El pasado día 25 por la tarde, mi ama tenía una consulta con el oftalmólogo en el ambulatorio de especialistas de Solokoetxe, en Santutxu. La misma se produjo, milagrosamente, dos horas después de aquella a la que había sido citada. Y digo milagrosamente porque milagros tuvo que hacer el médico para atender a los pacientes que esa tarde le habían citado, uno cada dos minutos según nos dijeron. Vamos, el tiempo justo para entrar en la consulta, saludar y marchar, como acertadamente ironizó mi ama, cansada de tanta espera. Desde luego, no el necesario para hacer cualquier revisión, por muy sencilla que fuera, ni de un solo ojo.

Consciente de ello, el médico hizo un alto en su arduo camino de esa tarde y bajó hasta el mostrador de la entrada para poner una queja. Y después, muy profesional, y armándose de paciencia, fue llamando a todos y cada uno de los pacientes que, con el lógico retraso y cansados de la larga espera, fueron recibidos como se merecían.

El tiempo dedicado a cada paciente ya suele ser breve habitualmente, como han venido denunciando en muchas ocasiones los médicos, lo que provoca, también habitualmente, retrasos. Pero lo del otro día no tiene nombre. ¡¡¡Uno cada dos minutos!!! Dos minutos, ciento veinte segundos... Lo dicho: entrar, saludar y marchar.

Luego vendría la segunda parte. En el caso de mi ama y de los pacientes que fueron recibidos más tarde, no hubo posibilidad de coger la cita propuesta por el oftalmólogo porque el personal dedicado a esa tarea había cumplido su horario de trabajo y, lógicamente, se había marchado. Ellos no tenían la culpa, pero tampoco mi ama, que tuvo que volver al día siguiente a un ambulatorio que no está a la vuelta de la esquina de su casa, para completar el trámite con el que poder seguir el tratamiento prescrito por el médico.