Apunto de atravesar la puerta de salida de La Moncloa, José Luis Rodríguez Zapatero, henchido de proyectos bucólicos, dijo aquello de que se retiraría a una casa de campo en León para contar nubes. La realidad ha sido más generosa: Zapatero cobra como letrado del Consejo de Estado, interviene como mediador internacional en Venezuela, opina sobre esto y lo otro e impulsa la candidatura de Susana Díaz como secretaria general del PSOE. En esa última encomienda, coincide, hace piña diríamos, con otras caras surcadas por el tiempo: Felipe González, Alfonso Guerra, Alfredo Pérez Rubalcaba y José Bono. Todos ellos tienen en común haber sido dirigentes socialistas y haberse enfrentado entre sí en sus respectivos tiempos políticos.
Con mucha fanfarria, el pasado domingo entronizaron a la dirigente andaluza en una ceremonia con tales dosis de devoción que parecía que no se hubieran extinguido las ondas de la monarquía absoluta. La candidata, a veces se refieren a ella por lo bajini como La Sultana, aceptó la ofrenda, que ella prefiere llamar presentación de su candidatura, y lo hizo con ademán negligente, que viene del término nec-legens: quien no tiene costumbre de leer. Su discurso, calificando su eventual liderazgo como “PSOE al 100%”, recaba para sí misma la fidelidad con la sigla histórica, la autenticidad de su compromiso socialista y la exclusividad de su ideario. Tanta trompetería anuncia un combate como los que se dan en alta mar que persiguen como único objetivo la aniquilación del enemigo. No creo que haya un debate interno entre los tres candidatos, sino otra cosa bien distinta, un conflicto sin resolución, con la liquidación política del oponente.
El denso crepúsculo socialista ¿Cómo se ha llegado a ese punto? El PSOE está en un crepúsculo cada vez más denso debido a la iniquidad y los desórdenes propios de la vejez. El PSOE se encuentra en su laberinto. Tiene que decidir entre identificarse con su propia historia, posición sostenida por Susana Díaz. La podríamos sintetizar en “conviértete en lo que has sido”, a estas alturas imposible de sostener porque las circunstancias de crisis global, ocaso de la clase obrera tradicional y erráticas políticas llevaron al PSOE a dejar de ser lo que fue. En el otro lado de la balanza, el más difícil todavía, lo que propone Pedro Sánchez: convertirse, aún a costa de un terrible precio de abnegación, en lo que el PSOE debería ser. Ante la posibilidad de un Pedro Sánchez nuevamente secretario general del PSOE, las caras surcadas por el tiempo experimentan el horror de ver un jarrón de Sèvres en las manos de un chimpancé. Y dicen que lo que Sánchez representa no se trata de abnegación, sino de renegar del auténtico socialismo, de “podemizarse”. Por “podemizarse” entienden dos cosas: una, hacer oposición tanto dentro de las instituciones como en combinación con los movimientos sociales; y otra, reconocer la plurinacionalidad del Estado español. Izquierdismo y filo-nacionalismo, concluyen. Imposible peor receta para resucitar al PSOE. Este es el parecer de Felipe González, quien, recordemos, en su día dimitió del cargo que ahora pretende Susana Díaz hasta conseguir que se retiraran de los estatutos del partido su definición como de inspiración marxista. Al igual que en su día consiguió que la reivindicación del derecho a la autodeterminación desapareciese de sus pancartas reivindicativas.
Ocurre que las tribulaciones del PSOE superan el ámbito de la política española. La clásica ecuación liberal entre instituciones democráticas y progreso económico comienza a diluirse. En Europa, existe una ola de creciente irrelevancia de los ideales del imperio de la ley y el proceso parlamentario. La política es observada con impaciente desesperación por los perdedores de la crisis: clase obrera, clases medias y jóvenes sin futuro, que califican la actividad institucional como una masa de mentiras, evasivas, estupidez y creciente odio. Esquizofrenia presupuestaria aparte, porque, por ejemplo, esa Europa comunitaria de la austeridad echa a perder 39 millones de toneladas de alimentos anuales. 179 kilos por persona y año.
El PSOE, la socialdemocracia europea en su conjunto, no ha sido capaz de infundir esperanzas en los desesperanzados, de nutrirse de sus decepciones. Mucho menos de practicar la recomendación que Pablo hacía a las primeras comunidades de creyentes: “Haceros miembros los unos de los otros” (I Corintios, 12); lo que hoy llamaríamos empatizar.
En ese ambiente, Pedro Sánchez está adquiriendo un halo de tragedia sacrificial. Irreverente, indócil, magnánimo y ni por asomo obsequioso, apela a unas bases que, al votar por alguien de quien se ha comprobado que es incapaz de ganar unas elecciones, pueden acabar dando munición al enemigo. Pedro Sánchez lo arriesga todo en este envite y con tal gallardía sobrevivirá a su manera porque la pureza es otra forma de supervivencia, algo que odian los supervivientes arribistas.
Tomar asiento separadamente Lo de Patxi López es disidencia, que literalmente significa tomar asiento separadamente, pero manteniéndose en el sillón. Patxi López no arriesga nada, ofrece al poder de las caras surcadas por el tiempo pruebas de valentía exentas de riesgo, porque tiene asegurada una sólida base territorial en Euskadi y porque tiene igualmente asegurada su carrera política, única competencia que se le conoce. Es el destino de los políticos profesionales dispuestos a seguir siéndolo. Sin riesgo, sin sacrificio, sin cruz, sin corona, Nulla crux, nulla corona, acaban en la irrelevancia, la estación final de quienes no arriesgan nunca de verdad, cuando debería haber sido lo contrario.
Contar nubes y hacer que llueva verdad. Ninguno de los tres candidatos parece dispuesto a afrontar la autocrítica partidaria, esa lluvia salvífica que todo lo lava. Pronostico que, sin claras referencias ideológicas, el PSOE acabará definiéndose como español y demócrata, lema asumible por los partidos que se califican de constitucionalistas, o sea, oscuridad en la que todos los gatos -PP, PSOE y Ciudadanos- son pardos. Ese arrumbamiento de sus principios no augura nada bueno para un PSOE que sí tiene dónde mirarse. Me refiero a socialistas históricos excepcionales como Pablo Iglesias, Ramón Rubial, Julián Besteiro y tantos que mostraron de un modo sencillo cómo podría haber sido.
Stephen Spender, reconocido poeta británico, autodefinido socialista crítico con el comunismo, brigadista internacional y nombrado luego sir por la reina Isabel II, recordó en un poema sobre la Guerra Civil la inmensa humanidad de Los verdaderamente grandes:
“Cerca de la nieve, cerca del sol, en los prados más altos, / ved festejados estos nombres por la hierba ondeante / y por los banderines de blancas nubes / y por los susurros del viento en el atento cielo.
Los nombres de aquellos que, en vida, lucharon por la vida, /que en su corazón llevaron el foco del fuego. / Del sol nacidos, breve fue su viaje hacia el sol, /y dejaron en el aire vívido la firma de su honor”.