CUANDO llegué a Nueva York en 1992 a comenzar mi doctorado en la New School for Social Research, no sabía quién era Jane Jacobs. Reconocía su nombre y sabía que escribía sobre ciudades y urbanismo, pero no había leído sus libros y desconocía la importancia de sus ideas en los movimientos de oposición a las políticas del entonces alcalde Rudolph Giuliani. En las asociaciones de vecinos y en las ONG de Manhattan, Jacobs era una heroína, pero en los ambientes académicos apenas se la mencionaba, a pesar de lo innovador de su pensamiento, en buena parte, deduje más tarde, porque Jacobs no tenía un doctorado ni era urbanista de formación. Incluso hoy existen importantes investigadores y profesores que, lamentablemente, ignoran a Jacobs por no haber pertenecido nunca al mundo académico.
Esta mujer brillante y luchadora vivió hasta la edad de 89 años (murió en 2006), el tiempo suficiente para ver sus teorías de ciudadana renegada y urbanista innovadora convertirse en sabiduría convencional. Hoy ya nadie se pregunta si la vitalidad de los barrios requiere diversidad de usos y funciones; pocos dudan de que cuantas más carreteras se construyan, más automóviles las llenarán; que los edificios históricos deben conservarse; que la inversión en transporte público reduce el tráfico y promueve la actividad del vecindario; que el “cambio urbano flexible y gradual” es casi siempre preferible al planeamiento y la reconstrucción “cataclísmica” de amplio recorrido, como la preferida por Robert Moses, el estratega de la modernización top-down de Nueva York, con quien Jacobs mantuvo un intenso y duradero enfrentamiento.
El libro de Jacobs Death and life of great american cities (La muerte y la vida de las grandes ciudades estadounidenses), publicado en 1961, se convirtió en uno de los textos más influyentes sobre el funcionamiento interno y las fallas de las ciudades, inspirando a generaciones de urbanistas y activistas. Los esfuerzos de su autora para detener las autopistas del centro y proteger los vecindarios locales fortalecieron el activismo urbano comunitario en los barrios y ayudaron a terminar con el poderoso reinado del Comisionado de Parques Robert Moses en la ciudad de Nueva York.
En este libro -también en Cities and the wealth of nations (Las ciudades y la riqueza de las naciones), de 1985-, Jacobs argumentó algo aparentemente tan simple como que la renovación urbana no respetaba las necesidades de la mayoría de los habitantes de las ciudades. En el libro introdujo conceptos sociológicos tales como “ojos de la calle” (street eyes) y “capital social”. Fue decisiva en la cancelación definitiva de la Autopista del Bajo Manhattan, que habría pasado directamente a través de Soho y Little Italy. Fue arrestada en 1968 por incitar a una multitud en una audiencia pública sobre ese proyecto. Después de mudarse a Toronto en 1968 -lo hizo para evitar que sus hijos fueran llamados a filas para combatir en Vietnam-, se unió a la oposición a Spadina Expressway y la red asociada de autopistas en fase de planeamiento y en construcción de Toronto.
Confió en sus observaciones y en su sentido común para mostrar por qué ciertos lugares funcionan y qué se puede hacer para mejorar los que no funcionan. Junto con William H. Whyte, Jacobs lideró el camino para abogar por un enfoque de planificación urbana basado en lo local y centrado en lo comunitario, décadas antes de que tales enfoques se consideraran sensatos. William, Holly, Whyte fue su editor en Fortune Magazine, y quien publicó su influyente artículo Downtown is for people (El centro de la ciudad es para la gente, 1958), el texto que impulsó a la Fundación Rockefeller a financiarla para escribir Death and life of great american cities.
Jacobs reflexionó sobre las ciudades como seres vivos y ecosistemas en The nature of economies (La naturaleza de las economías, 2000). Sugirió que los edificios, las calles y los vecindarios funcionan como organismos dinámicos, cambiando en respuesta a cómo las personas interactúan con ellos. Explicó cómo cada elemento de una ciudad -aceras, parques, vecindarios, gobierno, economía- funciona de forma sinérgica, de la misma manera que el ecosistema natural. Esta forma de entender la ciudad nos ayuda a discernir cómo se descompone esa complejidad urbana y cómo podría estructurarse mejor.
Abogó por el desarrollo urbano de “uso mixto”: la integración de diferentes tipos de edificios y usos, ya sean residenciales o comerciales, viejos o nuevos. De acuerdo con esta idea, las ciudades dependen de una diversidad de edificios, residencias, negocios y otros usos no residenciales, así como de personas de diferentes edades que usan diferentes áreas en distintos momentos del día para crear vitalidad en la comunidad. Ella veía las ciudades como “orgánicas, espontáneas y desordenadas” y consideraba que la mezcla de usos y usuarios de la ciudad es crucial para el desarrollo económico y urbano.
Criticó vivamente el enfoque de planificación tradicional que depende del juicio de expertos externos y propuso la idea de que la experiencia local es más adecuada para guiar el desarrollo de la comunidad. Basó sus escritos en la experiencia empírica y la observación -hoy lo llamaríamos grounded theory- y señaló que las políticas gubernamentales prescritas para la planificación y el desarrollo suelen ser inconsistentes con el funcionamiento real de los barrios de la ciudad, una idea que gracias a Jacobs hoy no es ampliamente cuestionada.
Aunque la teoría de la planificación ortodoxa había culpado a la alta densidad del crimen, la inmundicia y otros problemas, Jacobs refutó estas suposiciones y demostró que una alta concentración de personas es vital para la vida de la ciudad, el crecimiento económico y la prosperidad. Si bien reconoce que la densidad por sí sola no produce comunidades saludables, ilustró a través de ejemplos concretos cómo las densidades más altas producen una masa crítica de personas que es capaz de fomentar comunidades más vibrantes. Al exponer la diferencia entre alta densidad y hacinamiento, disipó muchos mitos que había por entonces sobre las altas concentraciones de personas.
Al diseccionar la emergencia y crecimiento de las ciudades y sus economías, Jacobs arrojó luz nueva sobre la naturaleza de las economías locales. Criticó la idea de que las ciudades son un producto del avance agrícola, que las economías especializadas y altamente eficientes impulsan el crecimiento a largo plazo y que las empresas grandes y estables son las mejores fuentes de innovación. En lugar de todo esto, planteó un modelo de desarrollo económico local basado en agregar nuevos tipos de trabajo a los antiguos, promover las pequeñas empresas y apoyar los impulsos creativos de los empresarios urbanos.
Jacobs fue, junto con Lewis Mumford, la gran inspiradora del movimiento New Urbanism, que hoy define las estrategias urbanas de tipo comunitario en prácticamente todo el mundo. Ella, sin embargo, tenía la impresión de que se la recordaría por haber contribuido a esclarecer los mecanismos de la expansión económica en su libro The economy of cities (La economía de las ciudades, 1969). En el pensamiento de Jacobs, su crítica implícita del darwinismo social nos obliga a elegir; al hacerlo, nos lleva a elegir en contra de tal darwinismo social y siempre en favor de los miembros más pequeños, más pobres y más débiles de una comunidad.
El legado de esta urbanista excepcional nos invita a apreciar, en sus propias palabras, que “la presencia de un gran número de personas reunidas en ciudades no solo debería aceptarse naturalmente como un hecho físico, también debería disfrutarse como un activo esencial de la ciudad (?) Las ciudades tienen habilidades innatas maravillosas para comprender, comunicar, idear e inventar lo que se requiere para combatir sus dificultades (...) Las ciudades densas, diversas e intensas contienen las semillas de su propia regeneración”.