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Quo vadis Europa?

Y en países de su núcleo fundador como Francia, Italia, Holanda?, terrorismo, envejecimiento demográfico, paro (especialmente lo que ya se denomina el “precariado” juvenil), crisis de los refugiados? La sensación que se percibe es que los Estados Unidos de Trump van a acercarse a Putin para repartirse esferas de influencia y hacer frente al superpoder creciente de China a la par que retornarán al viejo aislacionismo americano. Y, sin embargo, Europa es una necesidad vital. En un mundo de mutaciones constantes, cada vez más peligroso y plagado de desafíos, el único horizonte de los ciudadanos y los pueblos europeos solo puede ser una respuesta común. Aislados no somos nada, no podemos hacer frente a la crisis económica, financiera y social, a la globalización, a la competencia de las nuevas potencias emergentes o al cambio climático. Debemos unirnos de verdad. Pero primero debemos refundar Europa.

Durante décadas, la Europa supranacional ha sido un factor importante de paz, prosperidad y progreso social consagrado por la caída del telón de acero y la reunificación alemana. Pero la UE está amenazada en el siglo XXI porque ya no protege y no acompaña a los europeos. Sus instituciones, cada vez más incomprensibles hasta para un ciudadano informado, no han estado a la altura. Esto permite a las autoridades de los Estados miembros europeizar los fallos y, por el contrario, nacionalizar los éxitos. Europa deviene un instrumento de las élites y no de los ciudadanos, que no ha anticipado las múltiples crisis que enfrenta nuestro continente y que aparece a muchos como responsable de estas dificultades.

Hay hoy un rechazo de esta Europa, en la que los ciudadanos sienten que no deciden nada y desconocen a quienes controlan el Sistema. Una UE así desencarnada aparece como ilegítima. Sin confianza, sin consentimiento, sin instrumentos institucionales, sin un liderazgo real europeo, no podrá haber más que contestación, no adhesión. Sin embargo, nuestro continente tiene todas las bazas para redevenir un jugador importante en la escena mundial. Es ahora o nunca cuando habrá que trazar las nuevas líneas maestras que eviten la continua desintegración de la UE. Pero la crisis de ésta es una crisis de la democracia y la refundación europea debe basarse en normas más simples, ser más transparente en sus procedimientos y adoptar un marco más democrático. La agenda política europea está hoy dictada por el Consejo Europeo, que reúne a los jefes de Estado y de gobierno. Sus líderes, celosos de los intereses nacionales de su país, no actúan pensando plenamente en los intereses comunes de la Unión. El posible descuido de la OTAN por la nueva administración de Estados Unidos puede que paradójicamente nos impulse, por fin, a tener una verdadera política exterior y de defensa europea, un sistema de inteligencia consolidado y, sobre todo, un ejército europeo que acabará con décadas de cómoda subordinación sin responsabilidad ni impacto universal reales y nos dará una espina dorsal. Vegetar a la defensiva sin tomar grandes decisiones, careciendo de un proyecto y sin la creencia en una misión constituye una forma segura de entrar en una espiral de decadencia. El miedo hace milagros y tal vez las amenazas puedan transformarse en oportunidades.

Este proceso de desafección y desconfianza de los ciudadanos hacia las instituciones parece afectar hoy a muchas democracias. Los ejemplos más vibrantes son la victoria del Brexit, el referéndum colombiano y la elección de Trump. En todo el mundo la gente rechaza cada vez más el orden establecido, porque se sienten marginados por ese establishment. Pero el cambio que buscan lo encuentran muchas veces a través de eslóganes caricaturales y medidas radicales que proponen tirar el bebé europeo con el agua del baño.

