A lo largo de la historia, el término política ha tenido muchas definiciones. La palabra proviene del latín politicus y esta del griego politiká, una derivación de polis (????? =ciudad) que designa aquello que es público, o politikós (????????? = civil, relativo al ordenamiento de la ciudad o los asuntos del ciudadano.

Según Aristóteles, la política se puede definir como la organización de muchas acciones en las que se debe tener en cuenta la voluntad de los demás. Para este filósofo, la política gira alrededor de las leyes y de las instituciones que han sido creadas para elaborarlas y administrarlas. Aristóteles lo empleó muy restrictivamente para designar la forma correcta del gobierno de todos o de la mayoría, lo que hoy entenderíamos como democracia.

Bismarck y Churchill definían la política como el arte de lo posible. Eisenhower, presidente de los Estados Unidos, opinaba que la política debería ser la profesión a tiempo parcial de todo ciudadano.

Más recientemente, hace unos años, Angel Gabilondo manifestó que la política era el arte de dialogar, pactar, llegar a acuerdos.

La política es una actividad orientada en forma ideológica a la toma de decisiones de un grupo para alcanzar ciertos objetivos. También puede definirse como una manera de ejercer el poder con la intención de resolver o minimizar el choque entre los intereses encontrados que se producen dentro de una sociedad.

El término política es un término muy amplio ya que podemos hablar de política en sentido estricto (es decir, aplicada a los gobiernos y naciones) o incluso podemos hablar de políticas más en general. En este sentido, la Real Academia de la Lengua la define como las “orientaciones o directrices que rigen la actuación de una persona o entidad en un asunto o campo determinado”. Es decir, todos hacemos política en nuestra vida diaria en todos los ámbitos en los que estamos.

No hay duda de que, en sentido estricto, aplicado a los gobiernos y naciones, el ejercicio de la política se ve condicionado por otros actores con intereses a veces distintos a los de la búsqueda del bien de todos los ciudadanos. Los intereses de los partidos por tener más cota de poder, con objetivo de desgastar a otros partidos, pueden llevar a estrategias temporales que se anteponen al interés común del país. Condicionan igualmente los intereses de los dirigentes por el control de sus partidos, que pugnan y zancadillean a otros dirigentes de su partido. ¡Cuerpo a tierra que vienen los míos! O, como dicen algunos, hay tres tipos de enemigos: están los enemigos, los enemigos a muerte y los amigos de mi partido.

Por último, también afecta al entendimiento entre partidos la animadversión o falta de confianza entre los dirigentes de las diferentes formaciones. Insultos, descalificaciones y falta de la más mínima educación no sólo influyen en la relación personal de los políticos, sino que crean un clima de enfrentamiento entre la ciudadanía o de hartazgo en la política ante la incapacidad de avanzar en lo básico, que es dialogar.

Todo esto coexiste además, en el caso particular del Estado español, con una falta de cultura del pacto o acuerdo. En los años de democracia ha existido siempre el bipartidismo. O gobernaba el PP o gobernaba el PSOE. No ha habido dos partidos en un gobierno. Como mucho, y en caso de no disponer de mayoría absoluta, llegaban a acuerdos puntuales con otros partidos minoritarios para sacar adelante presupuestos u otras leyes.

En Euskadi, desde los inicios de la democracia, la formula principal en las instituciones como Gobierno vasco, diputaciones forales o ayuntamientos grandes en población ha sido cogobernar; vemos con naturalidad este modo de ejercicio de la política. Supone que cada parte cede o renuncia en algunos temas de su programa para llegar a un acuerdo sobre otros.

La primera pregunta es con quién pactar. ¿Vale cualquier partido que tenga representación parlamentaria? En esto habrá opiniones para todo. En Europa, aquellos partidos que en sus señas de identidad figura el ultra y el anti, es decir, que niegan derechos básicos a todos los que no piensen o no sean como ellos, están siendo descartados por el resto de partidos de cara a conformar gobiernos. En el Estado español, como ya hemos visto en comunidades como la andaluza o en algunas capitales de provincia, no ha sido así.

Por otro lado, resulta curioso ver cómo en el Estado español algunos niegan la posibilidad de pactar con partidos independentistas. Sin duda, tienen una concepción distinta de país, pero no es menos cierto que esa negación lo que hace es corroborar los planteamientos de los independentistas. Para qué estar en un sitio donde no nos quieren. Si lo que se pretende es cohesionar, deberían intentar integrarles y en ese sentido acordar. Porque acordar entre diferentes, incluso cuando se está en una mayoría absoluta, es la mejor opción para que las leyes que se promueven reflejen el sentir del mayor número de ciudadanos.

Un país que quiere progresar, una economía que quiere crecer, necesita tener un clima de estabilidad. Difícilmente un político podrá garantizar esa estabilidad si no hay un gobierno a su vez estable que pueda promover leyes con un consenso suficiente que no sean modificadas en cuanto cambia el gobierno.

Dejen, por favor, de crispar el ambiente y a los ciudadanos, hagan política, diálogo... ¡y acuerden!* Director de los Servicios Económicos y Financieros del Consorcio de Aguas Bilbao Bizkaia