L pasado martes, el Consejo de Ministros aprobaba un proyecto de Ley sobre el Cambio Climático de una gran importancia para Euskadi. Tan importante que puede significar la alteración, por la vía de hecho, de lo que significa el Concierto económico para Euskadi.
El Cambio Climático nos trae un cambio de paradigma en lo social, político y económico. No es una ley cualquiera porque para un Territorio con un peso industrial como el vasco significaría nuevos retos con oportunidades y riesgos.
Como hay que ser optimista, las oportunidades se nos abren en que el peso del sector energético en Euskadi es grande y no nos extrañará su nueva expansión.
En cambio, tenemos el riesgo de que se modifiquen los parámetros que tengan que ver con el ingreso fiscal, y esto ya son palabras mayores.
Iberdrola tiene su sede en Bilbao y cómo le vaya a afectar la Ley tiene una gran importancia. Lo mismo podría decir de Petronor. El futuro de los combustibles fósiles está claro que va a tender a cero y eso supone mucho dinero. Cualquier cambio estratégico puede suponer mayor o menor ingreso fiscal y esto no es baladí. Repsol ha entrado en el mercado eléctrico como salida al cambio pero, qué pasa con Petronor, algo habrá de hacerse.
Hoy planteo la reflexión pero está claro por donde debe transitar el futuro.
La reciente entrada de Total, comprando los activos de EDP, ya indica por dónde quiere ir.
Tengo la impresión de que no se ha hecho una evaluación de las consecuencias de la nueva Ley pero, sus consecuencias serán ingentes.
La energía va a ser un motor industrial, lo es ya, de primerísimo nivel. La transición energética está significando una gran oportunidad de proyectos industriales que serán el futuro del país tanto en empleo como en ingreso fiscal que garantice el estado de bienestar. Entre esos proyectos industriales está el desarrollo de las pilas eléctricas o el estratégico impulso al hidrógeno de modo que la transición energética sea ordenada y eficiente. No es, pues, una Ley cualquiera y tenemos que decidir para dónde vamos a ir y con quiénes y cómo haremos el camino.
Ahora sólo pretendo abrir una reflexión en esta etapa de confinamiento pero no queda demasiado tiempo para decisiones muy importantes porque la ley se ha puesto en marcha con la aprobación del proyecto.
Así mismo, hay que indicar que pronto vamos a elecciones y este asunto será de los más importantes porque implica que una piedra angular como es el Concierto será sometido a tensión del ingreso. Por ello, el próximo Parlamento Vasco será muy importante.
A carrera está abierta, pero no sabemos dónde nos llevará. Laboratorios de todo el mundo corren desesperadamente tras esa vacuna milagrosa, pero el verdadero milagro consistiría quizás en detener nuestros colectivos y pulsar un pause serio y responsable; sería empezar a tomar profunda conciencia de en qué hemos errado.
La solución final a la pandemia planetaria no puede ser el pincho en vena. Ha de tener más que ver con mirarnos a nosotros mismos, sincerarnos y observar de qué forma hemos conculcado las leyes naturales.
Tiene que ver más con la exploración de una nueva vida en armonía con los reinos animal, vegetal, mineral, por supuesto humano que nos rodean. Necesitamos que alguien nos hable de unos temores que minan salud, paz y mañana, que algún influencer glose la vacuna gratuita y sin ningún efecto secundario que representa el contacto con el sol, el agua y el aire, sugiera unos hábitos naturales que nos cargan de defensas.
No cuestionaremos que el maletín con la nueva vacuna contra el coronavirus llegue a la residencia de ancianos, pero no perdamos la oportunidad que el tan denostado y ya acorralado bichito nos ha traído para cuestionar una civilización que mucho destruye la madre naturaleza.
El parche, la vacuna, nos puede confundir; nos puede dar a entender que representa la solución definitiva y así dar más cuerda a un modelo sin futuro alguno. Nos puede engañar haciéndonos olvidar la raíz del problema. Las soluciones fáciles raramente son las definitivas. Demasiado a menudo el milagro elude responsabilidades. A la ciencia tampoco se la puede dejar sola en el reto de superación de la pandemia. Ha de ir de la mano de la ética planetaria.
La palabra vacuna debiera ser despojada de su hálito divino, no debiera tener ninguna connotación mágica. No puede ser freno a la revolución verde y solidara pendiente, refugio de nuestros errores, excusa para eludir las grandes transformaciones que hemos de llevar a cabo.
El antídoto sólo no basta. Es preciso remontar al mundo de las causas. Depositar toda la esperanza en la tentadora vacuna es engañarnos a nosotros mismos, pues de esa forma eludiremos reparar en el verdadero origen de la crisis: las enfermedades infecciosas se multiplican con la destrucción de la Naturaleza.
No somos radicales anti toda vacuna, somos firmes antiamnesia que no queremos olvidar cómo empezó todo esto. No podemos huir de apaño en apaño, eludiendo las grandes cuestiones que va generando nuestro paradigma insostenible, en demasiada medida individualista, materialista y depredador de la Vida y sus Reinos.
Una civilización que va despistada de pincho en pincho, de parche en parche no dará con su anhelada salud, merecido bienestar y definitiva armonía; no encontrará su superior destino.