Como no podía ser de otra manera, el panorama pos-28-A se ha colado en la campaña electoral para el 26-M del domingo. En ese cruce de escenarios, la derecha derrotada en las Generales se ha hecho notar desde el primer momento en el Congreso de los Diputados, poniendo de nuevo en el disparadero a Pedro Sánchez, con un Albert Rivera empeñado en rebasar a Casado y coger carrerilla ante un eventual cambio de liderazgo en Génova. Altivo y ansioso, olvida el líder de Ciudadanos que en política hay que procurar no generar más antipatías que las imprescindibles.

Atento a estos vaivenes competitivos desde Nafarroa, Esparza pretende sumar con PP y Ciudadanos, puede entenderse con Vox, pero sueña con el apoyo de los socialistas para no quedarse en la oposición, porque los sumandos a la diestra no dan para gobernar. Viejo cuello de botella de Unión del Pueblo Navarro (UPN), que no ha hecho autocrítica en estos años, y que estrategias aparte, sigue instalado en un marco de navarrismo excluyente, contradictorio y superlativo, custodio de un conservadurismo de cal y canto, frente a una Nafarroa que los regionalistas no comprenden ni comparten, y que estigmatizan desde un populismo identitario de derechas. Gran paradoja.

UPN se enroca en sus posiciones porque sabe que ha perdido el monopolio de la navarridad. La teoría de los regionalistas ha quedado superada por la práctica. Pese al tremendismo de la derecha, ha habido un Gobierno presidido por Uxue Barkos con visiones de identidad variadas, en consonancia con la pluralidad de nuestra sociedad. El ajustado resultado de 2015 no animó a UPN a enmendarse, sino a tratar de que el cambio producido, que postulaba vocación de duradero, se limitase a un paréntesis. Un accidente que como mucho durase una legislatura. En ese empeño UPN perdió la oportunidad de moderarse. Aun así, la cita electoral del domingo se presenta abierta. Primero, porque el cuatripartito navarro no parece haber ampliado su mayoría en sus años de Gobierno y, si retiene el poder, será igualmente de forma ajustada. Segundo, porque tanto Navarra Suma como Vox son dos elementos como tal inéditos. Y tercero, porque el PSN de María Chivite se mueve en una nebulosa estratégica que le ha otorgado un plus de protagonismo, beneficioso para convertirse indirectamente en el partido más beneficiado de la polarización de la derecha y poder ser la llave.

Claro que en ese caso a Chivite le tocará afrontar la encrucijada de apostar o no por acuerdos progresistas entre verdaderamente diferentes, tanto si el PSN se convierte en segunda fuerza, como si es tercera o cuarta. En cualquiera de esos casos los partidos llamados a gobernar habrán de encajar piezas en beneficio de un acuerdo sólido. Seguro que no será sencillo.