Del 7 al 14 de julio hay una alarma en mi cerebro que me despierta exactamente a las 7,50 y en 5 minutos estoy frente al televisor viendo el encierro cada mañana. Ayer 7 de julio tocaba correr la ganadería de Cebada Gago, la fama les precede -nerviosos, impredecibles y por tanto peligrosos- , y efectivamente fue un espectáculo, importaba tanto la pasión que transmitía el locutor como las imágenes que se mostraban, los corredores hacían movimientos de calentamiento pero en sus caras había un rictus indefinible entre preocupación, miedo y emoción.
Cuando se abrió la puerta de toriles, la imagen fue espectacular, los toros, bellos y nobles, mezclados con los cabestros, hasta encontrarse con los mozos; uno de los toros, Melocotón, como le llamó el locutor quizá por su color, encabezó la manada camino de la plaza. Cuando en la carrera se mezclan toros-mozos, la belleza es otra; distingo entre los que saben hacerlo e impecablemente vestidos de blanco y rojo, periódico en mano, dirigen al toro con respeto; un palmo les separa del morlaco, lo perciben cerca pero el miedo que sienten, lo transmiten con elegancia y saber. Por el contrario los hay que con el valor que se le supone al asustado, corren despavoridos, intentan tocar a la bestia y en el colmo del despropósito hacerse un selfie, !increíble !
Unos irían por la tarde a la corrida sin más preocupación que llegasen las “magras con tomate” y el vino. Otros sentirían con desgarro, tanto como la mayoría de los que hemos estado viendo el encierro, que esos preciosos animales: bravos, nobles y bellisimos, sean torturados hasta morir.
El magnífico espectáculo requiere una reflexión profunda para un cambio no fácil.
Ana Larrañaga Gautegiz-Arteaga