NO ha amanecido. Miro el cielo de color rojo y me siento en la mesa dónde espera mi ordenador silencioso con deseo de que lo abra y lo llene de palabras. Esta mañana, que aún no ha llegado, tengo encima el periódico de ayer. Leo por Internet el avance de los diarios del día y son iguales. Últimamente me he cuestionado la posibilidad de vivir sin información y creo que es una idea interesante. Tristemente, los sucesos se repiten y rara vez nos sorprende un titular desconcertante. Nuevas elecciones es el runrún que nos ha acompañado como las chanclas de ir a la playa todo el verano. Si por una casualidad a última hora no se celebra la vuelta a las urnas, tampoco nos llamará la atención. ¿Pero usted, el señor que pasa por la acera contraria y un millar -dos, o tres millares o más- están dispuestos a volver a votar?

En estos días de calor, los comentarios -siempre fugaces porque la gente se cansa de todo- eran claros. Yo me quedo en mi casita, si hace bueno salgo a pasear, me tomo un aperitivo y no abro ningún sobre de los que me traiga el portero.

¿Adelantamos algo con las nuevas elecciones? Me temo que no. Si el partido más votado no consigue formar gobierno en otras elecciones, pasará más o menos los mismo o peor. Cabe que, si usted votó PSOE, salga Vox y, si su voto fue para Vox, gobierne Podemos Unidas. Siempre estamos en las manos de los pactos, esos pactos que remueven los votos como quien hace un cóctel, les dan vuelta artísticamente y los ponen en una copa con hielo, limón, dos aceitunas y una guinda para que nos lo bebamos felices con un platito de rabas. Este vermú será el que nos espere con elecciones o sin ellas para el otoño. Un otoño que no será caliente sino frío, como los cuadrados de hielo de nuestra copa.

Opciones iguales Según los analistas políticos, las propuestas del PSOE y Podemos Unidas son casi idénticas, como un calco de los de antes. Cuando no había fotocopiadoras y ordenadores, poníamos en el folio una lámina fina y negra (podía ser también roja o azul) y así conseguíamos dos copias, aunque manchaban los dedos. Si queríamos tres, otro calco y así hasta que las letras no se veían con claridad y quedaba el texto en un borrón dónde se leían con dificultad las palabras. Normalmente nunca necesitamos más de dos copias.

El ciclostil nos solucionó el problema. Los panfletos se lanzaban al aire para que los viandantes pudieran leer opiniones distintas a las establecidas. Ahora no. Cada partido, con libertad, escribe su programa y lo reparte (lo buzonea). Una vez todos informados, limpiamente, elegimos. Pero, ¿qué pasa si los programas se repiten y se calcan? Tenemos que usar la imaginación o meter nuestras manos en los bolsillos y cantar Boga, boga.

Los jubilados ya no votan por votar. Exigen sus derechos y los ancianos se enfadan si les dirigen en una silla de ruedas de nuevo a votar. Quizás las únicas que salgan gozosas de su anonimato conventual sean las religiosas, porque a ellas ni les va ni les viene el resultado electoral. Ya no creo que exista ningún Mendizábal que desamortice sus monasterios. El resto de mortales creo que se pensarán su nuevo voto seriamente -¡si van!- porque vivimos dentro de una tomadura de pelo que difícilmente destila cordura.

De la edad de la ternura que me inunda de años a mí y a otros amigos como yo pasamos a los jóvenes del futuro que, quizás, voten con sus 18 años recién estrenados por primera vez. ¿Que ilusión van a tener en esta algarabía inconexa de partidos? ¿A quién pueden votar que responda a sus necesidades sociales, culturales, de empleo?? La verdad es que al leer-si leen- sí verán un montón de palabras bonitas, ofertas interesantes y soluciones imposibles que les harán creer que son transparentes.

Verán, si me dejara llevar por mis instintos primitivos -algo que hay que dominar, aunque sea por educación- con los posibles nuevos sobres electorales que nos envíen haría una pelota con todos juntos y la lanzaría a la ría. Aunque en este momento ecologista, hasta este gesto estaría mal visto, porque la pobre ría ya recibe bastante porquería reciclada y sin reciclar.

Querer no es poder Desde niña tengo un lema: querer es poder, pero, el domingo, leyendo un horóscopo -soy así de ingenua, leo los horóscopos y cojo lo que me gusta- en un periódico donostiarra, me sorprendió. Era un horóscopo sensato, no de hablar con las estrellas y decía: “Tener no es valer”. ¡Qué gran verdad!

He estado equivocada mucho tiempo con estas tres palabras. Hay que luchar, como leones para conseguir lo que se desea. Y no siempre se logra. Creo que estas tres palabras las pondría a la entrada de los colegios electorales. Porque tener palabras y argumentos para ganar tienen todos los partidos políticos, pero valer -es decir, hacer las palabras realidad- es soñar con que las adivinanzas semanales para Acuario, Sagitario o Piscis, sean dogmas de fe.

En fin, el gobierno y nosotros con él estamos sujetos en el vacío, colgando en un hilo de seda. Me temo que este hilo no va a tejerse con esmero para convertirse en mariposa. Cabe la posibilidad -los sueños son libres- de que, si se enrolla con delicadeza este lío, en La Moncloa tengamos pronto una mariposa dormida que, al desplegar las alas, se convierta en un ser tan bello como indescriptible. Un John Fitzerald Kennedy al que cante canciones de amor Marilyn Monroe. Lo peor es que nunca llegue a mariposa y se quede en larva. Imagínense, el susto de los americanos cuando, democráticamente, eligieron a Donald Trump. Querían un príncipe, no un pájaro loco.