Arzalluz, orgullo y pasión de vasco
CONOCÍ a Xabier Arzalluz como alumno suyo en la Universidad de Deusto. Sitúense en el año 1973, facultad de Sociología, alumnado de color ideológico entre el rojo chillón al rojo bengala, radicales en nuestra inmensa mayoría. Arzalluz, ya destacado miembro del PNV en la clandestinidad, se dedicó medio curso a contarnos El Archipiélago Gulag que Aleksander Solzhenitsyn acababa de publicar y que Radio París transmitía por entregas. Muchos pensábamos que el jesuíta Arzalluz estaba de misiones entre estudiantes rojos. Pasión de demócrata entre apasionados revolucionarios.
Sitúense ahora en el año 1975, último estado de excepción de Franco. La represión era brutal, miles de detenidos, apaleados la mayoría, torturados un montón. Ante la noticia, luego desmentida, de la muerte bajo tortura de Tasio Erkizia, entonces sacerdote en el barrio de Santutxu, me acerco a Xabier Arzalluz pidiéndole ayuda, alguna mediación a través de la Iglesia, la Democracia Cristiana o que sé yo. Arzalluz, nunca lo olvidaré, pues en ocasiones las frases aparentemente banales son las que se recuerdan mejor, me dijo: “Nada que hacer, están despelotados”. El régimen de Franco moría matando y el despelote mental era la mejor manera de describir su irracionalidad.
Ese mismo año me invitó a reunirme con él en su despacho de abogados de la Calle Colón de Larreategi. Para entonces, yo militaba en la izquierda abertzale formando parte de un influyente grupo de estudiantes que comenzaba a comerle el pastel de la representación estudiantil a la que llamábamos despectivamente “izquierda españolista”. Arzalluz nos ofrecía entrar en el sindicato EIA (Eusko Ikasle Abertzaleak), de raigambre histórica, pero con apenas presencia universitaria. La reunión fue un desastre. “Nosotros, le dije, somos marxistas”. Me paró en seco de una manera jesuítica: “Si me demostráis que la Unión Soviética o el Pacto de Varsovia apoya la independencia de Euskadi, me lo pensaría”. Ese fue el primer golpe. Los siguientes fueron más precisos: “No estamos a favor de un frente nacional vasco. Cuando acabe la dictadura, habremos de unir fuerzas con los que llamáis españolistas, acordaos de que nos quedamos sin Estatuto durante la República, hasta el inicio de la Guerra Civil, porque no estuvimos en el pacto de San Sebastián junto con republicanos y socialistas. Somos un pueblo pequeño y necesitamos presencia internacional, la Democracia Cristiana, conservadora, sí, nos posibilita una tribuna. La cuestión navarra es decisión de los propios navarros y Francia no aceptaría una larga frontera con una Euskadi sur autodeterminada; Europa, tampoco”. Arzalluz , apasionado, mostraba su talento certero para la política real, “Real Politik”, habría dicho en alemán.
Su figura política fue creciendo. Durante la Transición se convirtió en la revelación nacionalista, en el Congreso y tanto para Euskadi como para el resto del Estado. Dotado de un verbo pirotécnico, sin pretender caerle bien a nadie, éticamente austero, se mostró como un líder magnético capaz de encontrar una salida en un campo minado sin dar un paso en falso. Resbalones tuvo más de uno, su declaración sobre la independencia y las berzas y su apoyo a la política de dispersión de presos hirieron profundamente a la izquierda abertzale, a mí mismo, y a todos quienes coincidíamos con él en la misma certeza de que no existe la menor razón para confundir el nacionalismo, que es el deseo del pueblo de ser él mismo, con el imperialismo, que es el deseo de un pueblo de impedir a otros que sean ellos mismos. Los poderes del Estado percibieron pronto ese ángulo político de Arzalluz por lo que nunca confiaron en quien se mostraba orgulloso sin demasiado disimulo de pertenecer a su país.
Arzalluz apoyó mi ingreso en la Fundación Sabino Arana, vista con enorme recelo por los sectores bultzagiles, quienes me consideraban un peligroso marxista. Creo que ese recelo supuso un nihil obstat a mi favor aunque fuese por mímesis, pues los mismos sectores habían acusado a Xabier Arzalluz de lo mismo en su tiempo, durante el conflicto interno del PNV que acabó en escisión. La última, y de ello hace más de un tercio de siglo, en el haber de Arzalluz está también haber logrado la quietud y unidad de su partido.
El mejor Arzalluz , a mi modesto entender, estuvo durante el “aznarato”. Me refiero al segundo gobierno Aznar y la presión inclemente contra el PNV sostenida en la pinza “terrorismo y sus víctimas-plan Ibarretxe” como si fueran la misma cosa. Mañana tarde y noche, Xabier Arzalluz salía, contra viento y marea, en defensa del abertzalismo y de las instituciones del país. Fue su último gran combate político. Se preguntaba Goethe, fuente de inspiración de Arzalluz: “¿Quien cabalga a traves de la noche y el viento?”. Era Xabier Arzalluz, pasión y orgullo de vasco.* Abogado