LA revisión semestral de las perspectivas de la economía mundial llevada a cabo por el Fondo Monetario Internacional (FMI) en julio pasó sin pena ni gloria, salvo alguna que otra mención a la revisión a la baja del crecimiento en Estados Unidos y Gran Bretaña y al alza en las principales economías de la eurozona, incluida la española. Revisión que se ha presentado como signo de que en Eurolandia se estarían haciendo las cosas bien, a diferencia de lo que ocurriría en Brexitlandia o en Trumplandia?. Olvidando que con las nuevas previsiones, Estados Unidos va a crecer dos décimas más que la Eurozona en 2017 y cuatro décimas más el año próximo, o que el país del Big Ben va a crecer lo mismo que Francia o Alemania, y más que Italia.
Tampoco se ha dado mucha importancia a la aparente contradicción de afirmar, como hace el FMI, que “la recuperación se está afianzando” al mismo tiempo que pronostica para el año próximo un crecimiento del 1,9% para las economía avanzadas, tres décimas menos que el crecimiento logrado en 2015, lo que por regiones supone un crecimiento menor respecto al año 2015 de -0,5 puntos en Estados Unidos (hasta el 2,1% previsto para el año próximo) y en Japón (estancado en un 0,6% de crecimiento), de -0,3 puntos en la Eurozona hasta el 1,7%, y de -0,8 puntos en España (2,4% de crecimiento previsto para el año próximo). De nuevo, la recuperación existe sobre todo gracias a China y a la India, los dos colosos asiáticos que, creciendo menos que en 2015, lo van a seguir haciendo a tasas del 6,4% y el 7,7%, respectivamente.
Pero la panoplia de datos que acompaña la actualización de las previsiones de crecimiento ofrece otra información que ha pasado, esta sí, completamente desapercibida: en 2015 las economía avanzadas -más o menos lo que en política se denomina occidente- lograron un crecimiento del 2,1% gracias a un aumento del comercio exterior del 4%. Este año, las previsiones de crecer un 2% se sustentan en un aumento del comercio exterior del 3,9%, y para el año próximo, como el comercio crecerá un 3,5%, la economía lo hará al 1,9%. La dependencia del sector exterior es clara en el crecimiento de los países desarrollados. Por el contrario, los países subdesarrollados incluso con un estancamiento en su comercio exterior en 2015 (0,3% de aumento) lograron crecer al 4,3%. Este año y el próximo, las previsiones apuntan a que su comercio crecerá por encima del 4% al año, y sus economías por encima del 4,5%.
Estos pocos datos son suficientes para entrever la nefasta contribución de la ideología económica dominante en el mundo desarrollado, donde del ajuste salarial y fiscal permanente se acompaña de un crecimiento raquítico en vías de extinción. Hace falta un crecimiento muy elevado de la demanda exterior para que la economía doméstica alcance un nivel mínimamente aceptable de crecimiento. Por el contrario, en los países más dinámicos de lo que antaño se denominaba tercer mundo, el crecimiento económico se basa en factores internos, como la inversión y el consumo, alentados por el sector público y los salarios en alza.
Es hora de revisar la imagen tradicional de estos países, que dominados por unas burguesías compradoras y dependientes de la exportación de unos pocos productos coloniales o materias primas para alimentar unos raquíticos presupuestos públicos, languidecían en un tiempo sin historia, de calor, moscas y niños sin escolarizar. Si bien esta dependencia de las exportaciones sigue siendo una realidad en buena parte de África y de América Latina, en Asia el crecimiento tiene unos fundamentos bastante más robustos, basados en el cambio tecnológico acelerado y el consumo creciente de la población.
Si acaso, el calor, los ninis, el tedio político y la dependencia de las exportaciones son una realidad cada vez más asentada en nuestros pagos, y parece que están aquí para acompañarnos durante mucho tiempo.
Llama la atención la pérdida de protagonismo político del comercio internacional en los discursos oficiales sobre política económica. Hace no mucho tiempo, la firma de tratados de apertura comercial se presentaba como la solución a todos los problemas del estancamiento económico. Aun hoy se insiste en la UE en las propiedades milagrosas de un tratado como el CETA firmado con Canadá, que tiene más que ver con las inversiones y el sometimiento jurídico de los estados en sus relaciones con las multinacionales que con el comercio, a pesar de llevar este (trade) en el nombre.
Hasta hace poco, académicos y periodistas vendían a mansalva la idea de que el desarrollo reciente de Asia -los tigres, los dragones, China?-- se basa en el comercio exterior. Aunque algunos peor informados sigan sosteniendo esta tesis, ni siquiera ellos son capaces de explicar por qué los países desarrollados crecen menos que su comercio, mientras que en Asia el crecimiento se verifica tanto con aumento del comercio como sin él.
En cierto sentido, podemos dividir los países entre los que venden lo que producen, y los que venden lo que tienen, lo que les da la naturaleza. Estos últimos, los que dependen para crecer de la exportación de minerales o petróleo -y también de sol y playas-, son lo que tienen más dificultad para resistir los embates del ciclo económico mundial y los cambios de política. En el otro extremo, los que disponen de una economía productiva capaz de adaptar su oferta con rapidez son los ganadores en esta partida.
Pasados los tiempos de la defensa cerrada del libre comercio, hasta el FMI afirma que quizá la mejor política no sea la apertura indiscriminada de las fronteras comerciales; así recoge su recomendación en la revisión de las previsiones de crecimiento: “Un sistema de comercio mundial abierto y basado en reglas es particularmente vital para la prosperidad internacional, pero debe estar apuntalado por políticas nacionales que faciliten la adaptación no solo al comercio internacional sino también al rápido cambio tecnológico”. Defensa sorprendente de las políticas nacionales, es decir las políticas adaptadas a cada situación concreta, por parte de los principales promotores de la política única -neoliberal, por supuesto- para todas las ocasiones.
Con el dinamismo que presentan las economías asiáticas, que solo el 5% de las exportaciones vascas y el 10% de las importaciones se realicen con esa región hablan alto de la lejanía de la economía local respecto a las dinámicas cambiantes del comercio y la tecnología mundiales. Sin una reorientación de los flujos económicos hacia el mercado asiático, la UE seguirá viendo erosionar poco a poco su posición de dominio relativo. Una transformación estructural como la que se requiere no depende precisamente de las políticas del BCE o del presupuesto comunitario; sin una política pública agresiva de inversiones, de defensa del patrimonio industrial y de cambio tecnológico, los países de la UE estarán cada vez más fragilizados frente a Alemania, la única potencia comunitaria que aplica ese tipo de políticas de forma sistemática, o a las potencias emergentes de Asia.
Pero retomar la senda del crecimiento sostenido en la UE precisa además y sobre todo de un cambio estratégico en la forma en que aborda la geopolítica y las redes de alianzas prioritarias, donde parece asumir con resignación un papel subordinado y la prédica del libre comercio como seña de identidad. Una reflexión autónoma al respecto tampoco vendría mal.