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Cuanto más lejos, mejor

CREÍAMOS que la posmodernidad se imponía irremediablemente en nuestras vidas. Que lo viejuno había quedado atrás y todo eran nuevas tendencias. Pensábamos que el presente era cosa de los millenial y que los descendientes, como yo, de los neandertales poco pintábamos ante los influencer, los youtuber o las tribus urbanas de moda; hipsters, muppies, lumbersexuales, bobos y coolturetas.

Uno estaba acostumbrado a identificar caristios, várdulos y autrigones pero no sabría distinguir las diferencias de las nuevas especies. Así que pregunté a un amigo sobre los principales rasgos de la nueva fauna. A los hipsters conseguí identificarlos por mí mismo. Barbudos, gafapastas, camisas de cuadros, relojes caros? Vamos, un espécimen petardo de los de antes pero con gustos refinados tirando a vintage.

Creí reconocer a los bobos -los esféricos, los activos, los útiles y los peores de todos, los bobos-, pero no. La clasificación actual de tal tribu no tiene nada que ver con la definición tradicional por mí asimilada. Los bobos de hoy son una mezcla de burgueses y bohemios. Es decir, pijos acomodados de costumbres de vida alternativa. Modernos con ropa cara, bicicleta y tarjeta de crédito.

Los muppies, según el análisis de mi amigo, son una evolución de los hipsters. Sus hábitos pasan por practicar deporte a menudo (lo que ahora se llama running), comen raro (vegetarianos y veganos) y, sobre todo, viven su experiencia personal en las redes sociales, inundándolas de hashtags.

Los lumbersexuales pueden inducir a confusión. Su apariencia es rústica. Camisas de cuadro ancho de franela, botas de monte, aspecto desaliñado... un individuo de este rango podría ser confundido por un leñador, pero en las ciudades es improbable encontrarlos, y menos si la camisa que portan cuesta más de 300 euros.

Finalmente, los coolturetas son la vertiente más intelectual de las nuevas estirpes. Leen a Kafka y Feuerbach. Citan a Kierkegaard pero no como Faemino y Cansado, ven películas japonesas con subtítulos y su música preferida no sale en Spotify.

Agradecí a mi amigo, de nombre Charles y apellido Darwin, sus explicaciones sobre el origen y evolución de las especies que ocupan nuestro mundo actual. ¡Dónde vamos a parar!, pensé. Caminamos un nuevo orden con cánones de pura impostura. ¿Dónde queda la tradición, los valores populares que han forjado nuestro recio carácter de “personas humanas”?

El estereotipo genuino de “civilización occidental” se desvanece. Ahora todo es running, correr de forma organizada para mejorar la forma física. Ya nadie se acuerda de la función social que guardaba el deporte espontáneo, aquellas emblemáticas carreras en calzoncillos que se organizaban en un pis-pas tras una cena de amigos. Lo importante no era el deporte, sino hacer el gamberro.

El individualismo ha vencido a lo comunitario. El entretenimiento actual se guarda en el ipad o la tableta. No como antaño, alrededor de una mesa con el lenguaje inteligente de las señas, los hamarrakos y los órdagos sonoros.

A este paso, en poco tiempo, se extinguirán las carreras de caracoles y las bajadas en goitibera. Hasta el guipuzcoano que rompía 76 nueces con el culo en un minuto pasará al olvido y su gesta será un simple apunte en la hemeroteca. Y con él, el recuerdo de una competición sin igual, el “lanzamiento de rabiosa” en la Marcilla navarra, donde mozos y mozas arrojaban una azada de kilo y medio de peso hasta alcanzar el récord de treinta y ocho metros.

Todo eso, y mucho más, lo creíamos perdido por el inexorable imperio de la posmodernidad. Pero no. Afortunadamente, ha irrumpido en escena un personaje singular que nos ha hecho recuperar las antiguas sensaciones. Como los Fogones tradicionales que emite Canal Cocina. Un auténtico líder capaz de no amilanarse ante los complejos. “Nosotros -ha dicho en un chute de autoestima- celebramos la Navidad, ponemos el belén, el árbol, festejamos nuestras tradiciones y nuestra Semana Santa y nos sentimos orgullosos. Y al que no le guste, que se aguante; porque nosotros somos españoles”. Se trata del secretario general del Partido Popular, Teodoro García Egea, un hombre sin filtros, “orgulloso de defender la caza, y los toros.”

