LA viuda de un guardia civil asesinado por ETA en Nafarroa sabe que el dolor es suyo. No se le puede imponer cómo gestionarlo ni que salude a la presidenta María Chivite en el homenaje a su marido. Su dolor es real aunque el relato que lo acompaña esté jalonado de intereses ajenos y espurios y la victimice doblemente: por el asesinato y por el secuestro de su presente. El primero fue cosa de ETA; el segundo, de quienes le han hecho creer que Chivite gobierna “con etarras” y no es sincera en su empatía porque “no piensa como yo”. La arropan con sus siglas pero se alimentan de su dolor. No suman.