A Juan de Ajuriaguerra su mito le precedía. Cuando me hablaron de él por primera vez y lo hicieron en voz baja, me estaban nombrando “al Jefe” y, por tanto, era mejor no mentarlo ni conocer cómo era. Su gesto de volver en avión desde Biarritz a Laredo, en agosto de 1937, para entregarse con sus tropas, engrandeció su figura. Y fue uno de los hechos destacables de aquella tragedia. Que responsables políticos siguieran la suerte de sus soldados con condena a muerte segura no se dio en muchos sitios. Yo creo que en ninguno. El echar a suertes en la playa quién se quedaba y quién se salvaba y obligar al lehendakari Aguirre a marcharse mientras Ajuriaguerra se quedaba, es un hecho que engrandece la historia gloriosa del PNV.

En 1976, estaba Juan de Ajuriaguerra en la clínica Guimón y fui a llevarle el Euzkadi clandestino que todavía editábamos sin permiso. Era el aniversario de Santoña y quise destacar aquella conducta. Cuando se lo entregué, cambió el semblante y me echó una de sus broncas. No quería se le ensalzara cuando tantos gudaris habían sido fusilados y él, siendo el responsable, había salvado la vida.

Tras el berrinche, me dijo: “Cuando mi ama me venía a visitar a la cárcel de Burgos, me preguntaba: Juan ¿estás preparado para morir bien? Y yo siempre le contestaba: Ama, estoy preparado para vivir bien”.

Desde hace cuarenta años, Koldo San Sebastián y yo tratamos de que las mil historias e historietas, vivencias y amarguras, excelsitudes y miserias de nuestra historia reciente no se pierdan porque los distintos gobiernos que hemos tenido jamás han tenido una sensibilidad y acción en serio para ocuparse de estas historias de perdedores. Se han hecho cosas, pero deslavazadas o a trompicones y poco sistematizadas. La historia la han contado los vencedores y, a veces, se la han creído los vencidos. Y no vaya usted a una librería a buscar un ejemplar sobre estos temas. Lo español y lo superficial es lo que impera.

Este año se cumplirán en agosto los ochenta años del pacto conocido como “de Santoña”. Y como aquella tragedia podrá ser objeto de las clásicas manipulaciones que ya conocemos y que lo presentan ante el mundo como “la traición de los vascos”, hemos buceado en toneladas de documentos intocados para dar nuestra versión, ya que la única que se dio en su día fue la de don Alberto de Onaindia y la de Lucio Artetxe por un lado y la de cientos de panfletos en el otro.

Aquello debía terminar como terminó. No con una derrota y una entrega como se hizo en Madrid, todos peleados y culpándose unos a otros, o como sucedió en otros lugares, o como hizo el presidente Azaña, dimitiendo en la embajada española en París. Eso sí que fueron traiciones.

La rendición vasca ante los italianos tenía su aquel, si hubiera prosperado, para que los gudaris y sus responsables no se subordinaran a los generales Mola y Dávila de turno, auténticos asesinos con galones. Más que militares eran unos gánsteres y lo demostraron con su brutalidad y la excusa esgrimida para los fusilamientos: la acusación de ser responsables de “auxilio a la rebelión”, cuando ellos habían sido los rebeldes a una República elegida democráticamente.

Al barajar el nombre a poner al libro que está aún en el horno, nos inclinamos por El otro Pacto de Santoña. Y no porque hubiera habido dos, sino porque el franquismo y la caverna más retrógrada han convertido la palabra Santoña en sinónimo de traición y era preciso relatar el único, el verdadero. El otro, el falso pacto del que hablan sus detractores, es un cúmulo de falsedades y tergiversaciones que creemos poder disipar con mucha documentación. Repito, solo hubo un pacto, cuyo mejor nombre hubiera sido El Pacto Ajuriaguerra-Mancini, o El Pacto del PNV con los italianos o El Pacto de Laredo, pero se dio en llamar El Pacto de Santoña y así ha pasado a la historia, manipulado, como una traición.

