El dragón de cemento
DESDE la década de 1980, China ha construido más rascacielos, más edificios de oficinas, más centros comerciales y hoteles, más viviendas y urbanizaciones privadas y cerradas, más carreteras, puentes, metros y túneles; más parques públicos, parques infantiles y plazas; más campos de golf, complejos turísticos y parques temáticos que cualquier otro país en el mundo. De hecho, probablemente más que todos los demás países sumados.
En los cinco años que van desde 2004 hasta 2008, China gastó más en infraestructura en términos reales que en todo el siglo XX. Eso representa un aumento en la tasa de gasto de un factor de veinte. Del mismo modo, de 2005 a 2008, China construyó tantos kilómetros de trenes de alta velocidad como Europa en dos décadas, y Europa estuvo extraordinariamente ocupada construyendo este tipo de infraestructura durante ese período. En ningún momento de la historia de la humanidad, hasta ahora, el gasto en infraestructura ha sido medido como una parte del Productor Interior Bruto (PIB) mundial, según The Economist, que lo llama “el mayor auge de inversión en la historia”.
El McKinsey Global Institute (2013) estima un gasto en infraestructura global de 3,4 billones de dólares al año en el periodo 2013-2030, o aproximadamente el 4% del PIB mundial total, principalmente en proyectos de gran escala. The Economist (7 de junio de 2008) estimó de forma similar el gasto en infraestructura en las economías emergentes en 2,2 billones de dólares anuales para el período 2009-2018, una cifra que ha sido sobrepasada.
Si incluimos no solo infraestructura sino también muchas otras áreas de megaproyectos -petróleo y gas, minería, aeroespacial, defensa, ICT, cadenas de suministro, megaeventos, esquemas de regeneración, corredores industriales, clústers de ciudades, nuevas ciudades, distritos de innovación, parques científicos y tecnológicos, etc.- obtenemos entonces una estimación conservadora para el mercado global de megaproyectos de 6 a 9 billones de dólares por año, o aproximadamente el 8% del PIB global. Esta cantidad equivale a gastar de cinco a ocho veces la deuda acumulada de Estados Unidos con China, cada año.
El periodo reformista chino iniciado por Deng Xiaoping coincide en el tiempo con el ascenso generalizado de la globalización, el neoliberalismo y, como una manifestación urbana de estos procesos, los megaproyectos. La globalización y el neoliberalismo se han manifestado en cuatro procesos globales que han guiado la transformación china y han influido también en la multiplicación de los megaproyectos en el país:
1-La competitividad urbana internacional. 2-La movilidad y el crecimiento de las economías del conocimiento.
3-La redirección de la inversión global del capital físico al capital humano.
4-El dominio de la ideología y la política de las reglas del mercado y el uso para estos fines del poder estatal.
Al generarse bajo el neoliberalismo una compleja reorganización de las relaciones entre el Estado y la economía, el Estado habilita y promueve activamente acuerdos regulatorios basados ??en el mercado que favorecen al sector privado (a menudo bajo la forma de asociaciones público-privadas) y así la urbanización depende de esta peculiar y pervertida movilización del poder estatal en un grado mayor que en etapas precedentes. En cierto modo, estamos ante una versión claramente neoliberal (el Estado emprendedor) del antiguamente llamado Estado desarrollista, cuyo ejemplo paradigmático en el mundo es el gobierno chino, controlado por el todopoderoso Partido Comunista de la República Popular China.
El Estado emprendedor y constructor chino comenzó a manifestarse cuando los equipos del Cuerpo de Ingenieros del Ejército Popular iniciaron la construcción de la Zona Económica Especial de Shenzhen (ZEES) una vez concluyeron su trabajo en la reconstrucción de Tangshan tras el terremoto de 1976. Cuando el primer rascacielos en el ZEES, el Centro de Comercio Exterior Internacional, abrió sus puertas en 1985, era el edificio más alto de China. El IFTC se inspiró en el Centro Hopewell de Gordon Wu en Hong Kong y se convirtió en un tipo de edificio rápida y ampliamente replicado en toda China. Desde ese rascacielos, Deng emitió su histórica llamada al mercado libre en enero de 1992.
