LA celebración del Último Lunes de Gernika, que ayer reunió a decenas de miles de personas en torno a sus 333 puestos de productos, se convirtió de nuevo en espejo de un sector primario vasco que lentamente ha empezado a afrontar una transformación imprescindible para su supervivencia y con ella la de una parte importante de nuestra cultura y tradiciones. Sin ocultar los problemas que el agro vasco ha atravesado y atraviesa, que fueron derivando en el abandono paulatino de los minifundios familiares (en 1970, el 84% de las explotaciones en Bizkaia y el 64% en Gipuzkoa no superaba las cinco hectáreas) entre 1965 y 1985, lo que no ha evitado que más del 95% de las 15.500 explotaciones vascas tenga hoy menos de diez empleos, limitando la empleabilidad del sector en torno a 16.000 puestos de trabajo, sí cabe reseñar que la caída del número de explotaciones -de 27.145 en 1989 a 16.410 en 2009- parece haberse detenido y la economía del sector ha experimentado siquiera un leve repunte con crecimientos de en torno al 2% en los años 2015 y 2016, lo que ha permitido un aumento del empleo del 1% en el último ejercicio. También que pese a que la responsabilidad de la producción sigue requiriendo un rejuvenecimiento inmediato (solo el 10% de los titulares de explotaciones es menor de 40 años y la edad media es de 58), sus cifras no son muy distantes de las de la media de la UE (6% menor de 35 años y 56% por encima de los 55) y los programas impulsados desde el Gobierno vasco y las diputaciones, como Gaztenek o los bancos de tierra forales, han integrado a más de 700 jóvenes que no se toparán en Euskadi con la acumulación de propiedades evidente en Europa, donde el 81% de los pequeños agricultores solo posee el 14,7% de las tierras. Ese rejuvenecimiento, cada vez más palpable en las ferias que, como la de Gernika, salpican el calendario, ayudará a la limitación de uno de los grandes problemas del agro vasco, su desconexión con el consumidor final (solo el 4% de los productores participa del comercio electrónico), y junto al impulso institucional hacia nuevos métodos de producción sostenible y responsable con los nuevos parámetros de salud pública -ahí está el plan de alimentación del Ejecutivo vasco- favorecerá la innovación y la inversión en tecnologías que aseguran la calidad y trazabilidad del producto y, a través de las mismas, su situación preferente en el mercado.
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