CÓMO va el mundo? ¿Qué es lo que está pasando? ¿Cómo informarnos? Existen diferentes medios para ello. Los más ordinarios: prensa, radio y televisión. Los modernos se resumen en uno: internet. A partir de ahí, existen muchas opciones. La principal, acudir a webs de medios de comunicación de prestigio reconocido. En este caso, están apareciendo medios que únicamente tienen versión digital. Cuestión de costes. No obstante, hay más posibilidades. Las redes sociales, que permiten opciones para estar informados. Los buscadores, si se marca la cuestión que nos preocupa y se acude a webs que den información relacionada con la misma. O Wikipedia, aunque para ello se debe confiar en la constante actualización de la web. Sea de una u otra forma, este último instrumento es útil para abordar cuestiones más antiguas o notas históricas siempre que se cumpla una condición: contrastar datos.

Si nos quedamos con un medio habitual, ése es el de la televisión y el célebre “parte”. Se supone que una imagen no engaña, aunque existen avances tenebrosos en el mundo de la tecnología que permiten oír a alguien decir algo que no ha dicho nunca o ver un hecho que no es real. Preguntaba Groucho Marx, con una expresión ingeniosa: “¿De quién quieres que me fíe, de ti o de mis ojos?”. Hoy la frase ya no es segura.

Los apartados de un telediario son diferentes a los de un periódico. En la prensa se suelen abordar por separado temas como las noticias nacionales, internacionales, regionales, opinión, deportes, economía, secciones culturales, agenda y los datos útiles. Si hay alguna catástrofe natural, su magnitud y cercanía hacen que aparezca con más o menos espacio en la portada, pero la ampliación de la información estará en su sección correspondiente.

No funciona así en el caso de los telediarios. En ellos se ofrece un sumario principal que agrupa las noticias por orden de importancia, y posteriormente se van tratando a lo largo del tiempo que dura el informativo. Los días más tranquilos, aquellos en los que no existe alguna noticia especialmente destacable, se abordan temas políticos y asunto arreglado. Bueno, habría que hacer un matiz: se debe distinguir entre puestos para políticos y acciones políticas concretas. Durante la mayor parte del tiempo, y más aún después de la gran cantidad de elecciones que hemos tenido, todos los asuntos han ido al primer apartado. Por fin, la reciente elección de Concha Andreu como presidenta de La Rioja ha cerrado el escenario autonómico. Ahora toca prepararse para recibir, de manera pesada, el juego de sillas correspondiente para el gobierno central. Nos espera una buena.

En este escenario, ¿se aborda lo importante, que son las políticas concretas? Claro que no. Todos los discursos que hemos escuchado han sido pesados y aburridos: se promete mejorar la sanidad, la educación, ser competitivos y, lo más importante, siempre se va a “gobernar para todos” y siempre “se tiende la mano a todos los partidos, ya que el diálogo es lo primero”. Cómo hacerlo... lo dejamos para después de las próximas elecciones.

Entonces, ¿cómo se explica una estructura tan diferente en los periódicos y en los telediarios? Ya es más complicado de entender. Al menos, debe quedar claro que estos informativos tienden a infravalorar las buenas noticias y a sobrevalorar las malas noticias. Toca remarcar, eso sí, otra clave principal y asombrosa: los nuevos periodistas. ¿Nuevos? ¿No estaba la prensa en crisis? ¿Cómo puede ser? Pues sí, los nuevos periodistas somos usted y yo. Los nuevos periodistas somos todos. Reflexionemos un poco: una gran parte del telediario son grabaciones de particulares. Este aspecto tiene un punto muy triste: nos pasamos todo el día grabando, de manera que una aptitud humana fundamental como la atención se traslada a un triste y simple teléfono móvil. Pero vamos a volver a lo principal: partidos de última división con polémica, peleas callejeras, accidentes de tráfico... Todo es susceptible de ser grabado por un tercero. Esto tiene una ventaja, cualquier matón de calle pensará: “Ya no se puede ni dar una paliza tranquilo. Cualquiera me puede estar grabando y, claro, después todo son problemas”. Y ese aspecto, sin duda, es genial. Pero por otro lado crea desconfianza. Si encontramos una cartera en el suelo podemos pensar: “lo mismo me están grabando en una cámara oculta para algún concurso o para hacerme una prueba”. Quizá limite la libertad individual de las personas y nos haga ser más precavidos en nuestra vida cotidiana, pasando a ser aquello que está bien visto por la sociedad, no aquello que queremos ser. Cuando George Orwell escribió 1984, todos aprendimos lo que era el Gran Hermano, un ojo que todo lo ve y que sirve para mantener controlada a toda la sociedad. Hoy, el Gran Hermano somos todos y sus pantallas son públicas.* Profesor de Economía de la Conducta de la UNED