La historia, sin embargo, fue otra. Y Ajuriaguerra volvió en avión, podía ser un buen subtítulo de la misma para destacar el hecho, la valentía, su proeza humanitaria, una vez más, en el único pacto posible y el único pacto digno. Las razones son estas:

-El gobierno de la República no suministró pertrechos de ninguna clase al Ejército Vasco. Ni armamento, ni aviones, ni barcos, ni balas, ni cañones. Nada. Y una guerra solo se gana con inteligencia, coraje y armamento adecuado. Lo poco que hubo se tuvo que comprar de muy mala manera fuera y el intento de fabricarlo dentro fue impedido por el avance de la contienda.

-El increíble y nunca cumplido Comité de No Intervención impidió cualquier ayuda a la República a diferencia de lo ocurrido con el ejército sublevado por parte de Hitler y Mussolini, quienes sí suministraron aviones, bombas, armamento y cobertura internacional al ejército rebelde. Churchill y Blum son culpables de una decisión incomprensible e insolidaria. Confío en que no haya ninguna calle en Euzkadi dedicada a quienes, en relación con nuestra tragedia, fueron dos sinvergüenzas.

-El Alto Mando Militar español en Euzkadi, generales Llano de la Encomienda y Gamir Ulibarri, y otros oficiales del ejército republicano, no estuvieron a la altura de las circunstancias porque no conocían el terreno que pisaban y carecían de inteligencia táctica para llevar a cabo semejante tarea.

-Los mandos soviéticos enviados no hicieron más que enredar y perjudicar la defensa. Eran burócratas al servicio del Partido Comunista Internacional y sus peleas, purgas, espionajes, y búsqueda de chivos expiatorios estropearon muchas acciones.

-El terror aéreo sembrado por el general Mola fue determinante. El bombardeo sistemático de Bilbao, Durango, Amorebieta, Otxandiano, Eibar y Gernika sembró la desesperación careciendo el Ejército del Norte de aviones y cañones antiaéreos para defender dichas localidades.

-El Gobierno vasco quiso tener su propio armamento: aviones, tanques, lanchas rápidas, antiaéreos, fusiles, balas y pistolas y tenían avanzado mucho de su fabricación en su industria reconvertida en industria de guerra, pero no pudieron llevar a cabo aquellos planes por el avance del ejército franquista sublevado, pese a que le costara tres meses avanzar cuarenta kilómetros.

-Las familias tuvieron que enviar a más de 4.500 niños a Inglaterra, Bélgica, Francia y Rusia ante la situación de angustia que se vivía. ¿Y por qué los enviaron fuera? Pues porque en Euzkadi la aviación masacraba y los padres, en aquella amarga circunstancia, lo que buscaban era que por lo menos sus hijos pudieran vivir. Mola, que era un asesino, había lanzado su ultimátum: ”Si no os rendís, arrasaré Vizcaya”. Y lo estaba haciendo.

-El lehendakari Aguirre trató de que Francia permitiera, y la República aceptara, que el ejército vasco se desplazara a Catalunya, pasando por Francia, sin el menor éxito gracias a la conjunción de intereses del Comité de No Intervención y de la pusilanimidad de Azaña, Negrín y Prieto. Unos y otros tuvieron temor de un ejército vasco actuando en Catalunya.

-La retirada de Bilbao del Gobierno vasco y su administración fue ordenada y no se destruyó su industria porque la vida debía de continuar. Solo se hizo esto con los puentes. Ocurrió exactamente lo mismo que en otras ciudades como Santander, Gijón, Barcelona o Madrid, a las que se les exculpa por no organizar su autodestrucción, contrariamente a lo que se hace con el Gobierno Aguirre. Por salvar, se salvó completa la Universidad de Deusto, que jamás ha reconocido aquel gesto de inteligencia y humanidad.

Efectivamente, si no hubiera habido un Pacto de Santoña, estaríamos hoy hablando de la masacre de Santoña, o del genocidio de Santoña. Es, en resumen, lo que pretendemos demostrar a través de nombres, apellidos y condenas a gudaris y milicianos, de relatar la realidad de la ramplonería, bajeza, y responsabilidad que atribuían a los gudaris y milicianos para matarlos. Una historia terrible y triste que es preciso conocer.