HORA resulta que M. Rajoy era y es M. Rajoy, algo que saltaba a la vista, salvo que fueras el interesado y sus cómplices, que decían no conocer a ese señor del que todo Dios hablaba. De hecho, ni la sesuda judicatura ni la policía acuciosa, al mando del Fernández, hoy imputado con motivos sobrados, lograron encontrar a M. Rajoy, pese a sus denodados esfuerzos. Y es que M. Rajoy era muy M. Rajoy y mucho M. Rajoy, y no un hilillo de plastilina que se escapaba de la cueva de Alí Babá por la gatera. ¿Dónde estaba M. Rajoy? En medio del chapapote y se le veía a la primera, aunque se autodeclarara invisible por inexistente. ¡Qué bárbaro, cuánta magia!

Pese a que tengo serias dudas de que las revelaciones de Luis el Fuerte den en algo, pensaba que valía la pena asomarse a su tirada de manta, aunque solo fuera por no olvidar la mugre de la derecha española a lo largo de toda su historia, desde el prepostfranquismo de Fraga, el que fuera amo de la calle a tiro limpio, pero ahora no sé qué pensar, porque caigan o dejen de caer noticias bomba desde la manta de Bárcenas o desde las investigaciones periodísticas, aquí no pasa nada. No pasa nada porque la judicatura tiene los ojos tapados y cuenta con que la ciudadanía está tan ahíta como acostumbrada a que le cuenten por lo menudo que sus gobernantes pasados o presentes viven de mangarla.

Bien, así las cosas, por el momento Luis el Mantero ha removido con su mercancía la ciénaga de un partido que no tuvo empacho alguno en mentir con fines políticos sobre la autoría del mayor atentado terrorista sufrido en Europa, que saqueó arcas públicas y privadas, aunque estas por lo fino entre donaciones y repartos de beneficios así obtenidos (sobresueldos) que representaban el enriquecimiento de una clase política de logreros y maleantes, que urdió asaltos domiciliarios al margen de la ley, pero con dinero público, auténtico gansterismo institucional.

Resulta muy dudoso que la judicatura conservadora desenrede de una vez una madeja que se quiera o no va quedando en el pasado, entre otras cosas porque no creo que tenga voluntad de hacerlo. Con la izquierda en el poder, la derecha que representa el PP sigue teniendo un poder nada desdeñable a través de una magistratura afín a ese partido. La prueba, la sucesión de sentencias de claro contenido político y los tribunales como instancia de lujo de la política y argumento inapelable de esta.

El juego democrático español es una guerra en la que todo vale si de conservar el poder y acallar al enemigo se trata. El respeto de los resultados electores pasa por el acoso y derribo, en todos los órdenes, del gobierno que de ellos resulte, al margen de si para conseguirlo se cometen por sistema ilegalidades, indecencias, abusos, actos dolosos o faltas de decoro€ todo esto pertenece por lo visto a un mundo desaparecido, de otro siglo, y ahora mismo de antes de que fuéramos acometidos por la calamidad pandémica.

Peligroso momento este en el que está claro que nos hemos visto las caras y que los maleantes actúan sin recato alguno y exhiben el desprecio de quien tiene poder hacia aquellos que no lo tienen y deben padecerlo.

Para muestra un botón: las declaraciones de la pepera Rubio, directora del hospital de Alcalá de Henares, que suenan a delictivas, al margen del desprecio y su falta de decoro: una especie de secuestro de enfermos en la medida en que trata de incomunicarlos para hacer con ellos lo que le convenga a su partido, porque son gente de partido y en él medran. Ni dimite ni la cesan.

Eso quiere decir que quien tiene poder puede hacer lo que le dé la gana, algo que fue ejercido por M. Rajoy y sus correligionarios del Club Alí Babá, con constancia y auténtica maestría a lo largo de unos años intensos, de verdad inolvidables, y que, se ve, dio sus frutos, pues creó un clima, una extraña forma de vida que florece en el presente, ese en el M. Rajoy no es M. Rajoy, aunque lo sea en su mismidad más ensimismada, sino otro, un fantasma, puro ilusionismo poético representado en la escena de la política y la administración de justicia españolas con la certeza de que su público, togado y no togado, traga y aplaude el numerito.