Muertos en la cuneta
Ochenta años después de la sublevación franquista contra el gobierno republicano, seguimos teniendo muertos de segunda fila. En todo este tiempo nunca ha habido voluntad de revolver la mierda. A más de uno pudiera salpicarle. Mientras se echaba en la cuneta a los malos, se celebraban fastuosos funerales por aquellos de una, grande y libre. Grandes avenidas, calles y paseos se dedicaron a la peña esta. Hoy algunos todavía claman al cielo y se estiran de los pelos, cuando el ayuntamiento madrileño quiere borrar el nombre de Millán Astray, espejo de legionarios, que como dijo aquel, venció pero no convenció. Siguiendo por otro lado, decir, que bajo palio nos acostumbraba el envíado del Espíritu Santo a verle mientras se fusilaba y se encarcelaba a sacerdotes vascos que no hicieron otra cosa que defender la libertad y la justicia social, en aquella mal llamada cárcel concordataria zamorana, al mismo tiempo que la alta jerarquía eclesiástica, de entonces, lloraba de emoción al comprobar tal ejemplo de cristiandad. La jueza Servini ha querido imputar o investigar, como quieran ustedes, a algunos que destacaron en su celo fascista, llevándolo demasiado lejos. Se nos dice que ya hubo una amnistía o lo que es lo mismo, un olvido generalizado de todo, en su día. Pues sepan ustedes que hay muchos que no van a olvidar esa lesa humanidad si es que como parece, la hubo. Esta se persigue sin prescripciones en el tiempo aunque algunos fiscales democráticos, que parece que no acusan, se agarren a la Constitución o lo que para ellos es lo mismo: las tablas de Moisés. En lo único que no cabe duda es que el derecho internacional prevalece sobre cualquier amnistía o tapadera para intentar mirar hacia otro lado. A nuestros muertos y a sus familiares siempre se lo vamos a deber.