Se me abren las carnes cuando escucho a Rajoy mentar democracia, alguien a quien veo sentado con Fraga y demás ministros de Franco votando el fusilamiento de Grimau con la misma tranquilidad de conciencia que cuando apoyó lo de Irak, esa guerra tan legal y que tanta paz ha traído al mundo entero, y en la que tampoco murió ningún niño.
El mismo día en que don Mariano osaba decir que lo de Catalunya es antidemocrático leí que en Suiza se acababa de celebrar el enésimo referéndum, esta vez para decir “sí” a un futuro energético sin nucleares. Entonces pensé en la inexistente democracia directa que “disfrutamos” y en cuan distinto sería hoy este país si en los últimos 40 años hubiéramos practicado con 20 o 30 referéndums la responsabilidad de decidir entre todos lo de todos, esa costumbre que tanto vincula. En lugar de solo dos y, de ellos, aquel “de entrada No”, que no logró domesticar a los afiliados del PSOE lo bastante como para soportar que sus dirigentes prometieran una cosa e hicieran otra. Un comportamiento colectivo que en el futuro se conocerá por “Sánchez”.
Tras el 23-F, teniendo Felipe derrotados y en la cárcel a los franquistas más insensatos, en lugar de limpiar España de peligros durmientes inhabilitando para la política a unos cientos de implicados, decidió construir una democracia a base de intermediarios, por cuyos rincones fue proliferando el cáncer de la corrupción al tiempo que despertaban, y se reagrupaban en el PP, los restos del franquismo sociológico. ¿O Rajoy ha condenado ya aquel régimen criminal?
Hay tres factores que pueden mantener unidos a los grupos humanos: la violencia de una parte contra otra, la corrupción compartida de sus élites o la participación libre de sus miembros. Se pueden resumir entre el primero y el segundo los últimos 80 años de España. Continuar juntos, o no, nos obliga a superar hoy el Rubicón del tercero, y después, si los catalanes deciden seguir con el resto, copiar un poco a los suizos. Intuyo que se les quieren parecer en lo bueno.