OMOS personas limitadas. Hay quienes lo aceptan y buscan siempre más allá, sabiendo que tenemos un hermoso pero limitado horizonte, y hay quienes nunca levantan la mirada más allá de unas pocas yardas a causa de la propia miopía vital, pero dicen reivindicar la libertad. Reconocemos que en toda clasificación hay miríadas de matices para considerar la naturaleza humana, tan frágil, por cierto, que a pesar de nuestras bravuconadas ve cómo cualquier enfermedad nos perturba, más si está asociada con esta malhadada pandemia.
Cuando nos dicen que la situación pandémica, y la emergencia, se van a prolongar más lunas de lo que pensábamos, los sentimientos positivos y de sentido acumulados en la vida realizan ciertas muecas de incomprensión y desesperanza y tendemos a reclamar ayuda para poner un poco de orden en esta comparativa de sensaciones positivas y negativas. ¿Lo conseguimos?
A veces, para despejarnos y despojarnos de algunas sombras, ponemos la televisión y nos dedicamos a almacenar datos. Lo peor de todo es que ese maremágnum de información no nos acerca al conocimiento. Se produce tanto ruido o fatiga informativa que llegamos a considerar que todo es relativo y en ninguna parte hay fundamento, mientras se reparten las responsabilidades de lo que sucede a terceras personas o administraciones. De esa manera, el tiempo se estira y se encoge según los datos que voy recibiendo. ¿Me tocará? ¿No me tocará el virus? Y no falta quien se encuentra por encima de todo y se convierte en turista de la vida, que visita solamente los lugares que le apetecen, y hace del negacionismo, o la necesidad de la fiesta, una bandera reivindicativa. Otra cuestión bien diferente es la acción reivindicativa de quienes pierden sus puestos de trabajo.
¡Somos tan frágiles€! Es frágil la salud, la economía, la vida. 2021 nos llama a recordar que no podemos vivir en la ficción de que tenemos el mundo en nuestras manos, de que estamos por encima de todo. Nuestras democracias se han ido construyendo al grito de la libertad, frente a absolutismos, aunque en el camino hayan quitado la libertad a otros pueblos para hablarles de libertad. Nuestras democracias liberales reivindican hoy la libertad de actuar individualmente, pero esa expresión lleva a sectores de la democracia norteamericana a vincular la libertad de actuar individualmente con la libertad de utilizar armas, como si con ello afianzásemos la equivocada convicción de que somos dueños de la vida y de la muerte. Tal deformación de la libertad puede llevar el germen de intermitentes matanzas indiscriminadas, y de algún que otro suicidio colectivo. Aunque todas las realidades son muy complejas, no falta algún eco de estas observaciones en los acontecimientos vividos últimamente en torno al Capitolio, en los Estados Unidos.
Nuestras instituciones se fundamentan en un contrato social de colaboración, y es significativo que, en este momento tan especial, en el contexto de pandemia, activemos la resolución del problema con medidas económicas mediante las cuales nos proponemos combatir la enfermedad como una forma de salir de la vulnerabilidad. Hay una exhibición de fortaleza de las farmacéuticas, con países que alardean de su potencial vacunando antes que nadie. Y tendemos a pensar que así, con unas vacunas eficaces, y ojalá lo sean, ya se han resuelto los problemas de fragilidad. Decimos con la boca pequeña que si no se vacuna todo el mundo no se ha resuelto la pandemia, pero nos peleamos por ser los primeros en recibir el mayor número de dosis, más de las que necesitamos, por si acaso, no sea que€ y alejamos en la práctica a otros pueblos que tienen menos recursos para activar los procesos de vacunación.
No hay solidaridad entre países para compartir la vacuna, sino que existe una competición por hacerse con la vacuna, aunque determinadas medidas dan prioridad a las personas más vulnerables, frágiles y dependientes desde el cuidado. El inicio de la vacunación en las residencias de ancianos y personas dependientes es una buena iniciativa, pero puede responder a una mala conciencia por la desatención experimentada durante muchos años, y también al inicio de la pandemia, o quizá para evitar alarmantes cifras de mortandad con el fin de poder exhibir menores datos en la cuenta de resultados de mortalidad. Es lícito dar prioridad también al personal sanitario, y al que se dedica a actividades esenciales. Es preciso que no dejemos a un lado la realidad de interdependencia total, y no solo entre los miembros de nuestra sociedad, sino también desde una mirada global, ahora que tanto hablamos de globalización.
Pero si eso no se ha respetado a lo largo de la historia, si hay demasiadas comunidades empobrecidas en nuestro mundo que, como no forman parte de nuestra comunidad cercana, no pueden reclamar ningún derecho para conseguir una vida más digna, es un avance esa revisión crítica actual de los procesos de colonización, de las causas y consecuencias de las guerras, especialmente las denominadas mundiales, con la falta de percepción que se tuvo de la violencia en los campos de concentración, en el exterminio de amplios sectores de población donde la violencia se hacía invisible, a pesar de las cifras. Y de la misma manera que la historia nos juzgará por el trato dado en la actualidad a las personas inmigrantes, que son el resultado de injusticias, guerras y desigualdades, puede que también nos juzgue por la desatención a tantas personas vulnerables a quienes hemos negado tantos cuidados. Y eso, en tiempos de pandemia se agudiza, aunque de momento se haya corregido algo, si bien determinados datos no aparecerán en los informes de situación.
Parece no haber duda en que el voluntariado en los cuidados dignifica a quien lo practica y a una sociedad. Llega hasta donde no llegan las instituciones, pero deja a un lado los cuidados como derechos que pueden ser reivindicados en un juzgado o en el parlamento. Así, dejamos a un lado el derecho a los cuidados ante la vulnerabilidad. No lo incluimos como tal en los Derechos Humanos y, además, quizá no se conveniente incluirlo en el listado actual, porque una democracia de baja intensidad reivindica cada vez más derechos, pero quizá dejamos a un lado los fundamentales, y ampliando el listado convertimos tal aspiración en una reivindicación de baja intensidad que deja a un lado el relato de la fragilidad humana. Es necesaria una perspectiva nueva para una reformulación en la Declaración de Derechos Humanos.
Somos seres con un cuerpo físico que, entre otras cosas, percibe la propia fragilidad porque es limitado, depende de otros seres, sufre, tiene hambre, se fatiga€ y tiene necesidad de cuidados, como Benjamina, aquella niña que, hace medio millón de años, fue cuidada por la comunidad en Atapuerca. pero aún no hemos aprendido a organizarnos desde el derecho humano universal a los cuidados.
* Escritor