En Shanghái, el proyecto de reconstrucción del área de Pudong atrajo a una gran variedad de arquitectos icónicos a nivel mundial, entre ellos Richard Rogers, Norman Foster, Renzo Piano, Toyo Ito, Jean Nouvel y Dominique Perrault. Las maquetas y gráficos que produjeron fueron ampliamente utilizados para vender la imagen de un nuevo Shanghái global y complementar la visión de Shanghái como el París de Oriente en alusión a la capital francesa de la década de 1930. Para el año 2000, había 4.000 edificios nuevos de 24 pisos de altura en la ciudad, con 1.700 más en construcción o planificados. A pesar de la escala y la ambición del nuevo Shanghái, el resultado es, desafortunadamente, una colección de torres de gran altura y un espacio abierto amorfo que carece de capacidad para apoyar la cultura urbana.
Pekín era, ya en la década de 1990, un bosque de grúas gigantescas funcionando 24 horas al día en un ciclo interminable de destrucción creativa y reconstrucción. La ciudad se sumó a la ola globalizadora via megaproyectos poco después de Shanghái, con la exitosa campaña para organizar los Juegos Olímpicos de 2008, después de la decepción de perder los de 2000 ante Sídney. El Parque Científico y Tecnológico Zhongguancun (PCTZ), en el noroeste de la ciudad, se inauguró en 1988, pero el plan principal no se autorizó hasta 1999. A finales de 2001, más de mil empresas (con una inversión valorada en 3.260 millones de dólares) se habían establecido en el PCTZ, con generosos incentivos preferenciales del gobierno chino.
Los diseñadores y planificadores, del Instituto de Planificación Urbana y Diseño de la Universidad de Tsinghua en Pekín, se vieron influidos por una visita a California y decidieron convertir el PCTZ en el Silicon Valley de China. A pesar de su éxito relativo en atraer inversión extranjera y concentrar un notable grado de experiencia científica y tecnológica, PCTZ tuvo muy poco impacto arquitectónico a escala global. Los otros dos megaproyectos emblemáticos de Pekín, el nuevo CBD y el nuevo Centro Olímpico, tuvieron mucho más éxito en el intento de reposicionar la ciudad como un nodo en la esfera global.
En nombre del progreso y la modernización, barriadas enteras se demolieron, abriendo paso, en el espíritu de Haussmann o Robert Moses, a rascacielos, hoteles de lujo y autopistas, como respuesta a las crecientes presiones para que la ciudad mejorara su reputación y pudiera atraer la atención mundial y el capital internacional.
El liderazgo chino en la era posterior a Mao ha utilizado, y utiliza, los megaproyectos para construir nación; la atención se centró en la nación en lugar de centrarse en el pueblo chino y sus necesidades, en un intento por crear una nueva modernidad china en la que las románticas Pekín y Shanghái antiguas se convirtieron simplemente en oportunidades comerciales.
Como era de esperar, no todos acogieron con satisfacción estos cambios dramáticos. Las temidas demoliciones, chai, desplazaron a millones de personas para enriquecer a promotores, políticos y funcionarios corruptos. Aproximadamente 1,5 millones de residentes pequineses fueron obligados a trasladarse a nuevas ciudades satelitales suburbanas. El patriotismo chauvinista chino culpa de todos los excesos a la subyugación nacional a manos de los imperialistas mundiales, los extranjeros adinerados que dictan cada vez más la forma en que se transforman las ciudades en el imperio del dragón.
Son, sin embargo, transformaciones impulsadas desde China, de las que se han beneficiado también las élites locales, tanto dentro como fuera del Partido Comunista y que, en definitiva, han alterado al país, profunda e irreversiblemente. La irrupción de China en el escenario mundial que Deng Xiaoping deseaba se ha producido por medio de un desarrollismo autoritario, necesariamente sin oposición, y a una escala gigantesca sin precedentes en la historia de la humanidad. Es, como sabemos, no el final de una historia, sino su formidable comienzo.