La mayoría de las familias, como es lógico, una parte del alumnado -menos del que debería-, pero sobre todo las profesoras y profesores de la Enseñanza Concertada nos sentimos absolutamente desconcertados ante la situación en la que nos encontramos. Tras 8 días de huelga, la coyuntura, al menos de momento, no ha variado en lo sustancial. La patronal habla de alrededor de un 15% de seguimiento y los sindicatos, de un 60%: quienes lo vivimos desde dentro sabemos quién trata de maquillar las cifras; ella sabrá el porqué, pero lo cierto es que nuestras reivindicaciones son justas y razonables. No somos unos irresponsables, como alguna gente afirma: precisamente porque tratamos de hacer bien nuestro trabajo queremos tiempo de calidad para poder acompañar adecuadamente a nuestros alumnos y alumnas, que son la ciudadanía del futuro. No pedimos tan solo mejoras salariales, aunque después de 10 años sin convenio y con una pérdida de algo más del 12% de nuestro poder adquisitivo pienso que es una petición justa y que cualquier trabajador o trabajadora tiene derecho a pedir, empezando por quienes nos critican y que, seguro, harían lo mismo de encontrarse en una situación similar. No se trata de una huelga “desproporcionada”, como afirmó de manera poco responsable nuestra consejera de Educación, puesto que antes hicimos otras de menor duración y en cursos anteriores, paros y concentraciones delante de los colegios. No es una cuestión de números (ni siquiera “de género”, aunque también podríamos hablar de ello) pero siendo ambas redes, la pública y la concertada, amparadas por el Gobierno vasco, y estando repartido el alumnado al 50% no parece muy razonable que Educación destine casi el doble de presupuesto a la primera frente a la segunda: 1.290 millones de euros y 640 respectivamente. En definitiva, siendo cierto que la huelga es una medida que a nadie satisface (nosotros y nosotras también tenemos familia) en ocasiones no existen muchas más opciones. Y si bien es verdad que, para negociar, todas las partes han de ceder un poco, también lo es que no se puede permitir que la parte más débil sea, nuevamente, la perdedora.