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Una derecha insignificante

Las urnas vascas arrojan al vacío a la derecha. En realidad, este colectivo se ha ido precipitando voluntariamente al abismo por culpa de su histerismo. Nueve frenéticos meses de obsesiva exigencia de elecciones para echar de una vez al okupa Sánchez se han convertido en un búmeran devastador para el futuro inmediato del PP. La irrelevancia institucional de los populares casi diez años después del último atentado de ETA provoca sonrojo. Desahuciados en Bilbao con una deshilvanada candidatura de honda inspiración mayororejista, incapaces de remontar el vuelo en un territorio de marcado acento identitario como Donostia pese al sugerente sello heterodoxo de Borja Sémper, el fatídico hundimiento en su histórico feudo de Vitoria-Gasteiz acaba por desinflar definitivamente el globo de este partido, incapaz de adaptar su discurso a una nueva realidad sociopolítica. Eso sí, siempre le quedará el pírrico consuelo de que a Ciudadanos y, sobre todo, a Vox les ha ido mucho peor.

La derecha unionista viaja en el furgón de cola de la democracia vasca. Las dos últimas elecciones han retratado con extremada crudeza el error de una estrategia, ese torpe aislamiento al que conduce un discurso testarudo que desoye una realidad evidente. Ese rastrero enfrentamiento que siempre mirando al granero español Albert Rivera ha procurado con la insultante retranca del txupinazo y la artera utilización de las víctimas del terrorismo simplemente asientan el desprecio electoral a Ciudadanos.

El fundamentalista llamamiento de Santiago Abascal a la reconquista apenas encuentra su eco entre un puñado de nostálgicas papeletas. Y en medio del diván, el PP encontrándose a sí mismo en el improvisado viaje de ida y vuelta desde el aznarismo de Faes al centro perdido que le ha causado una sangría desquiciante de votos. El impacto de este doble golpe adquiere una tamaña intensidad que hace imposible determinar cuánto tiempo necesitarán para levantarse de la lona.

Si quiere seguir jugando la partida aquí, Alfonso Alonso debe arremangarse porque tiene la casa destrozada por dentro y por fuera. La debacle electoral consecutiva, el desánimo entre la militancia y las heridas de los puñales amigos configuran un decorado deprimente, como para arrojar la toalla. Tampoco es descartable que el irremediable acoso y derribo a Pablo Casado tan justificado por sus deméritos atraiga al presidente del PP vasco a esa escena madrileña que todo lo puede en su reconocida condición de cualificado representante de ese batallón de damnificados que reclamarán una urgente catarsis. En la capital alavesa va a hacer mucho frío.

Con las manos prácticamente vacías por este desafecto de las urnas en apenas dos meses, la derecha desunida debería temerse lo peor ante las próximas elecciones autonómicas en la CAV, que no tardarán demasiado en llegar Una tentadora traslación de los votos de anoche bajo el frontispicio de la fácil mayoría absoluta PNV-PSE seguiría dejando a Vox y Ciudadanos en la cruda intemperie y al PP, huérfano de esa momentánea condición de muleta de apoyo que ahora le da oxígeno. Para hacérselo mirar.