SON las nueve de la mañana. Una secretaria ha llamado por teléfono de parte de la dirección. No, no es para felicitarla por haber estado trabajando todo el fin de semana, sin apenas dormir, sin apenas comer, sin descansar. Además, lleva ya casi dos semanas sin tener un día de descanso. Le llaman porque no se ha presentado a las ocho de la mañana a su puesto de trabajo (sic) cuando no ha salido de él en quince días seguidos y se ha acostado, tras la vuelta de la enésima guardia, hace un rato. Tiene que ir al servicio de salud laboral porque no puede ni abrir los ojos, no puede ni andar; está agotada y rendida. No ha descansado en muchos días, ni ha comido en condiciones. Le conceden, los servicios médicos, el día de descanso.

No, no estamos en la India ni en Pakistán. No, no estamos en unos de esos centros insalubres y miserables de producción textil donde se trabaja a destajo y donde no han oído ni tan siquiera hablar de condiciones laborales dignas, de derechos mínimos, de respeto al trabajador y a la persona humana que está detrás. No, no estamos en el tercer mundo, en uno de esos lugares donde nos indigna que se maltrate al ser humano. No, no es camionera, porque si lo fuera tendría que usar el tacógrafo. Descansaría, aunque fuese obligada. No, no es piloto, porque también estaría obligada a parar.

Estamos, aunque parezca irreal, en el mundo occidental. Estamos en Euskadi. En un hospital público y de referencia. Además, en un servicio especializado, reconocido y premiado por su excelencia. Ella es ATS, enfermera. Y una gran enfermera.

La guardia del fin de semana ha sido muy dura; pero parecida a otras. Trabaja además colocándose por medidas de precaución un plomo pesado. Cuando tenía veinte años parecía que pesaba menos; ahora, casi cuarenta años después, la carga se hace muy dura, enorme.

Aquí se trabaja para y con las personas, para intentar salvar vidas humanas al límite, que la mayor parte de las veces se consigue pero otras, no. Con los problemas que surgen cuando nuestro órgano más necesario, el corazón, falla. Es un quirófano en el que encomendamos nuestro cuerpo y nuestra vida a profesionales para que nos saquen adelante. Hay que tener vocación de servicio; mucha aptitud y enorme actitud. Te tiene que ir la marcha, mucha marcha. Cualquiera no servimos para esto. Además, la responsabilidad, la moral y la legal, son enormes.

Es una buena profesional. Dicen los que la conocen, los que la ven trabajar, que excelente, que magnífica, que si es preciso hace no sólo su labor de enfermera especializada sino la de algún compañero neófito o la de algún médico residente poco experimentado. Todo el mundo lo dice: sus jefes, sus compañeros. Pero aquí no funciona la meritocracia y, aparte del reconocimiento verbal, no tendrá ningún otro. Está al límite. Son muchos días de servicio, muchas guardias, sin apenas asueto. El horario normal es de 8 a 15 horas y las guardias cubren el resto de horas, de 15 horas a 8 de la mañana siguiente y todas las horas, minutos y segundos del fin de semana. Y hace el horario normal y muchísimas guardias; muchas más que las que dictan las normas y el más común de los sentidos. Claro que las guardias se pagan, pero no es cuestión de dinero sino de aplicar el raciocinio, de considerar a los trabajadores, personas . Y de no considerar a los enfermos como meros clientes o, puede que peor, como objetos. No se puede obligar a nadie a esfuerzos sobrehumanos, en ningún caso, pero menos para intentar salvar vidas humanas al límite. No se puede exponer a los pacientes a que no tengan una asistencia de calidad, en condiciones adecuadas. ¿Es que nos hemos vuelto locos?

El pasado mes de enero, esta veterana funcionaria, tras haber tenido guardia con presencia en Nochevieja y Año Nuevo, libra 4 días en todo el mes y trabaja 14 días de siete horas y 13 días de 24 horas (por tener la guardia incluida). La media es de 100 horas semanales.

Ahora coincide que están varios compañeros de baja; pero el servicio debe continuar con los que están operativos. Como si fueran de goma, inagotables y eternos. Dice la dirección que van a formar a más personal para que haya más efectivos; curiosamente los formadores serán, como si no tuvieran otras cosa que hacer, los trabajadores actuales. Y ni los frutos de la formación van a ser inmediatos ni se les asegura a los formados que van a seguir en la unidad.

Ella, por su parte, intenta cumplir con su vocación porque es su pasión, es su ilusión. Decía Confucio que si te dedicas a lo que te gusta no trabajarás nunca. Para ella su vocación no es un trabajo, es su vida. Le mataría profesionalmente ir a un ambulatorio a escribir recetas.

Hoy, después de la agradable llamada de ayer, ha vuelto al trabajo: de 8 a 15 horas. Y le espera también la guardia, que no tiene ninguna limitación para que pueda ser de presencia continua, de 15 horas a 8 de la mañana del día siguiente, en el que también hay que volver al tajo. La historia continua. Me recuerda a las gallinas encerradas en corrales para que engendren huevos o a las vacas para que produzcan leche.

Ella sólo quiere salvar vidas humanas; es lo que lleva haciendo cuarenta años , es lo que le llena, es por lo que se levanta todos los días por la mañana, es por lo que respira, es por lo que vive. Pero yo le digo a mi mujer que no es Dios sino, simplemente y ni más ni menos, una enfermera.