Tras el 26-M, el cuadro de poder político en la CAV ha quedado firmemente consolidado, bajo el liderazgo de un PNV, ganador en todos los territorios y capitales, que se ha quedado sin rivales con la suficiente fortaleza para representar una alternativa. El partido nacionalista ha obtenido el mejor resultado de todas las elecciones forales celebradas desde 1979, muy lejos de los datos que presenta la segunda fuerza del país.

En Gipuzkoa y Araba, la izquierda abertzale se planteaba ensayar las posibilidades de sustituir al PNV en la dirección del país. Pues bien, los resultados de las elecciones municipales y forales -incluso, de las europeas- ha devuelto a los seguidores de Otegi a la realidad. Han cosechado buenos resultados, pero no es cierto que hayan superado su techo histórico. Han quedado unos miles de votos por debajo de los que lograron los actuales componentes de EH Bildu en las elecciones equivalentes de 2011.

EH Bildu ha conseguido el segundo puesto en los tres territorios históricos. Parecería que se está colocando con claridad en esa línea de sucesión. Sin embargo, hay que analizar este dato a la luz de dos perspectivas que desdibujan su valor.

La primera es la que atañe a todo el ciclo electoral que hemos vivido a lo largo de este mes. El 28 abril, EH Bildu no superó la cuarta posición en el ranking de las fuerzas vascas, lo que muestra una matriz de voto frágil y voluble.

La segunda se refiere a la falta de equilibrio territorial del voto de EH Bildu, que solo es capaz de competir en Gipuzkoa. En Araba y Gasteiz, han quedado muy lejos de las expectativas que se pusieron a sí mismos. De la misma manera, la ahora llamada izquierda independentista sigue sin conectar con los votantes del territorio más occidental y poblado de Bizkaia, incluido Bilbao y su entorno, en los que es claramente superado por el PNV y el PSE. ¿Se puede aspirar al logro de la hegemonía en la CAV a partir de una representación que únicamente supera el 20% -y por los pelos- en una sola de sus capitales?

Además, conviene resaltar otra consecuencia del gran triunfo del nacionalismo, derivada también de la notable revitalización del PSE, al ensanchar el centro político vasco y fortalecer de paso la posición política de un Gobierno de Gasteiz asediado en el Parlamento por la conjunción de fuerzas tan diferentes como EH Bildu, Podemos y PP. Si leemos estas elecciones como un examen a los protagonistas de la política vasca, podemos concluir que el cerco parlamentario a Urkullu solo ha favorecido a la primera de ellas.

En la Comunidad Foral de Nafarroa, por su parte, se ha producido un seísmo inesperado. Los votos populares han alterado la composición del Parlamento de manera muy relevante, y ha dejado una situación compleja que exigirá nuevos realineamientos que necesitarán buenas dosis de pedagogía. Que la llave de la legislatura esté en manos del PSN significa que, en lo sucesivo, las fuerzas promotoras del cambio habrán de dar algún paso atrás para conservar los elementos más sustanciales de la gestión del Gobierno Barkos si no quieren facilitar el retorno avasallador del antiguo régimen.