LA economía y el empleo son dos sistemas muy complejos que tienen comportamientos intrincados y de los que todos los días recibimos informaciones muy dispares. Antes nos decían que el crecimiento de la economía, a partir de un porcentaje, genera proporciones equivalentes en el empleo. Ahora, en ciertos sectores no es así y en ocasiones puede hasta reducirlo cuando se sustituyen empleos por tecnología. En este caso, se eliminan trabajos más tradicionales o de alta intensidad en tareas repetitivas, aumentando la productividad y focalizando la competitividad en los costes.

Sabemos por experiencia que no toda transformación económica positiva genera empleo y menos aún empleo de calidad, entendido este como el que contiene mejoras combinadas en salarios, condiciones laborales, relaciones laborales y empleabilidad. Y también podemos observar que estos últimos años una sucesiva destrucción y creación de empleo han conducido a situaciones colectivas más deprimidas en términos de condiciones laborales, económicas y de estabilidad, y en consecuencia, de calidad de vida y de riqueza social.

La aportación que las personas hacen en forma de trabajo a las organizaciones es una combinación específica, de tres tipos de tareas. En primer lugar está el trabajo manual o intelectual basado en procesos repetitivos en el manejo de dispositivos, máquinas, papeles o trámites de cualquier tipo.

El segundo tipo es el que se refiere a la resolución de problemas en un espacio concreto de especialidad, donde se requiere un diagnóstico y una decisión entre diferentes alternativas. Son los trabajos de diseño, como el de un asesor, que requieren una responsabilidad personal sobre los resultados de las diferentes opciones. Están también en este grupo quienes diseñan productos, instalaciones y proyectos, entre muchos otros trabajos.

Y por último, y en tercer lugar, están los trabajos relacionados con la atención y relación directa con las personas. Incluye la educación, la atención personal en salud y otros ámbitos sociales.

No cabe duda de que la tecnología, esa que manejamos cada día, está en la bisagra entre economía y empleo, y que tenemos que saber interpretarla y encajarla bien para que economía y empleo de calidad sean dinámicas alineadas. Hoy vemos que el crecimiento económico va acompañado de una creciente desigualdad y reducción del empleo de calidad; es un claro síntoma de una muy mejorable relación entre tecnología y calidad de vida, considerando no solo el impacto de la tecnología en el empleo, sino en otros muchos aspectos de las demandas de la sociedad del bienestar.

En esta dinámica destructiva y creativa de empleos entre distintos tipos de trabajos, sectores y empresas y creación de riqueza -económica o social-, encontramos diferentes ingredientes que definen la competitividad o supervivencia de las empresas. Y entre estos ingredientes están el aporte de los empleados en motivación, responsabilidad, dedicación y capacitación, y por otra parte la irrupción sistemática de las tecnologías de la información y su disciplina aliada que es la robótica o la automática en sus diferentes formas.

¿Más o menos empleados? El reto de la supervivencia y el crecimiento de las empresas puede ejecutarse con una u otra respuesta, según sea el tipo de actividad que contenga la aportación de valor de los empleados. Si se trata de trabajos rutinarios, los del primer tipo, competir requiere menos empleados por operación buscando el apoyo sistemático de mejores tecnologías de la información. Por el contrario, si se trata de trabajos de complejos de atención personal -los del tercer tipo- competir supone cualificar a las personas para idear y ejecutar mejores soluciones ahondando en la investigación, diseño y ejecución tan personal y cualificada como sea posible.

En algunas organizaciones, por lo general en sectores maduros de servicios, reducir el empleo es una fuente de competitividad. Aquí tenemos la banca, las telecomunicaciones, los seguros y el transporte, entre otros. Siendo sectores tradicionales, tienen personal de cierta edad y las jubilaciones se están dando en paralelo con la incorporación de poderosos y omnipresentes sistemas informáticos que convierten al cliente en operador y empleado sin sueldo. Las ventajas de la comodidad y la inversión que todos hacemos en teléfonos móviles les permite disponer de un canal de servicios a coste muy bajo y las operaciones se diseñan pensando en el cliente como único operador. Las reducciones de costes por operación y número de empleados han sido espectaculares en los últimos 20 años.

Y lo mismo suele pasar en el sector industrial de fabricación avanzada, donde el diseño y la automatización en las grandes empresas es el factor clave de la competitividad internacional, junto a la reducción de costes de los componentes suministrados por los proveedores. Aquí los empleos se tecnifican mucho y requieren una constante recualificación en equipos y técnicas de fabricación. Los trabajos se desplazan a la vigilancia, la detección y resolución rápida de problemas, y al diseño e instalación de sistemas complicados. Con 20 años de retraso la industria está incorporando con la ayuda de la robótica e Internet, la llamada industria 4.0, las transformaciones equivalentes que en su tiempo se iniciaron en la banca con los grandes ordenadores.

Hay, sin embargo, otros sectores en los que más y mejores empleados están en la base de la competitividad, entendida como aportación de valor y no de tarea, por tiempo o coste empleado. Estos sectores son los que se ocupan de la salud, sobre todo en su faceta preventiva, o de la enseñanza en competencias técnicas o la educación en comportamientos sociales y, en general, en los servicios avanzados. “Eduquemos a los niños para no tener que castigar a los hombres” nos decían los griegos. En este espacio del trabajo de confianza, del asesoramiento, la educación, la instrucción, el cuidado o la custodia encontramos que el número de personas cualificadas crece en mayor medida en tanto que aumenta la calidad personal de los empleados y el nivel de calidad de la atención aportada.

Tenemos otro grupo de nuevas empresas, basadas en las nuevas plataformas que evitan en lo posible tener empleados y activos propios, y procuran formas de relación poco comprometidas con las personas que emplean, a través de modelos de empleo temporal, basados casi exclusivamente en sistemas de incentivos. Es el antes llamado trabajo a destajo, sin jefes conocidos, impersonal, sin un compromiso de estabilidad o de progreso para el que trabaja. Aquí más empleados desconocidos es más volumen de negocio, cosa que está alineada con quienes también emplean estos nuevos canales globales para diseñar servicios digitales, que compitan con otros más antiguos y menos eficientes en costes económicos, pero no en activos sociales.

En resumen, las relaciones entre crecimiento económico, riqueza social, tecnología, volumen de empleo, empleo de calidad y competitividad son muy complejas. Para conducir esta amalgama debemos tener claro a qué tipo de empleo damos mayor prioridad para diseñar trabajos y organizaciones, y reorientar el quehacer de los planes personales, formativos, empresariales, y sociales. Saber encauzar el papel determinante de la última tecnología, en busca de una mayor riqueza social y calidad de vida transformando el empleo a mejor, es una asignatura pendiente. No cabe duda de que estamos en una gran encrucijada y solo una buena elección sostenida nos guiará con acierto a un mejor futuro.