A partir de una edad, de manera discontinua, los recuerdos empiezan a formar parte de nuestro todo. Son vivencias que nos enorgullecen, a veces, o con las que nos acaloramos, las más. Ambas no son inmutables, se asemejan a las mareas que suben y bajan su producto como si fueran algo contradictorio cuando la realidad es que forma parte de la naturaleza humana, entendida como el resultado de la ideología y la experiencia

Algunas palabras se han convertido en víctimas de su éxito; ya no se utilizan para las personas, ni tampoco para las cosas. Y al no utilizarse pareciera que su significado ya no existe, es una entelequia, han sido desterradas al Monte del Olvido.

Existe la alternativa que tal palabra puede ser sustituida por otra, camaleonizada, menos rigurosa en su significado, pero más decorosa en cuanto a acepción social.

Esto ocurre cuando hablamos de viejo, general al mando en la batalla de las palabras. Pocos términos tienen tantos (falsos) sinónimos, tantas metáforas, tantas interpretaciones, con tantos significados que encontrar el nexo de unión entre los diletantes es una verdadera hazaña.

Así, si nos referimos a cosas hablamos de vintage, decimos que son propias de anticuario, o sencillamente las echamos al congelador, que tampoco es un mal sitio para el mes en el que estamos.

Hasta fecha reciente, al utilizar este término para las personas todos entendíamos lo mismo, lo visualizábamos y los resultados no defraudaban; la correspondencia era total entre las partes, oyente y hablante, las mismas palabras, la misma entonación, la misma conclusión.

Quienes rizan el rizo empezaron a decir que viejas son las cosas y no las personas. Para no nadar contracorriente o reducir el riesgo de que te llamen retro o carcamal, empezamos a utilizar otras palabras olvidando aquella que unificaba el criterio.

Y así empezamos a hablar de mayor de edad (pensaba que era a los 18 años, gran error), niños en cuerpo de mayores, segunda juventud y otras boludades.

El cambio de nombre contribuyó a que esa unidad de criterio mental se difuminara; se hace necesario unificar la definición para ir avanzando hacia una conclusión que, correcta o equivocada, nos permita clarificar y acotar la palabra objetivo.

Así, podemos definir viejo desde una óptica cuantitativa, como mayores de 65 años. Desde la demografía es una bendición; con poco esfuerzo permite comparaciones, y sobre todo permite su medición; demasiado fácil, demasiado simple, pero le falta sentimiento, no tiene alma.

Otra inclusión hace referencia a quien vive mayoritariamente de recuerdos, quien cuenta batallitas. Puede ser verdad, pero tiene tantas excepciones y son tantos los incluidos que hace difícil el considerar esta opción como valida.

También podemos definir viejo a partir de una costumbre social, relacionándolo con la jubilación. Es viejo quien está jubilado. Durante años ha podido ser definitivo, más verdad que la santísima Trinidad. Pero hoy día, la edad real de (pre)jubilación dista mucho de esta definición. Pongamos por caso, aunque hay otros muchos, los ex de empresas de telefonía y cajas de ahorros que con 52 años han entrado en esta figura de la tercera dimensión o de la tercera España como es la prejubilación de oro con contrato-relevo; a la edad en que otros trabajadores buscan una segunda (incluso una primera) oportunidad. Ello se ha extendido como mancha de aceite, pegajosa, que todo lo embadurna, con situaciones asimilables en cuerpo y alma a los privilegiados de cuello blanco, actuando en todos los casos como monarcas, con trono pero sin reino. Del mantra sacrosanto de que la caridad bien entendida empieza por uno mismo, hacen todo un arte. Se envalentonan, defienden su conuco, el ego les justifica el anclaje pandillero. Son alquimistas buscadores de la piedra filosofal, glotones de sus haberes y olvidadizos de sus deberes; agua salada que deshidrata el futuro con argumentos malsanos, oprobiosos y proféticos (tú tienes trabajo porque yo tengo contrato-relevo). Son heliocéntricos y trinitarios: yo, nosotros, ellos.

A todos los interesados favorece, excepto a la sociedad en su conjunto, que no se puede permitir tal arbitrariedad, semejante sarcasmo autárquico, puro disfraz antidemocrático.

No todo lo legal es legítimo, ni todo lo legítimo es ético; el sobrecoste para el sistema es del 12% del déficit de la Seguridad Social, además del coste intangible de equidad del sistema publico. Es una contradicción que mientras se alarga la edad de jubilación legal para algunos, otros hacen uso de artimañas, malas artes y contubernios politicosindicales, con la anuencia del empresariado. La domesticación del sugus.

Hay otras correspondencias como el considerar el consumo de psicofármacos contra la soledad, o cuando nos volvemos dependientes, o cuando miramos el futuro por el espejo retrovisor.

Todas las acepciones tienen sus aquelles, nada es categórico. El autismo alcanza su máxima expresión, se deja el buenismo a un lado, sospecha que no todos los que tienen algo se lo han merecido, piensa si el esfuerzo realizado ha sido compensado, y esperando la hoja roja de Delibes nos chupamos el dedo pulgar y a veces el dedo corazón y pasamos la pagina del periódico/revista, bien por el ángulo superior derecho o inferior izquierdo, dando tiempo a una visita, siempre anhelada y siempre denostada.