ARA quienes vivimos en Euskadi el torbellino del revolucionarismo a finales de los setenta, las insurrecciones en Irlanda del Norte, Nicaragua, El Salvador o la de Irán, forman parte de una memoria generacional. El régimen de los ayatolás liderado por Jomeini antes de ser capaz de imponer una dictadura islámica tuvo que enfrentarse a múltiples obstáculos, y combatir, hasta derrotarla, a una oposición que se había enfrentado a la tiranía del Sha. Uno de aquellos opositores fue el último primer ministro que designó Reza Pahlaví, quien durante casi cuarenta años pretendió ser rey de reyes. En realidad, el Sha de Persia era más bien un fantoche, heredero de un militar, al que, tras un golpe de estado en 1925, occidente arropó para tener bajo control el petróleo iraní. Sucedió a su padre cuando aquel fue obligado por Londres a exilarse, y el mismo, tras perder el poder fue repuesto en el trono tras un golpe de estado organizado por la CIA con ayuda británica. Antes de ser definitivamente depuesto, la dinastía celebró su particular momentazo. Para atribuirse la herencia histórica del Imperio persa, levantó un resort de lujo junto a las ruinas de la antigua capital aqueménida, un acontecimiento a donde acudió la oligarquía internacional de la época y que tuvo gran resonancia en la prensa del corazón. Entre los asistentes figuraron los entonces Príncipes de España y herederos de la dictadura franquista: Emérito I y señora.

Entre la empobrecida población persa, semejante boato -los fastos de Persepolis engulleron buena parte del presupuesto estatal- provocó una oleada de agravios que terminaría años después en la Revolución Islámica. Para tratar de encontrar una salida a una situación que se le iba de las manos, el Sha decidió nombrar primer ministro a Shapur Bajtiar, uno de los líderes del opositor Frente Nacional. En sus memorias de los 36 días como primer ministro a principios de 1979, Bajtiar justifica la aceptación del encargo como un medio para impedir que el islamismo y la izquierda revolucionaria se hicieran con el dominio de la política iraní, como finalmente ocurrió. Pero la transición iraní, a diferencia de la española, fracasó. Bajtiar, que tenía sus orígenes en una de las minorías lingüísticas y nacionales que configuran el puzle iraní, perdió a su padre cuando tenía veinte años, ejecutado por Reza Shah, el padre del sha. Como en un libreto trágico, él también sería asesinado en 1991 en el exilio parisino por los servicios de inteligencia iraníes. Previamente, en 1980, había sobrevivido a un atentado donde murió un vecino y un policía francés. Diez años después, un año antes de su asesinato y del de su secretario personal, el presidente Mitterrand indultó a los cinco miembros del escuadrón de la muerte que habían sido condenados por la justicia francesa.

Tras la revolución, el primer presidente de la república iraní, Banisadr, también tuvo que exiliarse en Francia, donde aún vive bajo intensa protección policial. Como Bajtiar, Banisadr trató de dar una orientación laica a la revolución y uno de sus apoyos para oponerse a los ayatolás fue el grupo de los Muyahidin del Pueblo. El Mek, como son conocidos por su acrónimo farsí, combatió a la dictadura del Sha y luego disputó el liderazgo al islamismo de los clérigos chiítas. En el feroz enfrentamiento a las dos tiranías, los ideales humanistas dieron paso al ejercicio de una violencia despiadada. Cientos de atentados contra la dictadura islámica, recurriendo incluso a asesinos suicidas, les catapultó como la principal organización de oposición. Forzados a la clandestinidad y luego al exilio, donde Sadam Husein les proporcionó un refugio cerca de Bagdad, la organización disfrutó de las rentas de varios pozos petrolíferos. En el gran juego, EE.UU. decidió que representaban una baza contra el poder de los ayatolás, así que han continuado protegiéndoles hasta el punto que, en 2016 sus efectivos fueron reubicados junto a la base americana más importante de Europa, en la provincia albanesa de Durrës.

Lo que podría ser una oscura referencia de política internacional, cobró actualidad y cercanía cuando el defenestrado líder de Vox y antiguo europarlamentario del PP, Alejo Vidal-Quadras, reconoció que la principal ayuda económica para disputar las elecciones al Parlamento de Estrasburgo en 2014 había sido una donación de los Muyahidín del Pueblo, grupo que durante años fue considerado como organización terrorista por la Unión Europea. No deja de resultar inquietante que una organización que evidentemente está bajo la supervisión de la inteligencia americana contribuyera a promocionar a una organización como Vox.

Aunque a veces se pone sobre la mesa mediática, el empleo que Rusia hace de la desinformación para debilitar a EE.UU. o a la UE, solo ocasionalmente la prensa generalista publica noticias sobre la campaña de asesinatos selectivos que la administración americana desarrolla por el mundo mediante drones desde hace más de una década, o sobre los secuestros y torturas -destino Guantánamo-, organizados desde el Pentágono o Langley. Buena parte de la opinión pública prefiere no querer enterarse de lo que pasa, y cuando la retórica sobre "la defensa de los valores, la democracia y los derechos humanos", choca con realidades atroces suele recurrirse a una suerte de alfombra comunicativa donde se esconde la porquería que chorrea el poder. Creer sus propias mentiras es un ejercicio indispensable para quienes en un sentido difuso viven de la política, pero ser abducido por la ficción también es un problema. Aunque desde que existen registros, la historia está plagada de ejemplos de abusos de poder, desinformación y mentiras, la humanidad también ha dado innumerables ejemplos de búsqueda solidaria de la verdad, reparación y justicia para con las víctimas de los abusos. En un tiempo en el que el mundo parece que está siendo conducido hacia una Torre de Babel donde la comunicación veraz cada vez resulta más difícil, se extiende la sensación de que mentirosos compulsivos e incompetentes han ocupado las instituciones .

El desprecio a la verdad resulta más visible en sociedades abiertas, pero la alternativa de la eficiencia con la que juegan autoritarismos como el chino, ahora con la pandemia, ocultan una corrupción todavía mayor. Quienes aún podemos expresarnos públicamente sin estar sometidos a censura tenemos un compromiso con quienes no cuentan con ese derecho o les ha sido arrebatado. No lo olvidemos. * Profesor de Derecho Constitucional y Europeo de la EHU/UPV