He visitado Monte Avril, escenario en el que tuvo lugar la cruel batalla previa a la toma de Bilbao por las tropas moras y rebeldes de Franco. Tengo el recuerdo del relato que mi abuelo nos hacía, contándonos las hazañas que los gudaris protagonizaron. Supongo que en el relato habría algo de fantasía, pero era una gesta de mis compatriotas. Al entrar en el búnker me ha surgido un profundo sentimiento de perdedor. Nunca había sido consciente de ello porque los vencedores borraron todo indicio de lucha, como si la guerra hubiera sido una aventura imaginaria, pero que ganaron los buenos que eran ellos. Me ha impresionado la reconstrucción de la lubaki porque ilustra la limitada capacidad material de nuestros gudaris, pues carecían de armamento y equipos, faltaba organización y sobre todo carecían de la saña necesaria para rechazar a las tropas rebeldes. Lo único que les sobraba a los gudaris era valor, aunque sus mandos profesionales fueran unos inútiles. Me queda aún la esperanza de que logremos aprender de los catalanes: han surgido del pueblo líderes ejemplares que después de múltiples sacrificios, encarcelados y huidos, ahora están a punto de lograr con inteligencia, patriotismo y sin violencia la autodeterminación soñada. Las actuales autoridades vascas son deudoras de un mínimo reconocimiento del sacrificio de aquellos gudaris anónimos.