarlo. ¿Quieres oírlo?"

En cuanto vi al espectro ordenando los pliegues de su toga vaporosa, adoptando pose forense y levantando el brazo en ademán declamatorio, le di rápidamente las gracias pero rechacé su oferta, que sugerí dejar para otro momento. Si se le deja, Cicerón se enrolla como las persianas. Luego le rogué que siguiera con el tema, pues me parecía curioso cómo un simple cambio de nombre puede presagiar acontecimientos dramáticos.

"Julio no fue el único caso", continuó Cicerón. "Años más tarde un nuevo Senado totalmente domesticado aprobó una ley similar a la de Marco Antonio, impulsada esta vez por el Tribuno de la Plebe Sexto Pacuvio, un meritorio dispuesto a todo para ganar el favor del Príncipe. Se cambió al mes "Sextilis" por "Augustus", agosto, en homenaje al ambicioso Octavio, heredero de César y conquistador de Egipto. Un Príncipe a quien el Senado ya había otorgado anteriormente el título de Augusto. Y como los honores por lo visto les parecieron insuficientes, cuando murió le declararon dios. Aunque te aseguro que de divino nada, era otra sombra como yo".

"Ese día fui consciente de que mi República se había convertido en un rebaño de ovejas sometidas a la autoridad del tirano y solo pendientes de implorar sus favores. El servilismo, la adulación y no las viejas leyes se convirtieron en la norma de conducta en Roma. Y nadie se atrevió a ponerle remedio. ¿Qué se podía esperar de senadores adocenados, pendientes del favor del Príncipe y no del buen gobierno? ¿Respecto de qué derechos, tradiciones y modos de nuestros mayores iban a poder exigir respeto quienes ya no se respetaban ni a sí mismos?"

"Algunos dicen que Roma se hundió cuando pueblos extraños la invadieron, pero no fue así. Nuestra República empezó a derrumbarse cuando permitió que la arbitrariedad y la adulación se convirtieran en la norma, primero en los pequeños detalles, luego en las cosas importantes, al final en las propias leyes. Poco a poco, los que fuimos ciudadanos nos convertimos en siervos."

El espectro de Marco Tulio mantenía un aspecto grave y serio. Guardó silencio durante unos momentos, como meditando, y luego dijo lo siguiente:

"Las tiranías empiezan mediante cambios aparentemente inocuos, como los nombres de las cosas. Luego, las modificaciones se van extendiendo y, antes o después, todo lo importante se suplanta: las palabras, sus significados, los contenidos, las formas, los modos, las costumbres, las leyes y la propia memoria de los hechos, adaptándola a la conveniencia del poderoso. Y un día te das cuenta de que tu país es otro, y que ya no es tuyo".

"La perversión del Estado, como sucedió en mi República, comienza con asuntos pequeños, como nombres de meses u otras bagatelas, pero luego los cambios van creciendo hasta que las palabras mismas empiezan a no tener significado propio, sino solo aquel que en cada momento conviene al tirano. Y al alterar los conceptos el Príncipe os va haciendo sus prisioneros, pues, si ni vuestras palabras son firmes, ¿cómo lo van a ser las leyes escritas con ellas y que deben protegeros?"

"¿Te has preguntado cuántos artificios del lenguaje y la memoria, conceptos y tradiciones inventadas e historias ficticias condicionan hoy vuestra percepción del mundo y de vosotros mismos para conveniencia de quienes las han difundido? Guardaos de quienes intentan cambiar los nombres de las cosas y reescribir la realidad alterando las palabras que la definen. Siempre dicen que, a través de ellos, hablan los antepasados, o la patria, o la humanidad, o la clase, que son los heraldos del futuro, o del pueblo, o del progreso o de la libertad. Pero tras la niebla de sus discursos se ocultan tiranos".

El ectoplasma de Marco Tulio se diluyó poco a poco y quedé solo, meditando sus palabras. Entonces recordé el aforismo: "Las voces ancestrales son siempre mentirosas".

Es cierto, y no provienen de ningún pasado inmemorial que se nos ha legado y cuyas leyes debemos observar con reverencia, ni de ninguna necesidad histórica ineludible a la que debemos someternos, ni de ninguna orden de la providencia ante la que nos debemos inclinar, sino del presente. En concreto, de quienes pretenden doblegarnos y que quedemos, como Cicerón, mudos pese a tener la protesta ya en los labios.

Pero, ¿qué libertad tendríamos si se nos negara el derecho a llamar a las cosas por su nombre?