MARKEL Susaeta habló ayer desde el sentido común, para variar. En sus primeras manifestaciones del nuevo curso dijo exactamente lo que cabía esperar de quien está de vuelta. No hubo una palabra más alta que otra en el reposado discurso de un hombre disconforme con su situación en los últimos tiempos. No es el único, solo es uno más entre los aspirantes a invertir una tendencia bajista en la jerarquía futbolística del grupo.

Acaba de ser nombrado capitán, pero de un tiempo para acá el brazalete no garantiza figurar en las alineaciones. Iraizoz cierra por el momento una lista en la que antes estuvieron Gurpegi o Iraola, casos todos de veteranos que siendo muy valorados en el vestuario fueron paulatinamente perdiendo peso específico sobre la hierba. Hombre, Susaeta es joven aún, anda por debajo de la edad de los citados cuando estos accedieron a la capitanía, pero lo evidente es que ha encadenado varias campañas que no son precisamente las más brillantes de su carrera.

En realidad sus números empezaron a menguar hace ahora tres temporadas. Modelo de regularidad, fiable como pocos por diversos conceptos, Susaeta experimentó entonces un bache en su rendimiento que pagó con una frecuente presencia en el banquillo. Siguió contando, pero ya no como lo había hecho previamente, su luz se fue apagando mientras el foco iluminaba a otros compañeros. Al año siguiente, 2015-16, siguió instalado en un segundo plano, a pesar de que recuperó el tono. Es posible que su mejoría resultase insuficiente en sí misma o en comparación a lo que ofrecían quienes competían con él por un hueco en el once.

Esta tónica se agravó para sus intereses durante la campaña más reciente, la peor en términos de participación de las diez que ha cubierto en el Athletic, como recordó ayer. Había perdido el sitio y lo pagó con un protagonismo residual. De nada le sirvió salir destacado en algunas tardes o no desentonar en algunas más porque su lugar le ataba ya a la cola en la nómina de delanteros. Dado que el tema venía de atrás, que no se puede catalogar como un asunto repentino al apreciarse un proceso que abarca un período amplio, lo más fácil es concluir que en el fondo lo que le ocurre se llama declive, algo normal, habitual en gente que lleva un montón de años arriba.

A esta manera de interpretar una trayectoria no le faltarán abonados, entre otras razones porque Susaeta no goza del fervor popular. El capitán más bien alberga motivos para sentirse, si no maltratado, sí señalado, incómodo. Con asiduidad ha sido utilizado como blanco coincidiendo con episodios de frustración de parte de la grada, sector que a la mínima no duda en exteriorizar sus filias y fobias, y que con Susaeta se sustancian en ese rumor indescriptible y sin embargo tan familiar para los asiduos de San Mamés.

También es legítimo analizar el retroceso de Susaeta apoyándose en una premisa que encaja con sus vicisitudes: a los ojos de Ernesto Valverde no era merecedor de un estatus distinto. En la escala del anterior entrenador le correspondía un papel secundario y este criterio se impuso al resto de consideraciones. Uno opina que esta segunda hipótesis se aproxima a la auténtica realidad del futbolista mucho más que la otra, la del decaimiento por pura y simple inercia.

Saldremos de dudas en breve porque el escenario ha cambiado. Con el relevo en la dirección del equipo se abre una expectativa para la totalidad de los jugadores que puede desembocar en alteraciones en el orden jerárquico aludido. Susaeta y los demás comienzan de cero, lo cual concede un margen interesante a aquellos que buscan reivindicarse, especialmente si se trata de elementos curtidos. Por definición, verse relegado no es agradable, pero nadie debería superar en empeño a quien ha sentido en su piel el privilegio de ser fijo en el once.