UEDES pensar que lo que sucede en Madrid, antes, durante y después de sus elecciones autonómicas, no te incumbe. Eres muy libre de pensarlo y admito que hasta te sobran razones para desentenderte de algo que por el momento poco o nada influye en tu inmediatez. Por el momento, insisto. Con todo, lo que viene sucediendo en esa comunidad que se pretende el centro de atención y vida de todo un país, un modelo no a seguir, sino a imponer, supone una amenaza seria para la comunidad periférica en la que vives por muy sólida que creas que es. Hay mugres que se contagian y la que anda suelta por Madrid es de contagio fácil: el odio es una enfermedad que tiene tradición y madre de vino picado en tinaja de muertos.

Te guste o no, ese país de la bronca cainita es el tuyo, de manera política, social y administrativa, sentimientos aparte, y sus oleajes y tormentas acaban por alcanzar y agitar el pequeño país en el que vives. Por el momento la dependencia la tienes asegurada. No es lo mismo que el fascismo crezca de manera imparable en un lugar que irradia poder y manías igualitarias de mala traza, enemigas de cualquier diversidad cultural, social y lingüística, que un país gobernado por alguien que estuviera abierto a una nueva Constitución y al derecho a decidir. Por poner un ejemplo que al menos a mí me resulta muy ilustrativo de lo que está sucediendo, que es grave y amenazante.

En el debate de laSerdel otro día no se enfrentaron dos políticos ni dos partidos, sino dos maneras opuestas e irreconciliables en la práctica de entender el mundo, la vida en sociedad, los derechos humanos, las leyes€ todo. Lo sucedido es algo más que la goyesca riña a garrotazos, ineludible y permanente, emblema de un país y de su paisanaje incurable, para ser el del descabello, el garrote, el empujón del más fuerte. Resulta casi imposible reclamarse neutral, espectador sin más de un serio enfrentamiento de una violencia cebada, porque algunos de esos palos van a parar a tu cabeza a nada que se hagan con el poder los profesionales del odio, la mentira, el miedo, el desprecio y el insulto, como formas obsesivas de hacer política.

Hace tiempo que quedó atrás el ser adversarios políticos, somos enemigos y así actuamos. No hay componenda posible. Después de lo visto, oído y vivido en los últimos meses, ya no. La bronca de la Ser ha escenificado algo más que una manera de hacer política: una sociedad enferma. No se trata de siglas ni de partidos sino de ideas de un autoritarismo criminal con voluntad de imponerse con la mentira descarada, hecha verdad por furia cainita y por unos votos no tan incomprensibles como parece, a modo de navajazos traperos.

Me creo que Iglesias, Marlaska y la directora de la Guardia Civil hayan recibido amenazas de muerte, anónimas claro está, en forma de balas de arma de guerra, porque ese deseo de crimen corre libre e impune por las redes sociales desde hace tiempo, absuelto, cuando es denunciado, por magistrados que creen que es cosa de broma o simple libertad de expresión. Prueba a hacer tú lo mismo y te verás en la Audiencia Nacional. Las víctimas de las amenazas y los golpes, son siempre los agresores, como en Vallecas.

Soy escéptico con lo que vaya a suceder a partir de ahora, pero me temo que los debates sobran porque está todo dicho, votos, votos, votos, en lugar de balas, balas, balas, como escribía en 1938 el poeta Rafael Alberti en su Nocturno que recuerdo a menudo:

Cuando tanto se sufre sin sueño y por la sangre / se escucha que transita solamente la rabia, / que en los tuétanos tiembla despabilado el odio / y en las médulas arde continua la venganza, / las palabrasentonces no sirven: son palabras.

Votos insisto, votos, allá, y aquí cuando toque, de movilizaciones no hablo porque para qué.

Está de más echarse las manos a la cabeza y alborotarse, andar de colmos y de asombros vanos. Se veía venir, sí, pero eras apocalíptico, tremendista, exagerado, paranoico si lo decías, y sobre todo aguafiestas.