AS letras de mi ordenador escriben sin querer covid. La vida nos ha cambiado tanto que hemos perdido un montón de ilusiones que han desaparecido del calendario. Citas con fecha de agosto, bodas para septiembre, aniversarios de octubre. Todo se ha diluido en el aire. Las revistas de moda -una de mis pasiones- han dejado de interesarme. Ningún vestido es bonito con una mascarilla. El otoño llegará sin cambiar el armario, quizás compremos una bufanda o un foulard vistoso que tape la nariz y la boca.

La vida se ha modificado tanto que, si escribo una novela, las descripciones se han parado. La gente normal, ha dejado de serlo. Los personajes que pueden salir de mi imaginación tienen mascarilla y no puedo describir más que sus ojos. La nariz, la boca, la ternura de la piel esculpida en las arrugas, hay que inventarlas.

Los nuevos lectores solo verán un cuarto de cara y, con ese pedazo de rostro, no es posible describir a un investigador, a un detective o a un ladrón. No ocurre nada más que el coronavirus. Los actores de cine tendrán que rodar en platós esterilizados donde no se pueden vivir aventuras extraordinarias sino escenas fijas.

Me desespera no ver a los novios besarse en un banco del muelle. Solo en algunas zonas -privilegiadas terrazas- momentáneamente se olvida la mascarilla y, en este instante tan corto, queremos olvidar la realidad de ese encerado de escuela que tenemos delante y continuamente borra la solución de los problemas. La calle es más fea. La gente se arregla menos, la coquetería se ha tapado la cara y todos parecemos maniquíes ambulantes iguales, uniformes, con la tristeza comiéndonos los pensamientos, porque pensar es peor.

Me he hermanado con las mujeres que llevan burka por obligación religiosa, aunque no vean dónde pisan, ni aspiran el aire que les rodea. Las había criticado por someterse al machismo obsesivo de sus maridos. ¡Qué sé yo de lo que se puede hacer por amor! Apenas nada y lo que alguna vez intuí lo he olvidado. A nosotros nos han obligado, a hombres y a mujeres, a vivir ese suplicio laico y constante que, ni siquiera con una imaginación ardiente, podemos pensar que algún día llegue.

Es curioso añorar una vida de hace cuatro meses, añorar la libertad que teníamos sin ser conscientes de esa riqueza. La felicidad es momentos y esos momentos se han diluido como el agua. Los hemos perdido sin ser conscientes de la pérdida.

Alessandro Barico en la novela Tierras de cristal escribe: "Porque es así como te fastidia la vida. Te pilla cuando todavía tienes el alma adormecida y siempre en su interior una imagen, o un olor, o un sonido que después ya nunca puedes sacarte de encima, Y aquello era la felicidad. Lo descubres demasiado tarde. Y ya eres, para siempre, un exiliado: a miles de kilómetros de aquella imagen, de aquel sonido, de aquel olor: a la deriva."

¿Qué hacer ahora?¿Cómo reinventar una felicidad que nos tapa la cara durante largos meses?

Después de tantas PCR positivas y negativas, de tantas incongruencias, de tantas informaciones y desinformaciones sobre la verdad de los múltiples análisis que nos pinchan la piel en busca de un bicho. Un diminuto bicho que nos dicen que es inventado, otros que es cierto, algunos que fue programado. Al fin, prisioneros en nuestro propio mundo, en nuestra propia casa, vemos asustados el desplome de la economía que tanto nos ha costado construir. Nos es imposible imaginar un futuro porque nuestro futuro es ahora. Ahora mismo. Y nuestro ahora se derrumba como un monstruo fabricado para una película de ciencia ficción. Creo que alguien controla nuestro silencio. Forzado. Alguien -estoy segura- nos ha puesto un bozal para que seamos como los animales.

Necesitamos sacar de nuestra vida el baúl de recuerdos maravillosos. Cada día podemos sacar uno y recrearnos en él. Volver a vivir lo vivido y seguir con la mascarilla que quizás nos proporciona momentos buenos. ¿Saben ustedes que el sol es estupendo para matar a ese bichito que nos ha quitado la paz? Pues a tomar el sol. Siempre hay un sitio que nos espera con una tumbona, una toalla o una terraza. El sol es vida y esa vida es la que tenemos que disfrutar a tope.

Cuentan las leyendas que cuando la tierra era oscura y siempre era de noche, los que vivían en el cielo se reunieron para crear el sol. Hicieron una hoguera y, para que apareciera la luz, un hombre tenía que tirarse a la fogata. Había dos hombres dudando. El más valiente se lanzó primero y nació el Sol; el más débil lo hizo después y nació la Luna.

En la mitología romana, Apolo es el dios del sol y Luna la diosa de la noche. Los griegos llamaron Helios al Sol y Selene a la Luna. A lo largo de las leyendas de la tradición, el Sol y la Luna siempre estuvieron enamorados, pero nunca podían verse y ambos astros sufrían en su eterna soledad.

Según los vikingos, los caballos de crines de escarcha tiraban el carro de Nött (el Sol) y los caballos de crines brillantes tiraban el carro de Darg (la Luna). En el cielo se vivía un eterno desamor hasta que un dios -quizá el más olvidado- creó el eclipse. En ese instante el Sol y la Luna se miraban y se besaban apasionadamente en la intimidad de la oscuridad. Y ya nunca estuvieron tristes porque sabían que cada cierto tiempo volvería un eclipse. En este tiempo de desazón, mientras los rayos de Sol nos acarician la piel y la Luna hace más bonita la noche, tenemos que pedir a los dioses que nos cuidan un eclipse que rompa el hechizo de este tiempo oscuro y sin sentido. El mundo de silencio que "otros dioses" han decidido imponernos, nos está separando a las mujeres y a los hombres de la tierra.* Periodista y escritora