LO que está en juego en la revuelta de los mayores es la disyuntiva de civilización o darwinismo social. Está en juego la idea de que el derecho a vivir dignamente es un derecho desde que nacemos hasta el final de nuestras vidas. Si este fundamento quiebra, quiebra todo el entramado normativo sobre el que se eleva el edificio civilizatorio. Si este fundamento falla, podremos decir que nuestra sociedad es técnicamente avanzada pero la habremos reducido a una en la que muchos de sus miembros están de sobra. Una sociedad que no cuida a sus mayores y un Gobierno que los castiga son eso, la expresión de un fracaso social o, peor aún, la muerte de lo que debe ser innegociable: el derecho a la vida digna de todos y todas y de toda la vida.
Las mujeres y hombres jubilados del Estado español forman una generación a la que le tocó vivir las vicisitudes de una posguerra y cuarenta años de franquismo; la lucha por la libertad y la persecución política; las promesas de la transición, algunas cumplidas, muchas no; los avances y retrocesos de la democracia... A esa generación le tocó mirar cómo unas élites se apropiaban del control de los recursos económicos y cómo se conformaban unas castas políticas para alternarse en el poder. El desarrollismo fue el resultado de su trabajo y los años de bienestar lo fueron gracias a sus esfuerzos. Son los héroes de la crisis, los que han sostenido familias con sus magras pensiones. Sus luchas de ahora tienen la grandeza de no mirar solo por sus intereses sino de hacerlo en beneficio de todas y de todos, para lo que han tenido que superar ese instrumento diabólico que es el miedo.
Ciertamente el miedo paraliza. Lo saben bien los que ocupan el puesto de mando de la sociedad. Generar miedo en la sociedad a costa de las crisis, amenazando con el fin del empleo, incluso del precario. Amenazar especialmente a los pensionistas con la quiebra de la caja de la Seguridad Social sembrando incertidumbre y temor a perder lo que con sudor han logrado. La verdad es que a los mayores se les atemoriza una y otra vez: se explota su vulnerabilidad y el poder ha creído siempre que son manipulables, que basta con asustarles. Pero ahora no. Los jubilados y todos los demás pensionistas han roto la cuerda del miedo que los mantenía en silencio.
Jirones de vida La derecha española lleva años robando jirones de vida a jubilados y pensionistas. Hurto de la vida, con cuanto tiene de imprecisión, de ambigüedad, pero también como capacidad evocadora que brota de la rabia, de la emoción. Y en esta época incierta, la vida robada a millones de personas mayores ha extendido entre ellos la angustia y la ansiedad. Pero esta agresión del poder a sus vidas puede ayudar a conocer los destellos premonitorios de sus protestas, rompiendo con la opacidad de momentos en los que parecía imponerse su resignación, su cansancio y su desconcierto.
Las heroínas y los héroes se están rebelando y han emprendido un camino de anhelos por una vida mejor, de ellos, de sus hijos e hijas y de sus nietos y nietas, superando las amenazas de que la caja no da para más. Se rebelan porque es justo. Porque además saben que el gobierno miente y anuncia lo peor porque en realidad quiere privatizar el sistema de pensiones. Dinero hay. Y los pensionistas lo saben y exigen otra distribución. “¡Dónde está el dinero!”, gritan en las calles.
Los jubilados saben “¡Qué eliminen ese absurdo que es el Senado!”, exigen unos. “¡Que se reduzca radicalmente el gasto en armamento y el de la pertenencia a la OTAN!”, reivindican otros. “¡Qué paguen más impuestos los que más tienen!”, recuerdan todos. “¡Qué restituyan lo robado!”, sentencian todas las voces. “¡Qué la banca devuelva lo que se entregó para su rescate!”. Y así gritan los pensionistas una larga lista de exigencias.
El Estado inyectó a la banca para su rescate no menos de 77.000 millones de euros según el Banco de España, de los que 60.000 ya se habían perdido en el cierre del ejercicio de 2015. España es el país europeo que más dinero ha perdido. Como mucho se recuperarán 14.000 millones. Y los jubilados y pensionistas lo saben. Y saben del rescate de autopistas y del derroche de aeropuertos sin aviones. Y de la compra de submarinos que no flotan. Y saben lo de los robos de dinero público. Y saben sumar y saben que una parte muy grande de la caja de la seguridad social ha sido utilizada para comprar bonos del Estado cuando nadie los compraba. Y sabe tantas cosas.... Sabe, además, lo más importante: que el miedo ya no le paraliza.
La rebelión de los mayores es como un nuevo 15-M. La indignación une a aquellos jóvenes con los pensionistas que salen a las calles y plazas. Hay de fondo una aspiración a vivir con decencia. Y es por ello que ante la corrupción sistemática y generalizada, frente a la mentira, la burla, la vejación, el abuso de poder, la chulería del poder y la tiranía, la mayoría de jubilados y pensionistas está harta, literalmente asqueada, y dice ¡basta ya! Los momentos de crisis catapultan valores antes subordinados y ocultos y dejan en segundo plano actitudes conformistas antes dominantes.
1.080 euros, dignamente La resignación cede el primer plano a la justa cólera, a las ganas de cambio. La conciencia toma la palabra para rechazar la mierda del 0,25 y exigir en Euskadi 1.080 euros de pensión mínima y la aplicación anual de la subida del IPC. Y es que no basta el IPC, ya que el problema de fondo son las cifras insuficientes de las pensiones actuales para grandes mayorías. ¿Qué le soluciona a quien cobra 800 euros o menos, pasar de una subida de dos euros a otra de ocho euros? En la comunidad autónoma hay cerca de 200.000 jubilados que no llegan a esos 800 euros de pensión, siendo mujeres en un porcentaje elevado. ¿Y qué decir de la sangrante realidad de las viudas vascas que cobran pensiones precarias?
Es la Carta Social Europea la que recomienda la cantidad de 1.080 euros, en el marco de su compendio de derechos sociales y económicos a nivel europeo. No es una cifra fruto de la improvisación. No es un capricho. No es un abuso. Es lo que se estima para vivir dignamente. Los y las pensionistas se lo exigen a quienes ganan salarios, dietas y complementos, realmente obscenos. Al gobierno central en primer lugar. Hasta hoy, sus respuestas son esquivas cuando no directamente negativas. Los que más ganan deciden la vida de los que menos ganan, y lo hacen diciendo que no hay dinero para todos.
La revuelta es el fruto de la decisión de las asociaciones y plataformas de jubilados y pensionistas. Que no se dejen arrebatar su liderazgo. No confío en los partidos ni en los sindicatos. Y no confío porque a la vez que tratarán de ponerse al frente de las movilizaciones intentaran dominarlas y minimizar las reivindicaciones ya planteadas. Son, somos nueve millones de votantes con poder para quitar y poner, para castigar al gobierno y al partido que lo sostiene. Que nadie caiga en la tentación de pegar codazos para llevar la pancarta. Ese honor pertenece a las y los pensionistas.