El cierre de la revista Interviú, fundada en 1976, deja en el recuerdo una estela de portadas icónicas, no solo por el desnudo de las mujeres sino por el destape sin tapujos de uno de los episodios más sangrantes de nuestro pasado y de nuestro presente: la trama de los bebés robados en España. Sin ir muy lejos, hace menos de un mes, la revista se hacía eco de la solicitud de comparecencia de Margarita Robles y Núria de Gispert por parte de la madre de una niña supuestamente robada.
Por refrescar un poco la memoria en estos tiempos de borrón y cuenta nueva, conviene recordar que la ignominia de los niños robados comenzó tras la Guerra Civil dentro de un sistema de depuración político-religiosa que se extendió hasta los albores de nuestro siglo, transformándose en un negocio abyecto en el que intervinieron refinadas manos negras que han enlodado el significado de términos como sanidad, justicia, iglesia o estado. Desgraciadamente, y como complemento necesario de estas atrocidades, se ha establecido un silencio cómplice que se prolonga hasta nuestros días, impidiendo el esclarecimiento de los hechos y la reparación vital y emocional de las
víctimas.
Ha sido precisamente esta revista, gracias a la investigación de periodistas valientes, quien a lo largo de los años ha intentado mantener vivo lo que nunca debería morir. Al fin y al cabo, y por mucho que el Estado mire hacia el otro lado, robar niños es un delito de lesa humanidad. A España, le quedan muchos deberes pendientes. Muy triste, aunque quizás conveniente, que Interviú no siga al pie del cañón.