eL miércoles, 1 de mayo, comienza una nueva etapa en Japón: Reiwa. Ese día, el príncipe Naruito sustituirá a su padre Akihito tras su abdicación. Así se pretende identificar en unas pocas palabras el nuevo reinado. Por eso su significado es importante. Dicha palabra simboliza dos caracteres: agradable u orden; armonía o paz. Para Shinzo Abe, primer ministro de Japón, quiere decir “nacimiento de una civilización donde los seres conviven en armonía”.

¿Importan las palabras? ¿Puede modificar ese nombre un cambio de comportamiento en la población japonesa? Los hechos demuestran que sí. Existen estudios sorprendentes que lo corroboran: una clase separó al azar a los niños en aquellos que supuestamente eran más inteligentes y otros que lo eran menos. Es inevitable: eso condiciona las notas de los profesores, que conocían la clasificación, y el esfuerzo de los alumnos. Si alguien es reconocido por los demás y por sí mismo como inteligente, es seguro que ante un reto intelectual se esforzará más. Es un problema incrustado vía películas o medios de comunicación; aparentemente, lo más importante para triunfar es el talento. La vida, sin embargo, indica lo contrario. Importa más el esfuerzo. Y por desgracia, cada vez más, los contactos. Es el denominado ascensor social: evalúa la facilidad con la que se puede pasar de una clase social a otra. Pero eso es un problema que merece ser analizado en otro momento. La realidad es la que es, y la imagen que tenemos de nosotros mismos, junto con la imagen que (según nuestro criterio) tienen los demás de nuestra persona condiciona de una forma exagerada nuestro comportamiento. Olvidamos que tenemos cierto margen para crear una realidad nueva moldeando nuestro carácter.

Volviendo al tema japonés, llama la atención que allí el nombre de la época sea antes de su comienzo y que por estos lares, sin embargo, sea después. La Gran Recesión está fechada en el 15 de septiembre del año 2008, con la caída de Lehman Brothers. Por supuesto, no tiene sentido ni es posible nombrar ese mismo día la época que comenzó entonces. Pero somos muy dados a eso: damos sentido a la realidad una vez que ha transcurrido. Y eso genera un problema ya mencionado: pensamos que nosotros no influimos en el mundo, ya que este avanza a su manera. No es así.

En la campaña electoral, todos los partidos prometen una nueva época si ganan ellos, independientemente de que sean los que gobiernen en esos momentos. Un mundo de esperanza. Ya se pueden adelantar los discursos: “Hoy empieza un mundo nuevo (esas dos palabras, mundo y nuevo, que no falten), un mundo en el que todos vamos a trabajar juntos para crear un país mejor. Quiero tender la mano a los que han estado con nosotros y a los que no, olvidar las rencillas, recordar lo que nos une, olvidar lo que nos separa” (en campaña electoral es justo al revés).

Es nuestra forma de ser: dotamos a la vida de sentido cuando han pasado las cosas. En el camino, solo vemos incertidumbre. Lo mismo ocurre con la Bolsa: lo que va a pasar durante el próximo mes es un completo misterio. Una vez visto, todo el mundo es listo: el chart tenía toda la lógica del mundo. En todo caso, la idea de poner un nombre a una época es excelente. Tiene ideas más profundas de lo que parece: Julio César pagaba dinero a los adivinos para que estos dijeran que sus legiones iban a ganar la próxima batalla. Está muy bien pensado: esta certeza aportaba un estímulo adicional a sus soldados que en algunos momentos podía ser decisivo. Podemos aplicar el concepto del Reiwa a nuestra vida cotidiana. Suena bien eso de “agradable armonía”. De hecho, suena mejor que “paz y orden”. En este caso, parece que nos van a imponer un orden desde fuera. Es la fuerza de las palabras: el prestigioso psiquiatra Luis Rojas Marcos acaba de publicar un libro que no pinta nada mal. Al menos, el título es apetecible: Somos lo que hablamos. No es más difícil asociar un carácter a una persona que acostumbra a pronunciar improperios y malas palabras que hacerlo a otra que habla con serenidad y templanza.

El Reiwa tiene más posibilidades. Por ejemplo, implica valores. Una familia que se imponga vivir en “agradable armonía” tendrá prohibidos aspectos como gritar a otra persona o tener impuntualidad reiterada cuando se plantean compromisos sociales. Además, un niño que interioriza la armonía dentro de la convivencia familiar, es decir, según hechos y no palabras, crece de otra forma y tiene unas características que le van a llevar, con toda certeza, a tener un mejor desarrollo personal. Volviendo a la campaña electoral y nuestra vida política, ¿cómo describirla? Muy fácil. Está basada en el principio “tú eres peor que yo”. No le vendría nada mal un poco de Reiwa.