ENTRE mis lecturas de este pasado verano, traigo aquí a colación el libro El mundo que nos viene (Ediciones Deusto, 2018, 254 páginas), de Josep Piqué. Ya había leído con interés su anterior libro, Cambio de era, interés que se mantiene en esta otra obra. Ya sabemos de qué pie cojea Piqué, pero su información es enorme y, al menos en mi caso, me hace reflexionar sobre cuestiones alejadas de mis conocimientos y centros de interés, como el peso de la geografía y la historia en la política internacional y la importancia fundamental de los ejércitos. Algunos estudiosos se preguntan si nos convertiremos, tras el suicidio de una Europa estúpidamente dividida, en poco más que un parque temático cultural, como Egipto, sus pirámides, faraones y templos.
De la página 26 del libro de Piqué, transcribo este párrafo: Estamos volviendo a un “mundo de intereses y percepciones individuales (el retorno de la microeconomía, por ejemplo) o de minorías culturales en un mundo cada vez más global y con creciente importancia de lo colectivo, especialmente en la provisión de bienes públicos, como la seguridad, el medio ambiente o la salud global. Este sentimiento de autodefensa se manifiesta en la reivindicación de lo propio frente a lo ajeno de los diferentes tipos de nacionalismos, algo distinto del patriotismo asociado a la defensa y aprecio de lo propio, una emoción que no contrapone nada a lo que pueden sentir y defender los otros”.
Personalmente aceptaría su texto, solamente poniendo nacionalismo donde él pone patriotismo. De hecho, me ha costado ver la diferencia que hay entre ambos términos: nación y patria. No acabo de ver la distinción entre algo “dado” (la nación) y un sentimiento (la patria). No voy a entrar en distingos de los politólogos y expertos en ciencia política, que les mantiene, a ellos también, enfrentados.
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, el nacionalismo tendría estas dos acepciones: 1. “Sentimiento fervoroso de pertenencia a una nación y de identificación con su realidad y con su historia”; 2 “ideología de un pueblo que, afirmando su naturaleza de nación, aspira a constituirse como Estado”. Mientras, define el patriotismo como “amor a la patria” y “sentimiento y conducta propios del patriota”.
Como se ve, hay un baile de palabras entre nación y patria. Si vuelven a consultar el diccionario de la RAE, no saldrán de dudas. Por nación, entienden, en primera acepción, “el conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo gobierno”. También el “conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común”, mientras que definen patria como la “tierra natal o adoptiva ordenada como nación a la que siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos”. A mí no me aclara nada.
Pero el patriotismo, generalmente, tiene buena fama. No así el nacionalismo, que es visto como el peor de los males y, en la actualidad, uno de los principales causantes de la crisis política en la que vive Occidente en general y Europa más en particular. Es cuestión de palabras, se dirá, pero, cuando se lleva el nombre de Partido Nacionalista Vasco, o de donde sea, o cuando uno se dice nacionalista, aun moderado, como quien firma, hay que colocarse a la defensiva, como teniendo que defender sus propias convicciones. Porque la crítica al nacionalista (partido o persona) es virulenta, al par que se magnifica al patriota o al patriotismo. He aquí unos pocos ejemplos, en los que excluyo, intencionalmente, a políticos españoles en activo para no cortocircuitar, de entrada, la lectura.
El filósofo alemán Jürgen Habermas, quien acuñara en 1986 el concepto político de “patriotismo constitucional”, a la pregunta de si se considera un patriota, contestó así: “Me siento patriota de un país que, por fin, tras la Segunda Guerra Mundial, dio a luz una democracia estable y, a lo largo de las subsiguientes décadas de polarización política, una cultura política liberal. No acabo de decidirme a declararlo y, de hecho, es la primera vez que lo hago, pero en este sentido sí, soy un patriota alemán, además de un producto de la cultura alemana” (El País Semanal 06/05/18). Seguro que les suena las vueltas que dio en España (donde, por cierto, dio a luz el término Habermas) el “patriotismo constitucional” en contraposición al peleón nacionalismo vasco.
Al político francés Jean-Pierre Chevènement, fundador del partido Movimiento Republicano y Ciudadano, varias veces ministro en Francia, se le formuló esta pregunta: “Usted se define con frecuencia como patriota. ¿Qué diferencia hace usted entre el patriotismo y la defensa de la identidad nacional -a menudo religiosa- de Francia?”. Esto respondió Chevènement: “El patriotismo se opone al nacionalismo. La identidad puede ser concebida como una máquina de guerra contra el extranjero cuando se evoca desde una posición cerrada. Y yo preconizo una visión abierta de la identidad, en perpetua recomposición, que tolera perfectamente la aportación de las demás culturas, pero a condición de que la cultura francesa se mantenga como la cultura estructurante” (Le Monde des religions, septiembre-octubre de 2018).
En la respuesta de Chevènement no veo en qué el patriotismo se opone al nacionalismo, más allá de afirmarlo. Pero su perspectiva de una identidad en plena recomposición tiene un más que evidente sabor supremacista: ¡la culture francaise d’abord! ¿Se imagina alguien qué se diría de un patriotismo vasco (desterrado, obviamente, el nacionalismo) en el que se pretendiera que la cultura vasca, aunque acogiera a brazos abiertos las aportaciones de otras culturas, lo hiciera a condición de que fuera la cultura vasca la que la estructurase?
En fin, para los nacionalistas y católicos, traigo aquí unas declaraciones del cardenal Reinhard Marx, presidente de la Conferencia Episcopal alemana y uno de los hombres de máxima confianza del Papa Francisco: “El patriotismo es bueno, pero el nacionalismo no es católico”. Lo declaró en un momento en el que la ultraderecha alemana tomó las calles de la ciudad de Chemnitz para reclamar un fin a la inmigración islámica, añadiendo que “el nacionalismo es una de las mayores causas de guerra”. Y concluyó afirmando que “la Iglesia nunca debe cesar de hacer algo por la unidad de Europa”. (Religión Digital, 06/09/2018). Según el cardenal Marx, ¿hay algo peor, más maligno, que el nacionalismo? ¿Será el nacionalismo el Satanás del siglo XXI, como otros dicen del capitalismo?
No quiero concluir sin decir que hay nacionalismo malo y nacionalismo bueno, que lo hay, porque también hay patriotismo bueno y malo. O ¿es que Franco y Hitler no eran patriotas? Y recuerden aquello de “A Dios, por la Patria y el Rey lucharon nuestros padres; a Dios, por la Patria y el Rey lucharemos nosotros también”. ¿Por qué Dios, qué Patria y qué Rey lucharon nuestros padres, abuelos, bisabuelos?? Que todos, queramos o no, nos asimilamos.