En respuesta, se impone adoptar ya de forma democrática ese cambio profundo y necesario que la gente demanda si no queremos soportar muy pronto un mundo sobre el que ya no podremos actuar. Es necesario pensar una nueva Europa y una nueva democracia. El Partido Demócrata Europeo, en línea con el grupo centrista ALDE, en el que se integra, sin duda el más sinceramente proeuropeo en la Eurocámara, apela a un salto cuántico en la integración europea, fundamentado en una mejor asociación de los ciudadanos con las instituciones europeas y su participación efectiva, de abajo arriba, a la reflexión previa a la toma de decisiones. Y, para ello cabría proponer:

-El Parlamento Europeo, única institución elegida directamente por los ciudadanos, debe ser el corazón de esta nueva democracia. Y su elección no debe ser una mera yuxtaposición de elecciones nacionales sino convertirse en verdaderas elecciones europeas. Sus poderes deberían extenderse e incluir el derecho de iniciativa del que ahora carece. Y dársele la oportunidad de recaudar directamente impuestos para alimentar el presupuesto europeo, en lugar de depender éste de las actuales contribuciones de los Estados miembros. Solo así el Parlamento será el verdadero árbitro de la acción de la Comisión Europea y esta saldrá reforzada en su independencia.

-El principio de la iniciativa ciudadana europea, verdadera innovación del Tratado de Lisboa, debe reforzarse. Demasiado complejo para ser implementado, debe ser simplificado para favorecer, junto a otras iniciativas proactivas, la emergencia de una legislación colaborativa sometida al escrutinio público.

-El papel de los partidos políticos europeos debe ser reconsiderado. Hoy simples alianzas de partidos nacionales, deben convertirse en actores reales en la vida política europea, en estructuras de conexión entre ciudadanos e instituciones. Un mínimo del 15% de los diputados elegidos deben serlo en circunscripción europea única en representación proporcional, con un candidato a la presidencia de la UE en cabeza de la lista.

-La Presidencia de la UE necesita simplificarse, poniéndose fin al principio de presidencia rotativa del Consejo de la UE. Para darle un rostro exterior a la Unión, las presidencias de la Comisión y del Consejo deberían combinarse en una, legitimada por las elecciones europeas. Tendríamos por fin un líder de Europa.

-La Comisión Europea debe ser revisada. Al igual que su presidente, debería proceder de las elecciones europeas, actuando en el marco de un mandato claro definido por el Parlamento, por los ciudadanos. No es necesario tener un comisario por Estado miembro.

-Es más necesario que nunca hacer públicas y accesibles a los ciudadanos las reuniones del Consejo Europeo, hoy secretas. De este modo, todo responsable político será responsable de su palabra dentro y fuera del Consejo.

-Debe completarse una unión verdadera de los mercados financiero, digital y de la energía. La consolidación del papel de la UE y su capacidad para aportar soluciones a los problemas que genera la globalización pasa igualmente por acelerar la gobernanza económica, consolidar los mecanismos de supervisión y por la unión de esos mercados.

-Y hay que acabar con la competencia fiscal entre los estados miembros ejecutada hasta hoy sobre la base de la ingeniería fiscal de las compañías, lo que redunda en una pérdida de los recursos públicos.

-Por último, el perímetro mismo de la acción Europea debe ser reorganizado. Con una Europa de círculos, podremos permitir que aquellos que quieren avanzar hacia una mayor convergencia puedan hacerlo. El primero de estos círculos debe ser la zona del euro, dotada de gobernanza política real y visión política. Este primer círculo podría construir rápidamente una verdadera Europa social así como una Europa de la seguridad y defensa comunes. Y actuando con más energía, gracias al reforzamiento de nuestros instrumentos de defensa comercial, mandar un mensaje claro de que el acceso a nuestro gran mercado interior solo podrá hacerse respetando nuestras normas sociales, medioambientales y de consumo.

Para resolver los graves problemas internos y globales que enfrentamos, la solución no es menos Europa y mucho menos caer bajo el tsunami destructivo de la no-Europa que preconizan los nuevos populismos de las extremas derecha e izquierda, sino más y mejor Europa. Una cada vez más democrática Europa donde la opinión pública siempre sea tenida en cuenta. Una Europa atractiva, que forje una identidad Europea común y perdurable sobre la base de profundas creencias, tradiciones y valores decantados a lo largo de los siglos. Una Europa de los pueblos que garantice mantener en armonía y mutuo respeto, las diferentes y enriquecedoras idiosincrasias nacionales y que se mantenga siempre subsidiaria de lo que podemos hacer mejor localmente. Una Europa abierta al mundo y solidaria sin por ello perder su personalidad libre y su propia civilización. En un planeta en cambio acelerado y sometido a poderosas amenazas, Europa debe seguir siendo ese faro potente por el que podrán, si así lo desean, continuar guiándose las otras naciones de la Tierra.