IÑAKI Aldekoa, conmovido por la muerte de un niño en un atentado de ETA, publicó un artículo en Egin, a mediados de los ochenta, admirable por su lucidez, valentía y oportunidad. “Ha muerto una víctima inocente más en esta guerra larga y dolorosa; en todas las guerras hay víctimas inocentes, y de entre ellas las que más turban nuestras conciencias son los niños”, escribió. Se decía consciente entonces de que con sus argumentos corría el riesgo o bien de ser acusado de apologeta del terrorismo y sufrir sus consecuencias penales, o bien de ser tratado de tonto útil por la utilización que de ella harían los poderosos medios de comunicación y propaganda en manos del enemigo. Abogaba luego, citando declaraciones recientes de Uzturre, a la sazón presidente del EBB del PNV, por una negociación digna entre contendientes que acabara con el enfrentamiento pero, mientras esa llegara, sostenía que “no podemos resignarnos a que tragedias como la que hoy motiva este artículo vuelvan a repetirse”.
Concluía su comentario defendiendo que el carácter totalizante de esta guerra, “irregular y no declarada pero guerra con todas sus consecuencias al fin y al cabo”, “no puede hacernos perder nuestra condición humana, pues con ello se perdería la superioridad moral de la propia lucha de liberación de nuestro pueblo. Y si el bando contrario no cumple las mínimas leyes de la guerra -añadía-, porque también en la guerra las hay, allá ellos con sus responsabilidades, pero eso no es ningún óbice para que nosotros no exijamos a los nuestros que las respeten escrupulosamente, porque el exigir a los nuestros que las cumplan sí está al alcance de nuestra voz, y de nuestra pluma, y por eso hoy, aquí, lo hago yo a quien corresponda”. No hacía mucho, Iñaki Aldekoa había sido detenido, torturado y encarcelado, acusado de colaboración con ETA por haber cobijado en su casa a un militante huido. Ya lo había sido mucho antes, a primeros de los sesenta, en pleno franquismo, acusado de militar en Eusko Gaztedi: entonces le torturaron menos que en democracia.
Poco antes de la fundación de Aralar, de la que fue su principal impulsor junto a Patxi Zabaleta, en agosto del 2000 y con ocasión del aniversario de Lizarra-Garazi, Aldekoa escribió en Gara a favor de las exclusivas vías civiles y democráticas en la construcción nacional y social de Euskal Herria y abogó por un escenario sin violencia política. Reincidió entonces en la idea de que incluso si la lucha armada, en un contexto distinto, tuviera alguna legitimidad política, no cualquier acción armada o violenta estaría justificada. Porque en las guerras también hay límites a respetar, recordaba, como “no atentar contra civiles desarmados, o no beligerantes, sea cual sea su adscripción ideológica, política o étnica”: lo contrario es un crimen de guerra, aunque la guerra sea “justa”. No se olvidaba de los crímenes de guerra del otro bando, como rematar militantes revolucionarios heridos o detenidos, torturarlos hasta la muerte y hacerlos desaparecer, o “suicidarlos” en las cárceles. Pero se reiteraba en anteriores conclusiones al sostener que los crímenes cometidos por el enemigo no justifican los propios ni en la guerra, y si la causa que se defiende se pretende revolucionaria y liberadora, menos aún. Era nuevamente consciente de que su discurso no sería bien recibido en ninguno de los dos bandos, polarizados y simplificados para la óptica del ciudadano medio como el Gobierno del PP y ETA.
La sordera de ETA, su prepotencia, trajo consigo la creación de Aralar, un hecho sin precedentes en el MLNV porque por primera vez los disidentes no hacían mutis por el foro, no se recluían en sus casas y el anonimato, sino que proponían una organización alternativa a la que se sumaron decenas de miles de exvotantes de la izquierda abertzale oficial. Pronto llegaron las campañas intimidatorias contra Zabaleta y Aldekoa y fue entonces cuando en un Zutabe de ETA se recogió una frase que atribuían a Patxi, coordinador general de Aralar: “Aspiramos a vaciar Batasuna”. Independentistas de izquierda sobrecogidos por los atentados de ETA y por el sacrificio de cientos de jóvenes empujados a la kale borroka, ya tenían una opción a la que dar su voto sin verse obligados a la abstención o a otorgarlo a EA o al PNV. La irrupción de Aralar y el distanciamiento de los abertzales de Iparralde más cercanos a los refugiados contribuyeron sustancialmente a posteriores tomas de posición de ETA que, como reconocen hoy casi todos en su entorno, se hicieron esperar demasiado.
Joseba Sarrionandia, para quien también la renuncia a la lucha armada llegó demasiado tarde, ha explicado su silencio, el no haber hecho público más tempranamente su desacuerdo con comportamientos y acciones de ETA, en que no deseaba hacer el juego al enemigo. Se trata de un argumento muy extendido en la izquierda revolucionaria y también en los partidos de derecha cuando propugnan que los trapos sucios hay que lavarlos dentro de casa, para finalmente no lavar nada. En especial cuando la estrategia político-militar del MLNV se hizo más explícita y se adoptaron comportamientos que antes se habían desechado, incluso condenado, no faltaron en la izquierda abertzale críticas públicas, sobre todo en medios euskaldunes, como si se quisiera tratarlo más en familia y no en los órganos del enemigo. Hubo plantes de electos tras atentados especialmente aberrantes, pero pocos y de escasa duración. El argumento de no hacer el juego al enemigo o de que el enemigo era todavía más cruel y no se le pedían cuentas, el “tú más”, estaba muy enraizado y servía para salir del paso y no entrar en honduras; y sigue dialécticamente vigente hoy en tertulias y comparecencias.
Las reflexiones de Iñaki Aldekoa sirven para el debate de la moral de los revolucionarios, que desde Lenin hasta hoy ha conocido respuestas diferentes, y el de las leyes de la guerra, pero también para otros, como el de lucha armada sí, no o según, que se adivina presente en el reconocimiento de que se debió haber acabado mucho antes. La historia demuestra que estas reflexiones no suelen preceder a la práctica de la violencia revolucionaria y que la lucha armada se inicia casi siempre como respuesta y se alimenta luego de los éxitos propios y las respuestas aberrantes del enemigo. No son estas cuestiones fáciles de tratar en libertad en el contexto político-judicial en el que vivimos, pero tampoco habría que descartar que algunos lo prefieran a tener que explicar y explicarse por actitudes y comportamientos adoptados en el pasado. Con Aldekoa se puede defender también que la autocrítica y el reconocimiento del dolor causado son exigibles a los “nuestros”, aunque los del otro bando nunca lo hagan, lo que contribuiría a desmentir la impresión de que se abandonó la lucha armada únicamente porque solo servía ya a los propósitos del enemigo.