LAS negociaciones para formar gobierno en Madrid después de las elecciones generales se han convirtido en un espectáculo poco edificante y sus actores de derecha y de izquierda están rozando el ridículo, un ridículo al que la ciudadanía de izquierdas asiste oscilando entre la incomprensión, la incredulidad e indignación.

Que la conformación de un gobierno presidido por Pedro Sánchez amenace naufragio no es el resultado de la falta de voluntad negociadora, del carácter y personalidad de los protagonistas, sin negar que la falta de miras de Pedro Sánchez ni la ambición desmedida de Pablo Iglesias hayan jugado un papel. En el trasfondo de esta negociación, que parece precipitarse al fracaso, se encuentra una diferente posición política de partida de ambos partidos que harían, a priori, difícil su coexistencia en un gobierno de coalición.

Porque es verdad que Pablo Iglesias ha hecho muchas concesiones, se ha dicho que incluso está dispuesto a renunciar al derecho de decidir del pueblo catalán, pero Pedro Sánchez sigue temiendo que se produzcan conflictos, porque es difícil olvidar que va a pactar con un partido que, hace pocos meses, defendía medidas que, aunque de un modo limitado, reflejaban reivindicaciones y necesidades de amplios sectores populares. Mientras que el PSOE se ha limitado a reivindicar un giro a la izquierda, que además de por cierto vocabulario ha estado solamente basado en algunos avances tímidos como la subida del salario mínimo mientras ha pospuesto sine die otras promesas.

La reticencia de Sánchez deriva sobre todo de su nula voluntad de ir lejos en un cambio en favor de las clases trabajadoras, aunque también pueda temer que una figura con la capacidad retórica (que no política) de Iglesias pueda eclipsar su figura presidencial.

Pablo Iglesias no ha querido ver esta disparidad de perspectivas y propuestas porque la entrada en el gobierno la ve como la única posibilidad de subsistencia política a medio plazo. La visibilidad que pretende conseguir con su presencia en el gobierno cree que puede compensar el marcado declive político y organizativo de Podemos, una organización debilitada en su base y con una pérdida de influencia no solo electoral sino en los sectores políticamente activos y entre la intelectualidad de izquierda.

Pero esa estrategia podría no salvar a Podemos sino, bien al contrario, éste se podría ver zarandeado por las contradicciones que debería asumir para gobernar con el PSOE, que se sitúa dentro de un modelo socioeconómico neoliberal y dentro de la política de la Troika y la Comisión Europea. Unas contradicciones que todavía serían mayores si la evolución del crecimiento económico no es todo lo favorable que se proclama, como muchos analistas señalan.

En fin, que Pablo Iglesias y la dirección de Podemos se han equivocado con su apuesta por entrar en el Gobierno Sánchez, no solo porque éste ha demostrado la falta de voluntad de compartir realmente el poder, sino porque podría ser un gobierno incapaz de satisfacer las necesidades de la mayoría social y de resolver el problema de fondo, modelo productivo, de Estado, la desigualdad social creciente, etcétera. Además, la postura de “ministros o nada” sólo va a ser entendida por los partidarios más fervorosos del Podemos oficial, sobre todo si se fuerzan unas elecciones inciertas con riesgo de victoria de la derecha.

Mucho más apropiado hubiera sido poner en primer lugar una serie de medidas de gobierno mínimas y condicionar el apoyo a que éstas fueran aceptadas. Respaldando a Sánchez en ese caso y pasando a la oposición constructiva, ya que la gestión de gobierno que probablemente llevará a cabo no va a satisfacer la exigencias mínimas de los sectores populares y va a dar la espalda a sus reivindicaciones.

Así, presionado por medidas progresistas y sociales y criticando cuando éstas no se producen, Podemos podría salir del rol de muleta del PSOE en el que Pablo Iglesias le ha colocado y constituirse en una alternativa de futuro.