Desde aquí un aviso a los señores apoderados, con todo el cariño del mundo, no me lo tomen a mal: tengan cuidado con los comentarios que hacen en la tribuna, supuestamente a micrófono cerrado, porque uno no sabe bien si el botón está en on o en off, y estos cacharros los carga el diablo. Y, aunque se separen un poco, lo que se habla en privado, aunque sea por lo bajinis, también se escucha por los auriculares. Ayer pudimos saber lo “seco” que estaba el portavoz de uno de los grupos junteros, que esperó a que le trajeran el vaso de agua que los ujieres acercan solícitamente a los intervinientes cada vez que suben a la tribuna (¡les prometo que un día de estos cuento cuántos preparan y les doy cifra!) y su preocupación de que el tiempo con el que cuentan para intervenir no empezara a descontar mientras tanto. Como ven, nada grave, comentarios blancos que te hacen esbozar una sonrisa que se llega hasta a agradecer entre el cruce de acusaciones y la maraña de cifras habitual en un pleno de control. Pero háganme caso, y tengan cuidado. ¿O acaso no se acuerdan de aquel “¡manda huevos!” de José Bono? Luego no digan que no se lo advertí.
Y a raíz de uno de esos comentarios, el del tiempo, les chivo que como en esto de los plenos de control tanto la oposición como el Gobierno tiene muy pero que muy tasado el tiempo de intervención (diez minutos para las primeras intervenciones de cada parte y cinco minutos para las réplicas en el caso de las interpelaciones; uno, tres, tres y un minuto en el de las preguntas orales), sobre todo los representantes del Ejecutivo terminan hablando a la velocidad del rayo para que les dé tiempo a explicar todo lo que quieren, o se les acaba la intervención a mitad del discurso. Y eso que la presidenta tiene manga ancha. Pero a veces ni por esas...