NO es este el mejor día para andarse con asuntos de recio y apretado discurrir. Veo a esta página enrollada con otras en la mano de algún sanferminero a la espera de los cohetes del encierro y voceando el tradicional por ser nuestro patrón. No está el asunto como para leer cosas sesudas y enojosas, de esas que nos suministra a diario y de manera generosa la actualidad en la que vivimos.

Visto cómo ha sido el cohete multitudinario sin pancartas ni banderas de grandes dimensiones, ya tradicionales, recientemente prohibidas (para respetar otras tradiciones), y el “callejón de las voces” en la subida del cortejo municipal por la calle Curia con el alcalde a la cabeza, otra tradición, momentico este en el que el alcalde y sus mariachis oyen de todo; es obvio que hay disgusto ciudadano (de una parte, claro) y que estos días se van a oír voces que disienten de la política municipal ya en marcha y de la proyectada y previsible. Esa ciudadanía ve como una agresión el derribo de lo conseguido en estos últimos años en los que quienes considera como suyos han gobernado en la ciudad desde el Ayuntamiento para disgusto profundo y enrabietado de quienes esta tarde se sentarán en sombra a ejercer de Sombritas. Los míos, los tuyos. Nada que no se sepa y nada que no sea ya tradición milenaria o de la víspera, pero tradición al cabo. Esto, a muchos de los que vienen a embotijarse y a farrearse les trae sin cuidado porque tienen sus propias tradiciones y tendidos; a otros, menos, porque ya se encargó la prensa de Madrid y sus voceros de que aquí se dilucida la lucha de España contra el etarrismo y esa es mucha lucha que hay que celebrar en lo que se toma como victorias épicas.

Y hablando de tradiciones, lo son también las medidas políticas que toma la derecha para derribar logros ciudadanos de sus adversarios políticos convirtiéndolos en deleznables, en colmos y creando en su lugar chapuzas obvias que son aplaudidas por el tendido y la parroquia porque sí, porque lo hacen los suyos, aunque sepan que son un error, pero es lo que dice mi periódico y mi párroco en cosas de pensar cívico-político.

Cuenta mucho el nosotros en este asunto. No se trata de vivir mejor o peor, sino de fastidiar a ese adversario al que detesto y de acompañar el comentario de las nuevas medidas con mueca y muñequilla, y sobre todo el vital y noble “¡Anda y que se jodan!”. Así es como progresamos, a empujones, a reconquistas. ¿Convenir, reconocer logros cívicos, pensar y actuar para el común? Eso para el gato. Somos muy nuestros en eso, muy tradicionales. Nada importa que la izquierda (por llamarla de alguna manera) haya saneado las arcas municipales, porque hemos demostrado con largueza que las preferimos ruinosas, a ser posible en quiebra, gracias a la mala gestión de los nuestros, porque de eso se trata, de que lo que hagan los nuestros está bien hecho porque son ellos quienes lo hacen, incluso si meten la mano en el cajón, callamos, y por eso y para eso les votamos; mientras que lo que hagan los demonios (sin los que no sabríamos qué hacer), es obra del diablo, del populismo, de Venezuela y de la ETA y hay que tomar medidas urgentes y derribarlos.

Escribo estas líneas desde lejos, que es, contra toda tradición, como peor se ven las cosas, porque si bien con la distancia se gana en perspectiva, se pierde en interés. Qué le vamos a hacer. Hay asuntos que me importan más que la manera en la que una parte de mis conciudadanos se divierte de manera estruendosa, mientras otra brinca de aquí para allá por el ancho mundo -durante los Sanfermines te puedes encontrar pamploneses en los lugares más asombrosos de la tierra- o se torra en algún arenal, como si le fuera la vida en ello. Como sano, aun me parece más higiénico merendar en sol y disfrazarse de riada. Cuestión de gustos. Tradición.