Como si de una telenovela se tratara, un mes después desde la fallida investidura de Pedro Sánchez, todo sigue más o menos igual. Mismas tramas, mismos protagonistas, mismo guion. Algún pequeño matiz porque el espectáculo debe continuar pero, salvo algún documento más o menos voluminoso y la enésima ronda de reuniones, todo está donde lo dejaron. Con una diferencia, claro, esta vez no hay segundas oportunidades y, si el PSOE y Podemos siguen sin entenderse, volveremos a tener elecciones generales.

La negativa a retomar las negociaciones en el punto en el que las dejaron por más que Podemos haya escenificado de manera más o menos disimulada su arrepentimiento por no haber aprovechado su oportunidad, pone muy en tela de juicio la voluntad del PSOE de conformar nada parecido a un gobierno de izquierdas.

Queda por saber si habrá o no una nueva sesión de investidura o si desde Ferraz apuestan por escenificar el desencuentro a través de los medios de comunicación, pero lo cierto es que, ahora mismo, da la sensación de que el PSOE está pensando más en las urnas que en el Congreso.

Sigue sin estar claro si el objetivo del PSOE forzando esa nueva cita electoral es el de reforzarse o el de debilitar aún más a un Podemos en horas bajas, supongo que los estrategas de Sánchez dirán que ambos, pero si hay algo que hemos podido comprobar este mismo verano es que las estrategias de despacho no siempre salen bien.

De la misma manera que cuando Salvini (exministro del Interior en Italia) forzaba una crisis de gobierno desde la playa, ponía en riesgo la vida de decenas de inmigrantes a bordo del Open Arms en las costas de Lampedusa y bramaba por una nueva cita electoral, no tenía pensado que un mes después los que perdieran su puesto en el Consejo de Ministros fueran precisamente él y los suyos, algo parecido puede ocurrirle también a un Pedro Sánchez crecido y a un PSOE que, por más que nunca ha tenido éxito, sigue autoproclamándose la casa común de la izquierda española.

Es cierto que en una nueva cita electoral, salvo sorpresa en forma de España Suma o inesperado porcentaje de abstención, la eventual victoria del PSOE no parece que corra peligro, pero la pregunta que deberían hacerse es si arrebatarle diez o quince escaños a Podemos en el mejor de los casos les va a ser suficiente para gobernar en solitario, o por el contrario, los números, como ha ocurrido en la Comunidad de Madrid y en Andalucía, les van a dar una sorpresa y se van a ver liderando una oposición en la que ya han demostrado durante años que no se siente cómodos.

Supongo que, en los cálculos de Sánchez, los resultados de unas nuevas elecciones le refuerzan a él y debilitan a Podemos en la medida justa para que, contando con los partidos periféricos, alcance la mayoría absoluta sin mayores problemas pero, como le ocurriera a Salvini, hay elementos que escapan a su control y que pueden dar al traste con sus planes.

En primer lugar, los propios resultados electorales, que una cosa es tener encuestas y otra muy diferente que las proyecciones de esas encuestas se conviertan finalmente en resultados reales.

En segundo lugar, que un Unidas Podemos debilitado y, probablemente, sumido en una crisis interna brutal, sea más susceptible de regalar sus escaños al PSOE que el Podemos actual donde, al menos, todavía se mantiene un discurso único.

Y en último lugar, pero no por ello menos importante, que tras una sentencia dura sobre el procés de Catalunya, los escaños catalanes y los de EH Bildu con los que ahora cuenta, que no son pocos, sigan con la misma disposición a investir presidente a quien se limite a titubear que hay que respetar las decisiones de la justicia.

Así pues, harían bien unos y otros en mirar un poco a sus vecinos transalpinos y darse cuenta que, al contrario de lo que ocurría en aquella serie de televisión de los 90, los planes no siempre salen bien.