Detalles diferentes
SEÑALAR que el éxito del Athletic ante el Atlético de Madrid pertenece al colectivo, es tan cierto como justo. Si se revisa el rendimiento individual hubo de todo: jugadores que estuvieron muy acertados, otros que cumplieron sin alardes y algunos que flojearon. Lo que condujo al triunfo fue la suma de las aportaciones, que arrojó un saldo superior al del rival. Por norma suele ser así, el equipo más entonado tiene más probabilidades de ganar y excepcionalmente lo impide la intervención del azar o que alguien protagoniza una actuación fuera de lo normal.
En el Athletic, esto último es difícil debido a que basa su propuesta en el orden y la solidaridad con el objetivo de blindar su área. Dicha prioridad, que concede un valor secundario a la elaboración y así elude riesgos, deriva en que los más destacados casi invariablemente jornada tras jornada sean los jugadores de corte defensivo. Estos no marcan los pocos goles que se traducen en puntos, sin embargo en el reparto de distinciones nadie desbanca a los centrales, el portero, los laterales o el centrocampista de cierre y, a modo de excepción que confirma la regla, Raúl García. En ocasiones sueltas también luce por encima de la media gente con misiones ofensivas (Muniain o Williams), pero es complicado porque la consigna asumida por la plantilla está enfocada a reforzar la estructura y nadie se escaquea. El desgaste sin balón y las pocas situaciones ventajosas que se producen cerca de la portería contraria encarecen el lucimiento de extremos o interiores y delanteros.
Dentro del nivel de notable eficacia que el Athletic brindó este sábado, sobresalieron Núñez, Yeray y Dani García. Fueron los puntales del bloque, lo cual no fue óbice para que en la victoria tuviesen una influencia determinante dos hombres de arriba. Curiosamente, la pareja que dispuso de menos minutos, descontado Lekue. Kodro anotó el gol que liquidaba el partido. Hizo una pared con Ibai y Giménez, que se erigió en el cooperante necesario para derrotar al Atlético, envenenó un remate que iba en dirección al cuerpo de Oblak trazando una parábola imparable.
Poco antes tuvo lugar la acción clave de la tarde. Tanto se había reflexionado sobre el valor del primer gol y no se veía con nitidez cómo podría gestarse. Aunque había dado un paso adelante el Atlético era incapaz de acercarse a Herrerín, mientras que al Athletic le faltaba fuelle para rentabilizar sus esporádicas subidas. A veinte minutos de la conclusión, Córdoba suplió a Muniain. En su primera intervención, el extremo presionó a Giménez, provocó su pérdida, se colocó para recibir en ventaja de Raúl García, avanzó y lanzó lo que pareció un chut. Quizá vio que por el lado opuesto llegaba Williams, cabe dudarlo, pero su envío, deficiente como remate, lo recibió el ariete como un regalo con lazo y todo.
Luego, con Kodro aún en la banda y después de varias disputas, algún robo y un par de despejes, Córdoba recibió en posición de extremo y puso esa pausa que hoy tanto se echa de menos. Controló, dribló, amagó y rodeado de defensas esperó a que Williams se acercase para cederle un balón limpio, que este empalmó cerca del larguero.
Volvió Córdoba un mes después. Había perdido la condición de titular el 2 de febrero, a raíz del resbalón de Anoeta, previamente fue fijo en la pizarra de Garitano, parecía que sorteaba el ostracismo vivido con Eduardo Berizzo, pero de nuevo estaba desaparecido. El actual técnico apostó con fuerza por él desde el inicio y encajó bien, pero en cuanto tuvo a Raúl García y Muniain disponibles al mismo tiempo, salió de las alineaciones. Será por una cuestión de jerarquía, pero la plantilla no va sobrada de talento y atrevimiento, de gente que pide el balón y puede ofrecer cosas diferentes: romper líneas, regatear, conducir, profundizar y poner centros aunque, como el que metió Williams, sean sin querer.