sIEMPRE que se establece un proceso de negociación, se trata de buscar puntos de consenso. Es decir, esa frase tan repetitiva y cansina cuyo contenido ya ha quedado vacío: “Tenemos que buscar lo que nos une”. Posteriormente, una vez que los candidatos electorales se adhieren a su vara de mando (o a su estaca, según se mire), también se dice lo mismo: “Voy a trabajar por el beneficio de toda la comunidad, me hayan votado o no”. No obstante, existe un problema grave, previo a la elección del presidente o alcalde: todos los debates mediáticos, sean en la radio, prensa o televisión, plantean posibles ministerios, consejerías, concejalías. Puestos. No políticas. ¿Cómo puede ser? Es algo que no se debería permitir. En ningún momento se plantean intercambios razonables, como los que se podrían establecer en una negociación entre empresarios y sindicatos, del estilo “mantener la reforma laboral a cambio de bajar el límite de horas extras”, o “aumentar el salario mínimo a cambio de aumentar la flexibilidad en el momento de plantear las vacaciones”.

Cuidado, los intercambios anteriores son imaginarios: cada lector puede y debe tener una opinión formada acerca de lo que estima mejor. El objeto de los mismos es comprender cómo se podrían aplicar a las políticas que han podido ser más delicadas (educación, amabilización de la ciudad o ley de símbolos) para plantear hipotéticas negociaciones de legislatura y, sin embargo, no vemos nada que se le parezca. Esto da a entender a la ciudadanía que lo importante es el puesto, no la política. En momentos en los que nos preocupamos por el desarrollo económico y social de la región en la que vivimos, estos debates son imprescindibles y no se realizan. La realidad, que no concuerda con el discurso realizado en la campaña electoral, es “primero dame el puesto y luego ya hablaremos de políticas”. Sin duda, no es el sentido adecuado. Primero, la política. Después, pensar cuáles pueden ser las personas más idóneas para un puesto determinado.

Es el momento de acudir a la idea central del artículo: el “disenso”. ¿Por qué no establecer las cosas en las que no estamos de acuerdo? En la vida real es muy complicado estar en armonía plena cuando nos planteamos cómo hacer las cosas (en caso de duda, preguntar a cualquier matrimonio). Entonces, vamos a ver los puntos de vista divergentes y los convergentes. Es un buen comienzo y, por desgracia, falta en cualquier tipo de negociación.

Cuando planteamos un proyecto político, empresarial e incluso familiar tenemos la convicción de que todo irá bien. Por supuesto, es un absurdo. ¿Por qué no pensamos en lo que puede ir mal para estar cubiertos? La realidad se ajusta pocas veces a nuestras perspectivas, los incentivos de las personas cambian con el tiempo, a menudo ocurren sucesos inesperados. Debemos estar preparados, en la medida de lo posible para ello.

Más aún: debemos estar preparados para asumir los puntos de desencuentro que, inevitablemente, se van a dar. En este sentido, existe una frase que nos ayuda mucho: “Estamos de acuerdo en que no estamos de acuerdo”. No obstante, existe una barrera social enorme para afrontar este problema. Se trata de no valorar las opiniones negativas como ataques personales. Así sería más fácil llegar a acuerdos: separando los inevitables desencuentros en relaciones profesionales o jerárquicas del aspecto humano. No obstante, esta táctica se usa a menudo en el lenguaje maquiavélico que usamos para tergiversar la realidad a nuestro interés: “El que no está con nosotros, está contra nosotros”. Pues la verdad, no. No estar de acuerdo en ir a la playa de vacaciones, en ampliar una planta de producción o en votar a Ada Colau como alcaldesa de Barcelona no implica estar contra los otros. Precisamente, este último caso ha sido muy mediático. En la última rueda de prensa de Manuel Valls (se presentó con una plataforma apoyada por Ciudadanos, partido del que ya está desvinculado), los ataques a sus antiguos amigos han sido más furibundos que los realizados a cualquier otra fuerza política. Y no es difícil saber con quién tiene más puntos en común, ¿verdad?

Ha llegado el verano, llegan las negociaciones familiares. Cuidado: la tasa de separaciones aumenta después del periodo estival. Tiene sentido: la proporción de decisiones comunes es mayor y, con ello, las fricciones aumentan. Si se tiene en cuenta que lo más importante es el proyecto común, tenemos un principio sólido para empezar a negociar. Si se establecen los puntos de “disenso”, mejor. Peligro alto: que alguno contradiga los valores más profundos de una persona. Peligro bajo: enfados estúpidos que nos hagan perder un tiempo que por definición siempre es valioso. A partir de ahí, se buscan los consensos. Hoy cedo yo, mañana cedes tú, todos los días sonreímos los dos. Mientras, las negociaciones políticas continúan. ¿Dónde están los consensos? ¿Y los disensos? ¿Y las políticas concretas? ¿Y la visión de futuro? ¿Y nuestro destino?