Todo aquel que se encuentra en una situación incómoda no tarda en hallar argumentos que la justifiquen. Más difícil es llevar a cabo el esfuerzo de reflexión para explicar cómo las cosas han llegado a ser lo que son. Al tratarse de un proceso interno, rara vez lo veremos reflejado en los medios de comunicación. Pero tarde o temprano es necesario transitar la pedregosa senda de la verdad. Cuestiones como responsabilidades políticas, valores de nuestra civilización o la necesidad de planificar a largo plazo, para evitar que las futuras generaciones se vean agobiadas por la deuda pública u obligadas a improvisar en contextos históricos de alto riesgo, pueden ser mantenidas fuera de la mesa de negociación durante algún tiempo. Pero en algún momento volverán a él, traídas por gobiernos fuertes o, en el peor de los casos, de manera urgente y caótica por la dinámica de unos acontecimientos que, como de costumbre, escapan al control de la clase política.

El sistema democrático suizo falla en piezas de su mecanismo que, dicho sea de paso, son comunes a otros países europeos. Primeramente cabe preguntarse si la democracia directa es el foro adecuado para dirimir un tema como el del burka. Las consultas populares resultan útiles para resolver dos tipos de cuestiones: las poco importantes (por ejemplo el horario de una cafetería universitaria) o las muy importantes (incorporación de territorios, pertenencia a alianzas internacionales, etc.). Entre ambos extremos existe una amplia gama de problemas que deben ser resueltos por unos profesionales de la política a los que se les paga precisamente para que hagan ese trabajo, asumiendo las responsabilidades correspondientes en lugar de derivarlas al pueblo. Un referéndum que genera resultados 90-10 olerá a dictadura (como el de Hitler en 1932 para salir de la Sociedad de Naciones). Otro en el rango 51-49 (el Brexit en Gran Bretaña) pondrá de manifiesto una profunda brecha política y social, y por lo tanto, la posibilidad de conflicto.

Con lo anterior no se pretende invalidar las consultas populares como instrumento de gobernanza, sino tan solo recordar que cada utensilio de la caja de herramientas democrática tiene su cometido. Tratar de decidir una cuestión como la del burka mediante un referéndum al pie de los Alpes es como utilizar una cosechadora para pelar de margaritas el jardín de tu casa.

¿Qué hay de los valores supremos de la cultura europea? Sí, esos que ha costado siglos de penuria y guerras de religión consolidar en nuestro actual modelo de convivencia basado en las ideas ilustradas, la tolerancia, el progresismo laico y la igualdad. A lo peor es que ya no merece la pena ni reflexionar sobre ellos. Estamos tan acostumbrados que pensamos que la buena fruta es un regalo de la naturaleza que ya ni siquiera nos molestamos en cuidar del naranjo. Además, defender la cultura occidental es de fascistas. Ningún político profesional de nuestros días se arriesga a dar un paso al frente en este sentido por temor a que le puedan acusar de oscuras militancias ideológicas preconstitucionales. Las consultas populares parecen el remedio más cómodo, incluso en aquellos casos para los cuales no sirven. Total, ¿qué más da? Como las consecuencias las van a pagar otros en un futuro lejano...

Finalmente, no podemos pasar por alto la conveniencia de plantearnos el carácter engañosamente estable de la sociedad en la que vivimos. Los europeos de otras décadas -que superaron revoluciones, guerras, enfrentamientos sociales y privaciones de todo tipo- tuvieron tanto éxito en la resolución de sus problemas, dejaron un legado de estabilidad que a la generación actual le parece permanente, como grabado en piedra. No hace falta trabajar más, ni siquiera preocuparse por el futuro. Con los tanques llenos, el horizonte despejado y ni un solo iceberg a la vista, avante a toda. Es el signo de los tiempos, el mejor humus para la floración espontánea del conformismo, la autocomplacencia, series de televisión mediocres y un estilo de hacer política basado en intrigas de despacho y puertas giratorias. Inútil tomarse el trabajo de argumentar por qué este punto de vista es profundamente erróneo y perjudicial para el futuro de nuestra civilización. Basta recordar la advertencia legada por aquel insigne santo nacional de Euskadi que fue Ignacio de Loyola: "Los que no viven como piensan acaban pensando como viven".

¿Deberíamos hacer también aquí un referéndum para decidir si las mujeres "tienen derecho" a llevar el burka en los espacios públicos? No voy a decir mi opinión porque a estas alturas el lector la debe tener clara. ¿A ustedes qué les parece? ¿No convendría que los políticos y las instituciones emplearan mejor sus esfuerzos y los impuestos del contribuyente planificando la sociedad europea del futuro, en vez de buscar arreglos de circunstancias para prolongar en el presente ambientes de buen rollo pero ilusorios, y de paso quedar bien con los jeques árabes y alguna que otra plataforma de agitadores contra Israel o el rey de Marruecos? Denle un par de vueltas en la cabeza. Sigan el consejo que el general De Gaulle daba a sus ayudantes: no hay por qué hablar de ciertas cosas, pero sí es necesario pensar siempre en ellas.