POR su peculiaridad, resulta comprensible que el Athletic posea una escala de valores diferente a la que rige los destinos de los demás clubes profesionales. La razón de ser del Athletic estriba en el empeño por cultivar con todas las consecuencias una personalidad que le distingue. Solo así cobra sentido el hecho de que lo que algunos ven como una grave limitación se convierta en una fortaleza.
El gran capital del Athletic no es otro que la identificación de la calle con la idea que representa, pero ello no quita para que haya que reconocer que el buen funcionamiento de la entidad descansa en los jugadores. Sentimientos al margen, el Athletic pervive porque compite en diversos ámbitos. No es una sociedad recreativa, ni se dedica a montar desfiles o a distribuir tarjetas de felicitación. Juega partidos e intenta ganar el mayor número.
En siglo y pico ha acumulado múltiples experiencias, ha escrito páginas gloriosas y ha atravesado por rachas o épocas anodinas, pero en general el balance resulta muy satisfactorio, tanto como para permitirle alardear de su condición de intocable en la élite. Algo que ha sido posible gracias al apoyo incondicional del pueblo y, sobre todo, a la aportación de quienes han vestido su camiseta año a año, década a década.
El futbolista del Athletic es un activo que merece un tratamiento especial porque debido a su extracción social se trata de un colectivo muy pequeño, lo que sitúa a la entidad en franca desventaja con sus rivales. Aunque este desequilibrio se haya acentuado en los últimos tiempos, mantiene su presencia entre los mejores y por ello goza de la admiración y el respeto del aficionado de cualquier rincón del planeta.
Este preámbulo, quizá prescindible por conocido, viene a cuento para hincarle el diente a una situación que se está dando ahora mismo en el seno del Athletic. Se parte de una premisa: haber jugado un solo partido en el primer equipo, que es el caso del actual entrenador, ya es importante. Qué duda cabe que lo es para Gaizka Garitano, por seguir con el ejemplo, pero también para el club. Qué decir si aplicamos la reflexión a quien ha jugado 383 partidos. Es obvio que entonces el dato nos sitúa ante un jugador relevante y si los partidos acumulados son 504, no hace falta añadir nada más.
La cuestión no radica en establecer categorías o clases en función de los servicios prestados, pero habrá que convenir en que la gente que alcanza registros tan abultados merece una consideración acorde a tales méritos. En este sentido, es entendible y cuenta con el refrendo del socio y el aficionado que los dirigentes del Athletic brinden a Aritz Aduriz el privilegio de hacer valer su opinión para seguir en la plantilla o no hacerlo.
Así sucedió en años anteriores con un jugador cuyo peso específico en la trayectoria del equipo no necesita ser ponderada. Según ha trascendido recientemente, los actuales responsables se abonan a dicho criterio y permanecen a la espera de que Aduriz valore qué hacer con su futuro.
Desde un prisma deportivo, hoy esta postura acaso se preste a una revisión, no en vano el protagonista ha cumplido 38 años, los problemas físicos le han impedido participar en una temporada donde el Athletic ha sido capaz de apechugar con su ausencia y superar con inusitada celeridad una crisis de resultados que generó algo más que inquietud. Sin embargo, no ha trascendido crítica alguna a una iniciativa que en realidad supone un guiño a alguien que personifica esos valores sagrados que la modernidad amenaza, a un abanderado del sentimiento Athletic, a un hombre con un currículum para enmarcar.
Aduriz se lo ha ganado y se le reconoce. Vale, pero entonces cómo se come que otro jugador de la plantilla que objetivamente es un símbolo, no ya por el registro que ha establecido al cabo de una docena de campañas, sino porque personifica el modelo ideal de futbolista por el que suspira el Athletic, pues ha transitado por todos los peldaños desde categoría alevín con un comportamiento sin tacha, se encuentre a fecha de hoy sumido en la incertidumbre, sin saber qué será de él.
Hasta dos veces ha tenido Markel Susaeta que salir ante la prensa a negar que el club se haya dirigido a él para hablar de su futuro, vaciando de contenido las palabras de Aitor Elizegi, quien deslizó que los canales para negociar estaban abiertos. Es posible que el contacto se haya dado después, pero no parece de recibo que posteriormente desde la dirección deportiva se le endose a Garitano la resolución del caso de Susaeta. A punto de acabar el mes de marzo, según ha dicho Alkorta y ha reiterado el presidente, Susaeta está a expensas de que dicte sentencia un técnico con la continuidad garantizada, pues así se ha aireado reiteradamente.
Ante estos hechos solo se puede concluir que el Athletic ha generado un agravio manifiesto que ni siquiera se justificaría con argumentos deportivos, no en vano a sus 31 años Susaeta y siendo el undécimo del plantel en minutos disputados aún tiene recorrido. Un agravio con tintes surrealistas, por emplear un término suave, pues hablamos del hombre al que se homenajeó hace escasas fechas por su medio millar de partidos oficiales colgando una descomunal pancarta en las instalaciones de Lezama.
La filosofía del Athletic no se sostiene ni se nutre con gestos para la galería. Sobra la pancarta, cuando falta perspectiva y sensibilidad para abordar la situación de un futbolista emblemático.