Teodoro es, como la etimología de su nombre indica, un “don de Dios”. Ingeniero en telecomunicaciones, el murciano de Cieza es como el hombre del Renacimiento pero en la versión española que pudiera presentar Lauren Postigo. Judoka, maratoniano, mountain biker, amante de las travesías por la nieve, se atreve aún a hacer prácticas de marcha con las COEs (es reservista alférez del Ejército del aire). Toca el piano, el clarinete en la banda de su pueblo y hasta redobla el tambor.

El secretario general del Partido Popular que sustituyó en el cargo a María Dolores de Cospedal posee, además de las habilidades antes señaladas, una cualidad difícil de igualar. En 2008, Teodoro García se proclamó campeón del mundo en la prueba de lanzamiento de hueso de la oliva mollar chafá, originaria de Cieza. Proyectó el güito a 19 metros y ganó un torneo que todos los años paraliza la región de Murcia. La compleja especialidad competitiva consiste en propulsar con la boca un hueso de aceituna sin que para el lanzamiento se permita la utilización de canuto o cualesquiera artilugio. Simplemente el pulmón y la dominación de la técnica del escupitajo.

“Nunca había lanzado más de 11 metros”, ha declarado años después Teodoro. Ganar el campeonato mundial de lanzamiento de hueso de aceituna “abrió una nueva etapa en mi vida”, aseguró el murciano en declaraciones recogidas en la web del concurso. De allí, al estrellato. A la cúspide del Partido Popular.

La mano derecha de Pablo Casado es un fiel representante del transformado PP. A la búsqueda de sus raíces aznarianas, los dirigentes de Génova han conseguido, por primera vez en la historia reciente, alzar a uno de sus representantes hasta la presidencia de la Junta de Andalucía. Pese a perder siete escaños y más de trescientos veinte mil votos (casi un 7% de su electorado), el PP saca pecho escondiendo su fracaso. El responsable del trampantojo en buena parte es Teodoro García Egea, quien personalmente negoció y pacto con la ultraderecha de Vox la investidura de Moreno Bonilla. El peaje a pagar por los populares a los radicales pasa por efectuar modificaciones en las políticas de gestión de la inmigración, la violencia contra las mujeres, la memoria histórica, los impuestos o el retorno a un modelo de Estado centralizado.

El Frente Nacional de Abascal no ha necesitado matizar demasiado su discurso ni sus pretensiones para que el PP se las comprara. Bastó la amenaza de una repetición electoral para que los populares, tras una negociación opaca, cerraran los flecos del acuerdo.

El partido de Albert Rivera (que ha estado desaparecido en combate en las últimas semanas), cooperador necesario de las nuevas derechas, reniega en público del compromiso y de los votos suscritos por Vox. Pero, aún con una pinza en la nariz, Ciudadanos sumará sus 21 escaños a la coalición “del cambio” y su hombre fuerte en Andalucía, Juan Marín, será el vicepresidente de un gobierno bendecido por quienes han celebrado “la reconquista”. Una colaboración que la formación naranja deberá explicar ante quienes en Europa les reclamaban establecer una actitud beligerante contra la extrema derecha, al modo y manera de Macron con Marine Le Pen.

Sea como fuere, el pacto andaluz huele a rancio. A tiempos en los que se cantaba Montañas nevadas o se arengaba el patriotismo español tras el incidente del islote de Perejil.

El pacto andaluz tiene un poso argumental cercano al Mercader de Venecia. Vox, el usurero de la trama, reclamará del PP -el necesitado de votos- una libra de su carne si no cumple con lo pactado. La libra de carne más próxima a su corazón. El precio resulta demasiado alto. Quizá no para Casado y su lanzador de aceitunas favorito. Pero para el conjunto de la democracia, la posderecha fraguada estos días puede suponer una amenaza muy seria de involución. Involución en libertades, individuales y colectivas. Involución en diálogo, tolerancia y respeto a la diferencia. Involución en la convivencia.

Teodoro se ha venido arriba. “Moreno Bonilla va a hacer mucho más por Andalucía en sus primeros días de gobierno de lo que ha hecho el socialismo en 36 años”, ha dicho.

Ya podemos apartarnos de su radio de acción. Como coja aire nos puede dar un aceitunazo. Cuanto más lejos, mejor.