LA penúltima crisis de Podemos la ha desatado Iñigo Errejón. Hasta el más despistado observador de la política advierte que el modo de anunciar su incorporación a Más Madrid podía haber sido de mejor manera, respetando los cauces del partido. A fin de cuentas, la dirección actual fue elegida en Vistalegre II y merecía ser informada en tiempo y manera apropiados. El modo en que lo ha hecho Errejón ha sido vivido, incluso por gente que simpatiza con él, como una traición. Algo que se puede entender. Es asimismo verdad que la ruptura pública de Errejón con la actual dirección de Podemos y en particular con Pablo Iglesias viene de lejos. Los puentes estaban rotos, digan lo que digan. Lo cierto es que, la corta historia de Podemos está jalonada de malas prácticas en la resolución de conflictos internos y las zancadillas abundan en su interior. Ahora bien, esta no es una crisis más de las que sufre el partido morado, sino la crisis más grave, la que puede marcar un antes y un después tras cinco años de vida partidaria. De hecho sus efectos se extienden ya por la geografía estatal.

En todo caso, si bien internamente la máxima atención se pone en las malas formas utilizadas por Errejón, a quienes no somos parte de Podemos, lo que nos preocupa realmente es el telón de fondo ideológico y político de la ruptura. Y, por consiguiente, interesa saber qué puede ser de Podemos. Más aun cuando tertulianos todologuistas afirman que es una cuestión de poder y de inquinas personales. No, no es eso. Es que sencillamente hay visiones confrontadas sobre lo que tiene que ser Podemos.

El donostiarra residente en Madrid Eugenio del Río Gabarain, político e histórico antifranquista, ha definido de manera genial el problema estructural que padece Podemos, al decir: “Se puso en marcha una empresa que trascendía las fronteras ideológicas de las izquierdas pero contando con un caudal humano que en buena medida seguía inmerso en culturas de izquierda de otra época. En referencia a este hecho, se ha dicho certeramente que un empeño político del siglo XXI estaba siendo llevado a cabo -y condicionado- por un conglomerado humano, una parte del cual seguía sumergido en la izquierda del siglo XX. Era un hándicap serio”.

Precisamente, Vistalegre II (febrero de 2017) fue el escenario en que dos concepciones chocaron: la de quienes aspiraban a crear una fuerza política de izquierda pero políticamente transversal, algo realmente innovador; y la de quienes apostaron por regresar al pasado, primando una alianza con Izquierda Unida. No fue un Congreso mirando a la sociedad; no fue un instrumento para abrirse a las mayorías sociales que estaban fuera, incluyendo a quienes, aun coincidiendo con Podemos en algunos aspectos, lo miran con cautela. Vistalegre II no miró hacia fuera, cuando lo realmente interesante pasa fuera.

La mayoría dio su apoyo a Pablo Iglesias y su nueva política que dejaba atrás la transversalidad y apostó por un enfoque político y una fórmula de alianza que ya ha sido probada muchas veces y ha mostrado que es válida para resistir en minoría, pero absolutamente inválida para ganar el gobierno. Vistalegre II puso fin al Podemos que se funda en enero de 2014. Aquel primer Podemos que sorprendía fue resultado del empeño de ganar apoyos importantes entre las mayorías sociales, lo que implicaba no encerrarse en el territorio de lo que había venido siendo la izquierda (situada fuera del PSOE) y tratar de ganar a más gente. A esto es a lo que se le vino a llamar transversalidad: abrirse a las mayorías sociales en su diversidad. No encerrarse en una clase ni en un campo ideológico.

Ganó Iglesias y su tesis, saliendo reforzado en su hiperliderazgo, pero Errejón obtuvo muchos apoyos y era ingenuo pensar que las posiciones de ambos fueran compatibles a partir de la escenificación de las diferencias. La fórmula de alianza privilegiada con IU perdió un millón de votos y desde entonces se aceleró un proceso de adelgazamiento electoral en Andalucía y en todas las encuestas. Esa pérdida de apoyos hizo mella en un Podemos débil de madurez y dado a afrontar las dificultades mediante la apertura de nuevos conflictos territoriales y entre personalidades. De hecho no hay un solo conflicto bien resuelto. Todos han sido mal resueltos por Pablo Iglesias y su equipo. A ello contribuye algo que el propio Eugenio del Río destaca: “Muchas gentes de izquierda que acudieron en aluvión a Podemos ni habían hecho una reflexión autocrítica sobre sus identidades ideológicas anteriores ni sobre su trayectoria política, ni la hicieron después. Y esa gente, con experiencia militante, generosa, dispuesta a comprometerse, pero sin haber alterado sus ideas anteriores, y sin haberse alejado de la cultura política a la que habían pertenecido toda su vida, ha sido una bomba de relojería a la hora de poner en sintonía a Podemos con las mayorías sociales”.

La fórmula del actual partido Podemos está en declive. Cabe una refundación sobre nuevas bases que dejen atrás todo culto a la personalidad y el afán de control desde un puesto de mando central. Podemos puede ser otra cosa mucho más cercana a lo que prometió. Y puede serlo porque en la calle sigue habiendo materia prima: muchos malestares sociales. Puede ser una confederación de confluencias asentadas en cada territorio autonómico y de las nacionalidades, debidamente coordinada. Digo que puede ser, no que vaya a ser. Una confederación que respetando la plena autonomía de cada confluencia coordine una acción estatal. Sería algo así como un movimiento más que un partido. Podría ser la mejor manera de profundizar en la unidad de identidades diversas; de lograr mayorías sociales; de habilitar una vida asociativa más rica, participativa.

La posición que defiende Errejón al justificar Más Madrid, parece razonable, toda una referencia. Es la puesta en práctica del principio de que el objetivo no es el partido sino ganar a las mayorías sociales para un cambio deseado. Lo que vale para la ciudad de Madrid es válido pensar que puede serlo para la Comunidad de Madrid. Se puede ganar o perder, pero el paso dado por Carmena y Errejón es de innovación frente a conformismo, puesta en marcha de un proyecto ilusionante frente a la más que prevista caída electoral de Podemos. El debate está aquí, no en otra parte.

Lo más inteligente sería buscar mediante el diálogo un acercamiento de posiciones que permita salvar una única candidatura para las dos elecciones. Las encuestas pronostican un considerable bajón de Podemos en Madrid, y las consecuencias malas para el partido serán aún peores para la gente. En ello hay que pensar. Y parece que ya lo están haciendo al concluir que la dirección debe negociar con Errejón. También lo ha debido pensar Ramón Espinar, quien ha dimitido de todos su cargos en Podemos por desavenencia con Pablo Iglesias y eso que le ha sido siempre fiel. Si Iglesias viera que lo realmente importante pasa fuera, se avendría a negociar una sola lista para la Comunidad de Madrid. * Analista