LAS frases hechas de hace unos años ya han perdido todo su significado. Hubo un tiempo en el que pisar moqueta venía a significar que uno vivía una vida regalada, con el bolsillo bien caliente y para diferenciarse de aquellos a los que no les llegaba para cubrir de materiales más cálidos los suelos de terrazo o, con suerte, tarima. Hoy, la moqueta está casi en desuso y, lejos de representar la opulencia, es propia de edificios de oficinas, en los que cubre los suelos técnicos. Por eso parece que a Vox le resulta atractivo pero, cuando puede elegir, prefiere otras opciones. Concretamente las alfombras persas y los suelos de mármol de los salones de los hotelazos en los que celebran sus mítines. En la villa y corte, Vox le ha cogido gusto a las cinco estrellas. No tendría mayor trascendencia si no fuera porque sus mensajes simplistas convencieron a miles de votantes de las clases populares hace como quien dice cuatro días en Andalucía que no se dan con un canto en los dientes por pisar moqueta porque no pueden pagarse el dentista. Esto tiene que ver con el hecho de que uno se siente más acogido a la lumbre de una lámpara de araña que de una vela. Pero no debería deslumbrar tanto como para no verle las arrugas al anfitrión. Algunas asociaciones de la oposición cubana y venezolana harán bien en tenerlo en cuenta porque sus causas justas merecen más suerte que la compañía de quien les puede pegar su hedor antidemocrático.
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